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Narciso Serradell Sevilla

“La Golondrina”: Una Canción Que Vuela a Través de los Siglos y Que Cruza Culturas

           Durante los servicios funerarios para el querido cantante de pop de México José José este mes, se tocaba una canción que seguramente llegaba al corazón de la mayoría de los mexicanos, especialmente los que miraban desde lejos. La canción se llama “La Golondrina,” un auténtico himno que por más de un siglo ha contribuido un toque de nostalgia a los momentos de pérdida, despedida, y exilio.

          Desde la guerra de México contra los invasores franceses a mediados del siglo XIX, la canción ha consagrado la imagen de la golondrina migrante para evocar sentimientos de anhelo por la patria, de manera más conmovedor para los obligados al exilio, conocidos como los “desterrados.” Pero se ha convertido también en una forma cultural de despedirse en cualquier ocasión—un viaje, una jubilación, una mudanza, y claro, la última despedida para los amados difuntos.

          La tradición de tocar la canción como una despedida sincera comenzó casi desde el momento de su concepción en el siglo XIX por dos exiliados destacados, un español y un mexicano, que   trabajaban independientemente en las letras y la música durante diferentes periodos de destierro en París.

         “La Golondrina” tiene una historia larga y fascinante, una en la cual los hechos muchas veces quedan opacados por el mito, el folclor, y la licencia poética de la buena narración. Si rastreamos el origen de la historia, nos lleva a eventos decisivos en la historia mundial—la expulsión de los moros de España en el siglo XVI y la derrota de los franceses en México tres siglos más tarde en la Batalla del Cinco de Mayo. Más sobre esa génesis enredada en un momento.

          Primero, una mirada al alcance global de una hermosa canción que lleva el nombre de un pájaro lustroso que viaja lejos y rápidamente.

Grabaciones Tempranas

         Las grabaciones de “La Golindrina” abarcan más de un siglo, desde la época de los cilindros de Edison hasta la transmisión digital.

         “La primera grabación conocida es probablemente la que hizo la U.S. Marine Band o en 1896 o en 1897 en un cilindro de cera marrón de dos minutos para la Columbia Phonograph Company, cilindro número 407,” según un blog dedicado a la historia de la canción. La primera grabación vocálica, afirma el autor, fue hecha en 1898 por Arturo Adamini en el cilindro de Edison 4234. Adamini, un tenor italiano, luego grabó la canción como un disco de 7 pulgadas y 78 rpm para la discográfica Berliner.

         Una de las versiones tempranas más citadas en 78 es por el barítono nacido en Brooklyn Emilio de Gogorza, quien grabó bajo varios aliases en diferentes discográficas. Sus créditos discográficos para “La Golondrina” comenzaron en 1900 como Sig. Carlos Francisco, lanzado en un disco de 7 pulgadas (Victor A-1172), luego en 1906 como Señor Francisco en un disco de 10 pulgadas (Victor 4800), y de nuevo en 1913 como Carlos Francisco (Victor 62604-A), todos distribuidos bajo el Victor Talking Machine Co.

        “La Golondrina” ha aparecido en centenas de versiones desde esos años nacientes de la tecnología de grabación. Solo de la época del 78 rpm, la Discography of American Historical Recordings en UC Santa Barbara menciona 113 grabaciones desde los fines de la década de 1890 hasta el año 1965. La última en la lista es un vals en el sello Decca por “Whoopee” John Wilfhart, un tocador de polca de Minnesota.

       Otras grabaciones de “La Golondrina” en 78, según Second Hand Songs, una base de datos sobre versiones cover, fueron hechas por la Victor Military Band (1914),  Bing Crosby (1928), Xavier Cugat and His Waldorf-Astoria Orchestra (1938), la Boston “Pops” Orchestra con Arthur Fiedler, Conductor (1938), y Guy Lombardo y sus Royal Canadians (1949).

       La Colección Frontera tiene más de dos docenas de grabaciones de la canción, y aproximadamente la mitad de ellas aparecen en discos de 33 rpm. Ojo: No todas las entradas con el mismo nombre son la misma canción, aunque permanece la nostalgia. En algunos casos, la canción que aparece es una escrita por Ricardo Palmerín y Luis Rosado Vega, mejor conocida como “Golondrinas Yucatecas,” que retrata líricamente a la golondrina como metáfora de la juventud perdida.   

       En la segunda mitad del siglo XX, mientras los LPs y 45s reemplazaban al 78, “La Golondrina” seguía apareciendo en los repertorios de artistas de varios géneros.

       La canción de la golondrina migrante pronto se puso a volar, y encontró su camino al pop americano general. Fue grabada tan frecuentemente por grandes artistas estadounidenses, o como instrumental o con letras en español, que se convirtió en una de esas canciones latinas que se consideran clásicos americanos de los principios y mediados del siglo XX, junto con “Quizás, Quizás, Quizás,” “Solamente una Vez,” “Malagueña” por Ernesto Lecuona, y “Bésame Mucho,” que aun fue grabada por los Beatles en 1962.

       Actualmente, hay 1,000 grabaciones individuales de “La Golondrina” listadas en AllMusic, por artistas desde Mantovani hasta Caetano Veloso. La lista incluye versiones en español o instrumentales por Nat King Cole, Slim Whitman, Perez Prado, Hank Williams, Gene Autry (The Singing Cowboy), Percy Faith, y The Hollywood Bowl Symphony Orchestra. Sin mencionar otras versions por artistas menos convencionales, como Cousin Fuzzy and His Cousins (1960), The Harmonicats (1962), The Mexicali Brass (1966), y The Nashville String Band (1969). El último era un trío que incluía a Homer y Jethro, junto con el guitarrista Chet Atkins, quien había grabado su propia versión instrumental en 1955.

       La canción original también ha aparecido en películas de Hollywood, más famosamente en The Wild Bunch (1969), dirigida por Sam Peckinpah, cantado por un coro durante una escena de despedida, claro. En el clásico de culto de ciencia ficción Starship Troopers (1997), la canción se toca como una serenata solista (en un escaso acrílico verde, violín eléctrico de cinco cuerdas), presagiando la muerte del personaje principal Isabel “Dizzy” Flores.

       Hoy, muchos americanos más jóvenes, aunque tal vez no lo sepan, reconocerán la canción mexicana, aún sin haber escuchado la versión en español. Esto es gracias a un puñado de traducciones al inglés, más notablemente “She Wears My Ring” (“Ella Lleva Mi Anillo”), escrita en 1960 por el equipo de composición Felice & Boudleaux Bryant (“Bye Bye Love” [“Adiós, Amor’], “Wake Up Little Susie” [‘Despiértate, Susita’]). Fue grabada por la primera vez ese mismo año por Jimmy Bell, seguido por The Wanderers  (1961),  Roy Orbison (1962), Hank Snow (1965), Solomon King (1968), y Elvis Presley (1973), entre muchos otros.

      Las versiones en inglés, sin embargo, cambiaron el significado de las letras, de nostálgicas a románticas, y faltaba el sentido de anhelo por el hogar desde lejos. Una traducción diferente con un fuerte sentido de pérdida y anhelo, “We Love But Once” (“Amamos Solo una Vez”), fue grabada en 1960 por el cantante romántico Pat Boone con letras por Thomas Mac Gillicuddy y Ray Gilbert.

      Las traducciones no son limitadas a versiones en inglés y español. En 1968, por ejemplo, se convirtió en un número 1 en Alemania, titulada “Du sollst nicht weinen” (“No Debes Llorar”), por Heintje, un cantante de 13 años. Dos años más tarde, otra estrella infantil, Anita Hegerland de Noruega, con 9 años, tuvo un éxito escandinavo en sueco llamado “Mitt sommarlov” (“Mi Descanso de Verano”).

     Hay tantas versiones de “La Golondrina” en el mundo que un bloguero serbio llamado Slobodan Darko se ha dedicado a compilar todas las que pueda encontrar, de cualquier país, en cualquier idioma. El bloguero, quien vive en Belgrade—cuya plataforma In Dreams mantenía la página antes mencionada sobre la historia de la canción—ha estado publicando su ambiciosa discografía “La Golondrina” desde 2011. Ha llegado hasta 1,500 grabaciones, incluidas versiones en holandés, coreano, indonesio, croata, portugués, inglés, francés, alemán, e islándico. Su última entrada del blog, del 6 de octubre de 2019, incluye Parte 103 de su compilación de la canción, donde aparece una grabación de 1929 por el violinista George Lipschultz, en un disco de 10 pulgadas y 78 rpm (Columbia W147831).

     Por cierto, algunas canciones transcienden la lengua con su vibra emocional.

     Otro bloguero entendió rápidamente el significado melancólico de la canción mexicana, a pesar de la barrera lingüística. Publicó sus pensamientos en Village Memorial: The Art of Remembrance (Conmemoración de Pueblo: El Arte del Recuerdo), un sitio diseñado para ayudar a la gente a planificar tributos apropiados para sus seres queridos perdidos.

      “Escuché ‘Las Golondrinas’ [sic] por primera vez cantado por Pedro Infante cuando estaba investigando la música mexicana tradicional que se tocaba en los funerales,” escribió el bloguero. “La música de mariachi suena bastante elegante como fondo a la voz de Pedro Infante. La canción tiene una naturaleza calurosa y reconfortante. Puede ser que fue diseñada para ayudar a los afligidos a despedirse y aceptar la pérdida. Algunas canciones son diseñadas para evocar las emociones para ayudar a la gente a expresar sus sentimientos, y ‘Las Golondrinas’ tiene esa cualidad.”

La Golondrina Como Símbolo

      La ágil golondrina, que se encuentra en todo continente, ha sido usada como símbolo poético por mucho tiempo en varias culturas, desde la mitología románica y griega. Su lustrosa imagen aparece en las pinturas chinas clásicas, en peregrinajes islámicas a la meca, y como malos augurios en Japón. Algunos cristianos las consideran sagradas porque creen que las golondrinas quitaron pinchos de la corona de espinas de Cristo mientras estaba en la cruz. Y por siglos, los marineros veneraban a la golondrina que abrazaba la costa como señal de que sus viajes largos y peligrosos habían terminado, haciendo el tatuaje de la golondrina un emblema de la esperanza.

      En los Estados Unidos, la referencia más conocida a los pájaros migratorios es su regreso anual a Mission San Juan Capistrano en el Condado de Orange. El fenómeno histórico fue el título de una canción exitosa, “When the Swallows Return to Capistrano” (“Cuando Vuelven las Golondrinas a Capistrano”), grabada en 1940 por Dinah Shore con Xavier Cugat and His Waldorf-Astoria Orchestra. El archivo Frontera contiene una versión en español, “Cuando Vuelven las Golondrinas a Capistrano,” en una versión tierna por el vocalista Marco Rosales, en un 78 con el sello de Varsity.

      A pesar de su significancia mundial, sería difícil igualar la prevalencia cultural de la golondrina en España y América Latina.

      En México, la canción del siglo XIX llegó a ser tan integrada a la cultura popular que los compositores contemporáneos se refieren a ella en sus propias canciones de despedida. “Que Me Toquen las Golondrinas,” por el prolífico compositor mexicano Tomás Méndez, retrata a un hombre desilusionado quien le ruega al barman que toque la canción original porque piensa irse a ningún lugar en particular, pero “lejos, muy lejos.” Hay que mencionar que la forma en plural, “las golondrinas,” en México ha llegado a usarse comúnmente, aunque incorrectamente, en vez del singular “la golondrina,” como fue escrito originalmente.

      En la base de datos de Frontera, una búsqueda por cualquier canción con la palabra “golondrina” en su título rinde 234 grabaciones, desde “Agraciada Golondrina” hasta “Vuelve Golondrina.”

      Pero no solo es un título popular en la música. La golondrina también un nombre muy común para los restaurantes mexicanos, empezando con el histórico restaurante en la Calle Olvera, anunciado como el primer restaurante mexicano en Los Ángeles. El nombre del ubicuo pájaro también aparece en un retiro de Airbnb en Cuernavaca, un bar de tapas en Sevilla, un viejo rancho en Nuevo México que sirve como museo de historia viviente cerca de Santa Fe. Agrega a eso un hotel en Playa del Carmen. Un edificio de departamentos in San José. El mayor pozo de cueva del mundo en San Luis Potosí. Una película para televisión de 1968 por el famoso director español Juan de Orduña. Varias cascadas notables en las montañas de Colombia, la República Dominicana, Costa Rica, y a la confluencia de dos ríos en las selvas mayas de Chiapas. Y finalmente, hay una excursión en barco en Barcelona llamada Las Golondrinas que ha estado en funcionamiento desde 1888, casi tan antigua como su canción tocaya.

Historia de Orígenes: Desenredar los Hechos de la Ficción

      El internet está repleto de sitios que pretenden documentar el origen histórico de “La Golondrina,” cuya música y letras fueron escritas separadamente en diferentes momentos por diferentes compositores. Pero el sendero en internet está lleno de hechos infundados, repetidos imprudentemente una y otra vez. Así como con otras historias culturales en internet, la realidad muchas veces se ignora a favor de una buena narrativa. A ver si podemos separar la verdad del mito.

     Sabemos sin duda quién compuso la música—un musico mexicano llamado Narciso Serradell. Pero es mucho más difícil rastrear la verdadera fuente de las letras.

     Narciso Serradell Sevilla nació en Alvarado, Veracruz, el 25 de enero de 1843, a un padre catalán y una madre mexicana. Inquieto y aventurero como niño, huyó dos veces del seminario, donde había emprendido estudios religiosos bajo presión de su madre, según el historiador mexicano Hugo de Grial.

     Eventualmente, se separó de su familia y se inscribió en la facultad de medicina. Trabajaba de tiempo parcial por la noche, enrollando puros e interpretando en bailes. Pero le faltaban fondos y nunca completó su diploma en medicina.

     En 1862, cuando tenía sólo 19 años, Serradell se unió al ejército mexicano improvisado que fue armado para parar la invasión de las fuerzas francesas. Aunque México ganó una victoria temporal en la Batalla de Puebla en el cinco de mayo, Serradell fue apresado y exiliado a Francia.

     Desde ese momento, es mucho más difícil decir con certeza cómo las letras y la música se juntaron para crear “La Golondrina” como la conocemos hoy. Una cierta mitología de creación se puede recopilar de varios sitios web.

     El texto original, según el cuento prevalente, supuestamente fue escrito en árabe por el Rey moro del siglo XVI Abén Humeya (c. 1545-1569), quien lideró una rebelión contra los monarcas católicos de España. Humeya, cuyo nombre cristiano era Fernando de Válor y Córdoba, era una figura histórica verdadera, nacida en Granada con un linaje islámico noble que se remonta directamente al profeta Mohamed. Pero Humeya fue considerado un morisco, el grupo de ex musulmanes que habían sido convertidos al cristianismo por fuerza después de la caída de Granada, el último reductor moro recapturado por la monarquía católica en 1492.

     La historia nos dice que Humeya fue radicalizado por las medidas duras que tomó la monarquía contra la cultura islámica, prohibiendo su lengua, su ropa tradicional, los baños públicos, y cualquier rasgo de las prácticas religiosas islámicas. Los moriscos lo veían como una traición de las aseguranzas previas que sus tradiciones serían protegidas. Por eso, Humeya adoptó su nombre árabe, Muhammad ibn Umayya, y fue elegido rey de Granada, donde lideró el levantamiento conocido como la Rebelión Morisca, o la Guerra de los Alpujarras, 1568–1571.

     Al final, la Corona Española triunfó y los moriscos fueron dispersados, exiliados, o esclavizados. Este es el momento trágico que se dice que inspiró el poema original que llegaría a ser “La Golondrina.” Humeya supuestamente escribió las letras originales anhelantes en el barco que lo llevaba al exilio, mientras miraba la costa de su querida patria, que desaparecía en la distancia.

     Solo hay un problema: El líder morisco fue asesinado dos años antes de que terminó el levantamiento. Dependiendo de la fuente, Abén Humeya o murió en batalla por una flecha al pecho, o fue estrangulado en un golpe organizado por los turcos, o fue ahorcado por sus propios hombres en su palacio en el pueblo de Láujar de Andarax.

     De cualquier modo, no pudo haber estado en ese barco, escribiendo tristemente esas letras nostálgicas mientras navegaba hacia el exilio. Humeya muchas veces es descrito como un bruto y mujeriego que raptaba a las mujeres para tenerlas como esposas y concubinas, pero en ninguna parte se describe como un hombre de letras.

     Esa descripción, sin embargo, sí se aplica a Francisco de Paula Martínez de la Rosa (1787-1862), un diplomático, político, profesor de filosofía, dramaturgo, y poeta español que tuvo una vida privilegiada pero tumultuosa en la España revolucionaria de los principios del siglo XIX. Fue Martínez de la Rosa quien proporcionó la conexión entre los muros medievales y los mexicanos modernos, pero no como los historiadores de butaca nos harían creer.

     En 2011, un bloguero español escribió con autoridad que el texto perdido de Humeya había sido desenterrado siglos después por un investigador francés no nombrado en Marrakech, la antigua ciudad exótica de Marruecos. Pasó por varias traducciones, una de las cuales se publicó en una revista francesa que entonces fue usado como material de empaquetado por un viajero no identificado en un viaje no especificado. Esa versión del poema, de alguna manera, luego llegó a las manos de Serradell, quien añadió la música.

     “¿Curiosa historia, verdad?” pregunta el bloguero, Manuel Medina.

      Sí, bastante curiosa. Qué pena que probablemente no sea verdad. Desafortunadamente, estos cuentos fantasiosos sobre la historia serpenteante de la canción son transmitidos como evangelio, y traducidos a otras lenguas, como si estuvieran en una cámara de eco multilingüe. La misma historia dudosa se encuentra repetida en inglés en sitios web como Wikipedia y Revolvy.

      Lo que sí es cierto es que Martínez de la Rosa fue exiliado a París en 1823 como resultado de su involucramiento en los disturbios políticos en España. Ahí descubrió una pasión por el Movimiento Romántico francés en la literatura, liderado por Víctor Hugo, Alexandre Dumas, François-René de Chateaubriand, y otros. El español, quien había nacido en Granada, quedó tan impresionado por sus colegas franceses que decidió escribir una obra de teatro en ese estilo y hacerlo en francés.

      Abén Humeya, ou la révolte des Maures sous Philippe II estrenó en París el 30 de julio de 1830 en el histórico Théâtre de la Porte Saint-Martin. En un prefacio a una edición publicada ese mismo año, disponible en el internet en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, el autor explica que escribió la obra en francés y luego la tradujo él mismo al español (Abén Humeya, ó la Rebelión de los Moriscos), aunque algunos estudiosos dicen que el orden de las lenguas fue al revés. Sea como sea, la obra hoy se considera la primera obra dramática histórica en español.

      Leer el texto de la obra parece resolver el misterio que rodea la fuente de lo que llegaría a ser la famosa canción. Al principio del Acto II, Martínez de la Rosa incluye un poema que llama “Romance Morisco,” que se canta en escena mientras su protagonista, Abén Humeya, se recuesta en almohadas y la escucha. La canción cuenta la triste historia de un morisco exiliado que lamenta haberse salido de Granada y de nunca jamás poder ver su patria.

Al dejar Aben Hamet 

por siempre a su amada patria,        

a cada paso que da    

el rostro vuelve y se para;     

mas al perderla de vista,        

las lágrimas se le saltan;        

y en estos tristes acentos      

despídese de Granada:

«A Dios, hermoso vergel,      

tierra del cielo envidiada,      

donde por dicha nací,

donde morir esperaba;          

de tu seno y de mi hogar       

mi dura estrella me arranca; 

y me condena a vivir  

y a morir en tierra extraña.   

      Obviamente, este verso está lejos de las letras verdaderas de “La Golondrina.” Pero sí contiene ciertos elementos que se encuentran luego en esa canción popular—nostalgia, sentimentalismo, melancolía, y el anhelo por una patria perdida.

       Este tema poético eventualmente se evolucionó al verso en español que fue musicado por Serradell, quien también vivía en París durante aproximadamente el mismo periodo. Unos dicen que el poema pasó por varias iteraciones y traducciones hasta llegar a la famosa versión final por el poeta, dramaturgo, e historiador euskera Juan Niceto Zamacois Urrutia (1820-1885), quien emigró a México como joven. Fuentes de autoridad, como también los sellos discográficos, ahora suelen atribuir las letras a Zamacois.

       En todo caso, “La Golodrina” no hace ninguna referencia a Abén Humeya y los moros, como tampoco a ninguna persona ni lugar. Lo que queda es simplemente el anhelo puro sentido por alguien que está lejos de casa. Además, un rompecabezas intrigante escondido entre los versos de Zamacois.

        En español, las letras de “La Golondrina” constituyen un poema acróstico. Eso es, si se mira la primera letra de cada línea, deletrea un mensaje romántico escondido: “Al Objeto de Mi Amor.”

A dónde irá, veloz y fatigada,

La golondrina que de aquí se va?

Oh, si en el viento se hallara extraviada

Buscando abrigo sin poderlo hallar!

 

Junto a mi lecho le pondré su nido

En donde pueda la estación pasar.

También yo estoy en la región perdido,

Oh, cielo santo!, y sin poder volar.

 

Dejé también mi patria idolatrada,

Esa mansión que me miró nacer.

Mi vida es hoy errante y angustiada

Y ya no puedo a mi mansión volver.

 

Ave querida, amada peregrina,

Mi corazón al tuyo acercaré,

Oiré tu canto, tierna golondrina,

Recordaré mi patria y lloraré.

           

        Medina, el bloguero, afirma que este poema acróstico del siglo XIX “coincide curiosamente” con la dedicación de Humeya al final de su poema hipotético en árabe, aunque eso es otra veleidad.

 

Colofón de la Saga de la Canción

        Por ahora, de nuevo, las explicaciones divergen en varios aspectos de la evolución final de la canción.

        Las fuentes concuerdan que Serradell compuso la música en 1862, el año en que se exilió a París. Discrepan, sin embargo, sobre cuándo exactamente la compuso, si antes de salirse de México o después de llegar a París. Además, hay versiones conflictivas sobre cómo llegó a encontrar las letras, para empezar.

        Según una versión, Serradell compuso la melodía mientras todavía estaba en México, como parte de una competición improvisada entre amigos. En su libro de biografías musicales, Músicos Mexicanos (México: Editorial DIANA, S.A, 1971), Grial afirma que el compositor, quien también cantaba y tocaba varios instrumentos de viento, asistía regularmente s reuniones informales de artistas, conocidas como “tertulias,” donde los invitados tocaban música y recitaban poesía. En una de esas tertulias en la Ciudad de México, Serradell trajo una copia del poema español sobre Abén Humeya.

         La belleza de las letras provocó inmediatamente un reto para ver quién pudo componer la mejor música para los versos en 24 horas, según Grial.

         La noche siguiente, Serradell volvió con la melodía de “La Golondrina,” y ganó sin duda alguna. Claro, esta historia permite el momento perfecto en la trama: Cuando el joven Serradell salió para su exilio en Francia, escribe Grial, sus amigos se despidieron de él con cantarle su triste canción, nuevamente creada, y él y los otros prisioneros se unieron con ellos.

         La historia alternativa, como reportado en Wikipedia español y en otras partes, mantiene que Serradell compuso la melodía durante su tiempo en París.

        Inspirado por una competición animada o por la profunda nostalgia de vivir en el exilio, Serradell había redactado una canción que cobraría vida propia.

        Para 1865, Serradell había vuelto a México, y vivía en su estado natal de Veracruz, donde dirigía bandas militares, organizaba nuevas “orquestas típicas,” y enseñaba música. Su alumno preferido era Rodrigo Barcelata, padre del aclamado compositor Lorenzo Barcelata, quien compuso el vals clásico “María Elena” y “El Cascabel.”

        Para finales del siglo, Serradell se había casado y vuelto a la Ciudad de México, donde seguía enseñando música. Desafortunadamente, el éxito mundial de su canción no le había traído seguridad financiera, y fue forzado a vender su valiosa biblioteca de libros para mantenerse en sus últimos años, escribe Grial. Falleció con 67 años en 1910, el año en que estalló la Revolución Mexicana.

        Exactamente 100 años después de la muerte del compositor, The Chieftains, la banda folclórica irlandés, aclamada por los críticos, lanzó una versión de “La Golondrina” en su álbum San Patricio, coproducido con el guitarrista de roots americano Ry Cooder. Lanzado en 2010, el álbum fue inspirado por un batallón de soldados irlandeses, los San Patricios, quienes lucharon por el lado mexicano durante la guerra con los Estados Unidos (1846-48). Musicalmente, el álbum subraya las conexiones culturales que unen los dos países.

        Cuando The Chieftains aparecieron en Minneapolis para promover el álbum, el periódico local publicó un artículo sobre la banda. En el último párrafo, el escritor mencionó la canción histórica, instintivamente comprendiendo el encanto universal de una canción nacida en exilio que se comunica poderosamente con todos los expatriados, sean moros, mexicanos, o célticos, que añoran su patria.

        “Y si el grupo se lanza a tocar el tapiz que es la balada de ‘La Golondrina,’” escribió Britt Robson para el Star Tribune, “el tejido cultural de México e Irlanda será tan fuertemente trenzado que desenredar toda la historia sería un malgasto de un buen tiempo.”              

̶  Agustín Gurza

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