del UCLA Chicano Studies Research Center,
el Arhoolie Foundation,
y del UCLA Digital Library
Lydia Mendoza (1916-2007) fue una de las artistas femeninas más duraderas y distinguidas que salieron de las comunidades inmigrantes Mexicoamericanas del Suroeste de los Estados Unidos. Apodada “La Alondra de la Frontera” y “La Cancionera de los Pobres,” la cantante-guitarrista disfrutó una carrera que abarcó más de medio siglo, con centenas de grabaciones y miles de apariencias personales.
Después de comenzar humilmente como niña, cantando con su familia empobrecida por propinas, Mendoza surgió rápidamente como una pionera en el campo de la música popular Mexicoamericana. Se convirtió en la primera superestrella femenina del género en una época en la cual el negocio de la música vernácula seguía en su infancia y fue dominado por hombres. Por décadas, sirvió como ejemplo e inspiración para otras artistas femeninas.
Cuando Mendoza murió con 91 años de edad, periódicos importantes en las dos costas publicaron su obituario, un honor no siempre otorgado a los artistas latinos merecedores por los medios de comunicación en inglés. Los Angeles Times la elogió como una pionera “cuyas canciones apasionadas y desesperadas sobre la vida de la clase obrera” resonaban con audiencias por todas partes del mundo hispanohablante.
“La carrera de Mendoza duró desde los fines de los 1920 hasta los 1980, y su música encarnaba una gran parte de la odisea que viajaron los Mexicoamericanos en el siglo XX,” escribió James M. Manheim para Contemporary Hispanic Biography (Biografía Hispana Contemporánea). “Hizo más de 1,200 grabaciones, y éstas difundieron su fama mucho más allá de los vecindarios mexicanos en Texas donde su música nació.”
Mendoza nació en Houston, Texas, el 21 de mayo de 1916. Fue la segunda de ocho hijos en una familia inmigrante que inicialmente huyó de la Revolución Mexicana y casi siempre estaba en marcha durante su niñez, cruzando la frontera de un lado para el otro. Sus padres, Francisco y Leonor, se conocieron en Monterrey, México, cuando los dos estaban trabajando en la Cervecería Carta Blanca; su padre era plomero y su madre una criada en un hotel de la compañía ubicado al otro lado de la calle. Más tarde, cuando los Mendoza empezaron a tocar música como familia, adoptarían el nombre de la cervecería para su conjunto.
La familia empezó a hacer viajes regulares a los Estados Unidos después de que el padre de Mendoza aceptó un trabajo como mecánico con el ferrocarril que conectaba Monterrey, Nuevo León, con Laredo, Texas. Entrecruzaba la frontera para su trabajo, y muchas veces, su familia lo acompañaba. Durante uno de esos cruces en 1920, cuando Mendoza tenía cuatro años, los agentes de inmigración lavaron su cabello con gasolina para exterminar posibles piojos.
“Tenían una opinión negativa de todo mexicano, especialmente de los niños,” recuerda Mendoza en Lydia Mendoza: A Family Autobiography (Lydia Mendoza: Una Autobiografía Familiar), por Chris Strachwitz y James Nicolopulos. “Nos llevaron inmediatamente detrás de la estación de inmigración, donde había una bañera, una de esas grandes, llena de gasolina…. Y nos rociaron con gasolina; nos echaron bastante. La gasolina me cayó en los ojos y me quedé bien enferma.”
La discriminación y condiciones severas no le impidieron a la niña florecer artísticamente. La enseñanza de Mendoza fue domiciliar, provista por su madre, quien le enseñó a leer y escribir y tocar la guitarra. Pero Leonor Mendoza era muy cuidadosa con su instrumento y no permitía que su hija lo tocara sin supervisión. Así que la chiquita, con apenas cuatro años, construyó su propia guitarra de una tabla de madera, clavos y gomas elásticas. Era rudimentaria, pero funcionaba. “Hacía un sonido,” Mendoza le contó al Houston Chronicle en 2001. “Me quedé satisfecha.”
La música corría en sus venas. La abuela de Lydia, Teófila Reyna, era una maestra con entrenamiento musical formal que también tocaba la guitarra. Sus hermanas María y Juanita, quienes luego formarían su propio dueto, también aprendieron a cantar y a tocar instrumentos. Otra hermana, Panchita, tocaba el triángulo. Lydia añadió la mandolina y el violín a su repertorio. Su hermano, Manuel, también le entró como cantante. Aprendían la música mayormente por tradición oral, cuando escuchaban las canciones en las fiestas familiares o en los bailes de campo. Además, Lydia conseguía letras en las envolturas de chicle, en las cuales los editoriales musicales imprimían las letras de sus canciones para promoverlas.
Para los fines de los 1920, los Mendoza habían formado una banda familiar, llamada el Cuarteto Carta Blanca. Tocaban por propinas en las esquinas y en los restaurantes y las peluquerías de los pueblos fronterizos del Valle Bajo del Río Grande. La familia no tenía carro, así que muchas veces hacían dedo de un pueblo a otro.
En 1928, Francisco Mendoza descubrió un anuncio clasificado en La Prensa, un periódico popular en español en el sur de Texas. Como parte del esfuerzo de las casas discográficas estadounidenses para aprovecharse de la música étnica, el sello Okeh, basado en Nueva York, anunció que buscaba artistas para grabar música en español. El sello había armado un estudio de grabación ambulante en el Hotel Bluebonnet en San Antonio, donde los candidatos debían congregarse.
“¡Nos vamos a San Antonio!” anunció Mendoza el mayor a su pasmada familia.
Todavía sin su propio carro, los Mendoza los Mendoza le pidieron un aventón a un amigo que tenía un viejo Dodge con llantas desgastadas y sin ventanas. Llegaron hasta San Antonio, pero solo después de reparar varias llantas ponchadas en el camino. En la sesión, grabaron 20 canciones en 10 discos como el Cuarteto Carta Blanca, por lo cual recibieron una comisión fija de $140.
“Para nosotros, $140 era una fortuna,” recordó Lydia, quien tenía diez años en esa época. Lo más importante, lo que más nos alegraba, fue que tuvimos la oportunidad de grabar, que nos aceptaron. La cantidad que nos pagaron no importaba. Lo que buscábamos era … un principio, un comienzo.”
Después de tres semanas en San Antonio, la familia comenzó su viaje de nuevo, sin nunca haber escuchado las grabaciones que habían hecho. Esta vez, siguieron en dirección de Michigan, donde el Mendoza mayor había escuchado que abundaba la labor y los músicos eran escasos. En Detroit, “encontraron audiencias receptivas entre los Mexicoamericanos que habían migrado al norte para trabajar en la industria automovilística,” según un perfil en el sitio web del National Endowment for the Arts. Por más de un año, interpretaban en pequeños locales tanto en Detroit como en Pontiac.
Después de que la Gran Depresión devastó el mercado laboral, los Mendoza y otras familias mexicanas volvieron a Texas. La mudanza tenía un lado positivo, ya que le daría a Lydia la oportunidad de grabar como solista. Estaba a punto de convertirse en estrella por su propio mérito.
La familia se estableció en San Antonio en 1932, cuando Lydia tenía 16 años. Allí aprendió a tocar una guitarra de 12 cuerdas, una que había sido modificada por su padre a petición de esta. Las primeras cuatro cuerdas fueron reorganizadas para crear pares de notas alternantes en vez de las mismas notas. Esto le dio un sonido particular a su instrumento.
Para Mendoza, la gran oportunidad llegó después de que la familia empezó a interpretar en el mercado exterior popular, La Plaza de Zacate. Fue allí, en 1934, que fue descubierta por Manuel J. Cortez, presentador de “La Voz Latina,” un programa de radio de 30 minutos de duración que se emitía en las tardes. El pionero locutor Mexicoamericano había ido a la plaza a cenar con su esposa y por casualidad llegó a ver a Lydia, quien cantaba como solista y tocaba la guitarra. En directo, la invitó a interpretar como artista invitada en la radio. Pero la madre de Lydia se resistió cuando aprendió que a Lydia no le pagarían nada por la emisión. La propina era su sustento—ganaban 25 centavos al día durante la semana para la comida, $1.25 los fines de semana para el alquiler—y no podían permitir la pérdida de su cantante principal.
Cortez prevaleció al prometer que llevaría a la niña a la estación, que quedaba cerca, y la devolvería inmediatamente al trabajo. Cantó dos canciones en su primera aparición y eso bastaba: La estación fue inundada de llamadas que pedían más. Además, ganó el concurso para aficionados del programa. Para mantenerla en la radio y aliviar las preocupaciones financieras de la familia, Cortez encontró un patrocinador—fabricantes de una bebida de vitaminas local llamado Tónico Ferro-Vitamina—para financiar sus apariciones. Mendoza ganaba $3.50 por semana.
“Nos sentíamos como millonarios,” recordó la cantante. “Ahora al menos podíamos estar seguros de poder pagar el alquiler.”
Mendoza fue un éxito. Y pronto volvió al estudio de grabación, esta vez como estrella ascendiente.
Tuvo su primera sesión de grabación como solista ese mismo año con Bluebird Records, una sucursal de Victor. Grabó dos canciones, incluso “Mal Hombre,” la desafiante acusación de los hombres abusivos por una mujer enrabiada. Fue un éxito instantáneo que sería su tema principal, definiendo su carrera por el resto de su vida.
Era yo una chiquilla todavía cuando tú casualmente me encontraste.
Y a merced a tus artes de mundano, de mi honra el perfuma me llevaste.
Luego hiciste conmigo lo que todos, los que son como tú, con las mujeres.
Por lo tanto no extrañes que yo ahora, en tu cara te diga lo que eres.
Mal hombre, tan ruin es tu alma que no tiene nombre.
Eres un canalla. Eres un malvado. Eres un mal hombre
La mismísima Mendoza había escogido la canción para grabar en su primera sesión como solista. Como niña, había aprendido las letras de una de esas envolturas de chicle. Pero no aprendió la melodía hasta después, cuando su padre la llevó a ver un espectáculo musical en un teatro en Monterey. En su introducción, Strachwitz especula que la cantante que escuchó ese día probablemente fue Elisa Berumen, la primer que grabó “Mal Hombre” para Victor en 1926, una grabación que también se encuentra en la Colección Frontera. El sello identifica la versión de Berumen como “soprano con piano,” comparado a la de Mendoza, quien acompañó a si misma con la guitarra.
“Con el tiempo, ‘Mal Hombre’ llegó a ser una canción conocida en muchas partes de las Américas hispanohablantes, y la familia Mendoza se convirtió en atracción garantizada en los pequeños teatros y espectáculos de variedades por dondequiera que se encontraban Mexicoamericanos en el oeste de los Estados Unidos,” escribe Manheim.
Para Lydia, el disco inició su prolífica carrera de grabación. Hay más de 1,000 grabaciones de ella como solista (sin contar las colaboraciones) en la Colección Frontera.
Dado su éxito inicial, Bluebird la mantuvo bajo contrato por el resto de la década. Mendoza tenía sesiones de grabación tres o cuatro veces al año, cuando el sello volvía a armar los estudios en los hoteles Texas o Bluebonnet. Para 1940, había grabado centenas de canciones en una gran variedad de estilos, desde corridos hasta tangos.
“Cuando iba a grabar, nunca me dijeron, ‘Grabe esto, grabe aquello,’” recordó en su autobiografía. “Grababa las canciones que traía conmigo, muchas de las cuales eran las canciones que cantaba mi madre … Grabé mucho de su repertorio, como ‘Pero Hay (sic) Que Triste,’ ‘Al Pie de Tu Reja.’ Esas canciones no vinieron de las envolturas de chicle.”
Durante esa época, la cantante continuaba las giras con su familia por todo el Suroeste, muchas veces en carpas que presentaban sketches de comedia estilo vodevil. Lydia interpretaba como solista mientras sus hermanos presentaban un espectáculo de variedades. No había duda que la muchedumbre, atraída por la popularidad de “Mal Hombre,” llegaba para ver a la estrella de la familia Mendoza. En escena, Lydia exudaba vitalidad y carisma.
“Simplemente verla era mágico y podía despertar una frenesí populista y un orgullo colectivo entre los mexicanos,” escribió Yolanda Broyles-Gonzalez en su libro de 2001, Lydia Mendoza’s Life in Music (La Vida de Lydia Mendoza en la Música).
Para este momento, hacer giras era menos desafiante porque por fin la familia tenía su propio carro. Desafortunadamente, durante la gran parte de su carrera temprana, Lydia no consiguió capitalizar plenamente su fama y popularidad. Ni ella ni su familia tenían la perspicacia para negociar con los agentes o promotores astutos, pero su padre hizo lo mejor que pudo para proteger los intereses de la familia.
En 1935, Mendoza se casó con Juan Alvarado, un zapatero con quien tuvo tres hijas. Durante una época, tuvo que renunciar su carrera, aun cuando las ofertas para contratos se acumulaban. Su marido, presionado por sus parientes, quienes creían que la mujer debía quedarse en casa, no quería que trabajara. Pero la pareja batallaba con el salario magro del zapatero, y al final cedió, convencido de que el ingreso de su esposa era imprescindible.
Desafortunadamente, el racionamiento de la gasolina durante la Segunda Guerra Mundial paró las giras. Además, la escasez de laca puso pausa a la industria de grabación. Pero cuando terminó la guerra, Lydia reanudó su carrera, haciendo giras con su familia y grabando como solista para todos los sellos discográficos Mexicoamericanos que ahora prosperaban.
Para 1952, la muerte de Leonor, la matriarca de la familia Mendoza, hizo que la familia se desbandara como grupo artístico. Ese año, María, la hermana menor de Lydia, se casó, lo cual también terminó Las Hermanas Mendoza, el dueto que María había formado con su hermana Juanita.
El primer marido de Lydia, Juan, se murió sorpresivamente en 1961. Mientras vivía, ella había llegado a apreciar el apoyo que le ofrecía con respecto a su carrera. Aunque ella compuso relativamente pocas canciones, una de sus preferidas era “Amor Bendito,” inspirada por pensamientos de su marido mientras estaba de gira.
Su difunto marido había tenido una relación cercana con el dueño de la zapatería donde trabajaba, un patrón que apreciaba la artesanía de su empleado como zapatero. En una coincidencia trágica, inmediatamente después de que supo que el zapatero había muerto, el dueño también falleció. “Ese mismo día guardamos luto por dos muertos: el del dueño y el de mi marido,” recordó Mendoza.
Aunque su pérdida fue un golpe, la cantante seguía decidida en reconstruir su carrera. Casi enseguida, empezó a escribir cartas personales a los promotores para volver a las giras.
Tres años más tarde, se casó con otro zapatero, Fred Martínez, a quien conoció durante una contratación extendida de dos años en un salón de baile bien conocido en Denver, Colorado. La pareja se mudó a Houston, donde Mendoza seguía interpretando, a pesar de padecer de artritis en las manos. Siguió activa hasta que una serie de derrames cerebrales la dejaron parcialmente paralítica y fue forzada a jubilarse en 1988.
Lydia Mendoza murió de causas naturales el 20 de diciembre de 2007. Centenas de aficionados llegaron de todas partes de Texas para expresar sus respetos finales a “La Cantante de los Pobres.” La enterraron en el San Fernando Cemetery en San Antonio, Texas, donde había comenzado su carrera casi 80 años antes.
Mendoza se ganó una nueva generación de aficionados al fin de su carrera, debido en gran medida a los esfuerzos de Strachwitz de coleccionar, relanzar y promover su obra. En 1976, apareció en Chulas Fronteras, un documental sobre la música y cultura fronteriza producido por Strachwitz y dirigido por Les Blank. En 2011, Arhoolie Records lanzó una grabación en concierto titulado “La Alondra De La Frontera - Live!” (Arhoolie 490), grabada en 1982 en el Wheeler Auditorium en la Universidad de California, Berkeley. Este conjunto realza el repertorio de música sumamente amplio de la cantante: canciones de Argentina, Cuba, Colombia y España, entremezcladas con rancheras, corridos, boleros y huapangos mexicanos.
La profundidad y variedad del repertorio de Lydia mostraba una versatilidad hábil que le ayudó a ganarse aficionados de todas partes del continente. Fue entre los primeros artistas que superaron la brecha entre los estilos rurales y los urbanos. Además, tenía una increíble capacidad de satisfacer una gran variedad de peticiones de sus audiencias, tanto en las salas de concierto como en las cantinas. Rara la vez que no pudo cumplir.
“¡Durante todos los años que he grabado artistas folklóricos vernáculos, no recuerdo haber conocido a otro cantante con un repertorio tan asombrosamente grande y variado en la cabeza e instantemente a sus órdenes!” escribió Strachwitz en las notas que acompañan el disco en vivo, el cual él produjo.
Además de lanzar varias compilaciones LP de la obra temprana de Mendoza, Strachwitz también grabó material nuevo por Mendoza en los 1980. Fue entonces, recordó Lydia, que finalmente escuchó, por primera vez, las viejas grabaciones que había hecho como jovencita, tocadas para ella por Strachwitz de su colección.
Las contribuciones de Lydia Mendoza a la herencia e historia musical de los Estados Unidos no se han pasado por alto. Entre sus muchos premios, recibió el prestigioso National Heritage Fellowship del National Endowment for the Arts en 1982.
Durante su carrera, Mendoza fue honrada por dos presidentes estadounidenses. En 1977, le pidieron que cantara en la inauguración del Presidente Jimmy Carter en el John F. Kennedy Center for the Performing Arts. Veintidós años más tarde, el Presidente Bill Clinton le confirió el honor cultural más alto del país, el National Meda lof the Arts, presentado en una ceremonia en la cual compartió la escena con Aretha Franklin y el productor de televisión Norman Lear, entre otros.
En su estado natal, Lydia fue introducida en el Salón de la Fama Tejano (1982), el Salón de la Fama de la Mujer Tejana (1985), el Salón de la Fama del Conjunto (1991) y el Salón de la Fama y Museo Tejano R.O.O.T.S. (2002). Además, fue premiada el Texas Meda lof Arts por Texas Cultural Trust en 2003.
La popularidad y el atractivo duraderos de Lydia se debían en gran parte a la emoción que traía a sus canciones. Decía que sentía que había vivido cada canción que cantaba, fuera sobre un romance o una traición. Sin embargo, desacreditó el error popular de pensar que su canción emblemática, “Mal Hombre,” se basaba en su propia experiencia con un mal hombre. A fin de cuentas, argumentaba, era una niña cuando aprendió la canción, demasiado joven por tales experiencias tan adultas.
Aun así, sabía presentar la canción con pasión durante toda su vida, y a sus aficionados les encantaba.
“Grabé ‘Mal Hombre’ hace más de 40 años, y no pasa ni una noche en que nadie me la pide,” Lydia le contó a un entrevistador para un artículo que apareció en Ethnic Recordings in America: A Neglected Heritage (Grabaciones Étnicas en América: Una Herencia Desatendida), publicado en 1982 por American Folklife Center. “Y yo—yo nunca me aburro ni me canso de ella. No sé cómo recompensar a esta audiencia que sigue conmigo … salvo con cantar lo que quieran escuchar. Estoy contenta con mi música, y mientras Dios me permita y pueda hacerlo, y mientras mi público me aguante, allí estaré.”
– Agustín Gurza
2 Comments
Mantente informado de nuestras ultimas noticias
Magnifica mujer,. La vi y la
de Maurici Salinas Jr (not verified), 03/13/2023 - 12:14Magnifica mujer,. La vi y la escuche en una cantina en el Houston Northside in the late 1960s.
A most fascinating story told
de Jeff Davis (not verified), 06/23/2020 - 06:10A most fascinating story told about an evidently incredible woman!