del UCLA Chicano Studies Research Center,
el Arhoolie Foundation,
y del UCLA Digital Library
En la primera entrega de mi serie de tres partes sobre el bolero, ofrecí una visión general del género romántico y destaqué las canciones que había aprendido de mis padres cuando era niño. En la segunda parte, he seleccionado otros ocho clásicos que descubrí durante mis años universitarios, a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970.
El bolero es uno de los estilos de canción más importantes de América Latina, tan omnipresente como el tango, el mambo o la bossa nova. Entre los géneros identificados en la Colección Frontera, el bolero romántico ocupa el segundo lugar, con más de 17,500 entradas en la actualidad. Esto incluye más de 70 subgéneros, como el bolero ranchero, el bolero mambo, el bolero rítmico y el bolero criollo, un estilo anticuado que solo aparece en tres grabaciones de 78 rpm.
Muchos países tienen imágenes icónicas e himnos no oficiales que captan la esencia del espíritu nacional. En los Estados Unidos, hay la melodía viva de “Yankee Doodle Dandy”. A veces, bastan unas pocas palabras para evocar una causa familiar y su importancia histórica. Rosie la Remachadora. Las sufragistas. Los minutemen coloniales. Podemos visualizarlos fácilmente en nuestra mente, con cualquier nostalgia u orgullo nacional que ello conlleva.
La pandemia de coronavirus tiene todos los ingredientes de un corrido, la balada narrativa histórica de México. La crisis de salud pública ha traído miedo, muerte, tragedia y conflicto social, todos los cuales han sido temas de esta forma de canción desde antes de la Revolución Mexicana.
Ningún país puede competir con los Estados Unidos con respecto a su colección de villancicos navideños. Tesoros estacionales como “White Christmas” (“Navidad Blanca”), escrito en 1942 por Irving Berlin, y “Jingle Bells” (“Cascabeles”), compuesto por James Pierpont en una taberna en Massachusetts en 1850, son entre las canciones navideñas más populares del planeta.
La Revolución Mexicana de 1910, con sus épicas héroes que se enfrentan con luchas de vida y muerte, marcó el inicio de una época dorada del corrido. En la introducción a su antología de 1954, “El Corrido Mexicano,” el historiador del corrido Vicente T. Mendoza asevera que la balada narrativa alcanzó su “carácter definitivo” durante la década de la Guerra Civil en México, adquiriendo así “su verdadera independencia, plenitud y carácter épico en el fragor de la batalla.”
Durante la primera mitad del siglo XX, el corrido se transformó de tradición oral en una forma de arte comercial grabada. Pero al hacer esta transición, los corridistas tuvieron que adaptar sus largas baladas narrativas a la tecnología de grabación que había en la época, principalmente los viejos discos de laca de 78 rpm.
Como vimos en la Parte 1, el corrido se desarrolló como tradición oral durante la segunda mitad del siglo XIX. La balada narrativa fue cultivada en la frontera, alimentada por el conflicto cultural que quedaba después de la guerra entre los Estados Unidos y México. Esas tempranas baladas fronterizas, que alcanzaron su apogeo entre 1860 y 1910, describía las hazañas de protagonistas atrapados en estas guerras culturales, muchas veces sin querer.
Es común describir el corrido como una balada narrativa, que es una definición correcta peo insuficiente. Las baladas narrativas existen en muchos países, incluso los Estados Unidos. Pero la forma que se desarrolló en México a fines del siglo XIX está profundamente enraizada en la historia cultural específica de ese país, y especialmente en la relación desigual con su vecino conquistador al norte.
El tango argentino es uno de un puñado de estilos de canción y baile —junto con el flamenco español y el mambo cubano— que surgieron de fusiones culturales en el mundo hispanohablante y ganaron popularidad global en el siglo XX. La manía por el tango que recorrió Europa y los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo pasado se habrá desvanecido. Pero el tango como forma artística sigue vigente, tanto en las formas tradicionales como las contemporáneas.
Es uno de los ritmos más reconocibles en la historia de la música popular bailable: Uno, dos, chachachá.
Durante una época en los 1950, este ritmo afrocubano se convirtió también en una moda en el baile en el mundo occidental, desde París a Caracas, desde Nueva York a la Cuidad de México. El chachachá llegó a ser esencial en el baile de salón, junto con el mambo y la rumba. Al mismo tiempo, el ritmo ligero y alegre de este nuevo ritmo bailable se impregnó en el ADN del rock ‘n’ roll temprano.
Los México-americanos han producido memorables fusiones musicales durante el último medio siglo. Talvez las mejores conocidas son dos variedades californianas: el rock-salsa de Carlos Santana de San Francisco y el sonido de blues más jarocho de Los Lobos en Los Ángeles. Un estilo menos conocido, pero igualmente longevo, viene del Estado de la Estrella Solitaria: el rock tejano. Es una mezcla del acordeón melódico tejano-mexicano, la guitarra eléctrica atrevida y un toque de rockabilly estridente.
La música de conjunto, el estilo acordeonista popular con los México-americanos por todo el Suroeste, consta la piedra angular de la Colección Frontera. Sin embargo, el conjunto como tal no aparece en la lista de los géneros Top 20 compilada para mi libro sobre el archivo Frontera y publicada en 2012 por el UCLA Chicano Studies Research Center Press. Este hecho señala una confusión sobre el término, que algunas veces también deja perplejos aun a fanáticos que son familiarizados con el género.
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