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Lupe Fernandez

Biografía de Artista: Lalo Guerrero, Padre de la Música Chicana, Parte 2

En 1939, mientras la Gran Depresión perdía su potencia y surgía una nueva guerra mundial, Lalo Guerrero seguía como músico en aprietos que buscaba destacarse. Era recién casado y miserable, con un hijo en camino y dificultades en encontrar trabajo, lo que mantenía a la familia siempre en movimiento de bolo a bolo.

            En su autobiografía, Lalo: My Life and Music (Lalo: Mi Vida y Música), Guerrero llamó este período “nuestros años gitanos.” Sin embargo, la década de los 1940, con la música swing, también traería fama y algo de estabilidad al joven artista.

            Guerrero y su nueva novia, Margaret, se casaron en su pueblo natal de Tucson el 15 de octubre de 1939. Esa misma tarde, la pareja volvió manejando a Los Ángeles, donde vivían y donde Guerrero interpretaba con su dúo en Café Caliente en la Calle Olvera. Pero perdió el trabajo la próxima noche cuando Lupe Fernández, su socio impulsivo, discutió con el dueño. Fernández le dio un puñetazo al patrón, quien lo corrió del sitio con un cuchillo de carnicero. Guerrero fue invitado a continuar sin Fernández, pero no se sentía seguro de sí mismo como solista.

            La pareja volvió temporalmente a Tucson, donde su primer hijo, Edward Daniel, nació en un centro de natalidad llamado el Stork’s Nest (Nido de la Cigüeña). La búsqueda constante por el trabajo, sin embargo, pronto los llevaría a Los Ángeles, donde vivían en un departamento tan chiquito que no les quedaba espacio para una cuna. Su bebecito, un futuro actor de teatro y productor de TV, dormía en un cajón de su cómoda.

            Pronto, Guerrero se reconcilió con su antigua pareja. Fernández había formado su propio dúo con un músico de Tijuana, Mike Ceseña, “un joven maravillosamente talentoso, un buen guitarrista con una gran voz.” Los tres formaron un trío y empezaron a tocar en un restaurante en Phoenix llamado El Chico. Guerrero se había ido a Arizona sin su familia, pero en poco tiempo, su esposa insistió en unirse con él, aunque tuvieron que vivir temporalmente en una choza de adobe con pisos de tierra.

            “No me importa si tenemos que dormir bajo un puente, siempre que estemos juntos y tengamos leche para el bebé,” recuerda Guerrero que decía su esposa. “Tal vez otra mujer habría insistido que yo saliera a buscar un trabajo real, pero durante todos esos años duros, Margaret entendía que mi música era mi vida.”

            La tragedia llegó pronto al nuevo trío cuando Ceseña se ahogó mientras nadaba en una acequia de riego. Guerrero le culpaba a Fernández por el accidente porque fue él quien había provocado a su compañero a tirarse. De nuevo la pareja se dividió, esta vez amargamente.

            “Tan pronto como habíamos enterrado a Mike,” escribe Guerrero, “le dije a Lupe, ‘Hombre, renuncio. Ya no voy a trabajar contigo.’ Entonces le dije a Margaret, ‘Busca al bebé. Nos vamos a casa.’”

            De vuelta a Tucson, Guerrero empezó a tocar como solista en un restaurante llamado El Charro Café, tocando por nueve horas cada noche, seis noches a la semana, por cinco dólares por semana, viviendo de las propinas. Además, obtuvo un papel de poca importancia en la película de 1940 Arizona, un western que ganó un Oscar, protagonizado por William Holden. Guerrero apenas se reconocía en su breve apariencia, montado en un caballo, con una peluca negra, vestido “para parecer hasta más como un indio de lo que ya parecía.”

            El comienzo de la Segunda Guerra Mundial le forzó a Guerrero a aceptar ese trabajo diurno que había estado evitando, ya que esperaba evitar el reclutamiento con un empleo relacionado a la guerra. Después del ataque en Pearl Harbor en 1941, trasladó a su familia a San Diego, donde fue a trabajar para Consolidated Aircraft (luego Convair), haciendo bombarderos de B-24 Liberator. Los fines de semana, apareciendo en el programa como Eddie Guerrero, tocaba en el Club Mexicali, donde, según una reseña del periódico en esa época, “el trovador tenor fue detenido en la escena por la formidable ovación de la audiencia, que simplemente no le dejaba parar.” Además, empezó a dar giras con el USO, e interpretaba con una orquesta de 18 partes en hospitales militares y bases navales.

            Una tarde en San Diego, Guerrero recibió una sorpresa emocionante cuando escuchó su canción “Canción Mexicana” tocada en la radio por Lucha Reyes, un vocalista mexicano importante en esa época. Recuerda haberle gritado a su esposa que viniera a escuchar, y los dos saltaron juntos con emoción. Pensaba que su gran sueño se había realizado: Una gran estrella por fin había grabado una de sus canciones.

            Se desilusionó, sin embargo, tan pronto como cruzó la frontera y se compró el disco en Tijuana. El disco atribuye las letras de la canción a Lucha Reyes, no a Lalo Guerrero. Decidido de confrontar al editor, Guerrero se subió inmediatamente a un tren a la Ciudad de México, lleno de rabia en el camino. Durante el viaje de cuatro días, el sonido de las ruedas del tren parecía atormentarlo con la repetición rítmica de una frase provocadora: “Están tratando de robarte tu canción. Están tratando de robarte tu canción.”

            Resultó ser un malentendido enrevesado. Como lo explica Guerrero, Reyes había escuchado la canción en Los Ángeles mientras tocaba en el histórico Mason Theatre, ubicado en Broadway frente al edificio de los Los Angeles Times. Reyes compartía el programa con un trío que incluía una de las antiguas parejas de Guerrero, Luis Moreno. Cuando la estrella del concierto le preguntó sobre la canción, Moreno dijo en broma que él la había escrito, y se la ofreció como regalo, sin imaginar que ella llegaría a grabarla.

            Guerrero nunca habló con Reyes directamente sobre la confusión sobre los derechos de autor, y nunca supo si ella estaba consciente de la confusión. Al principio estaba enojado, pero luego se dio cuenta de que de otra manera tal vez su canción nunca habría sido grabada. Era una de esas canciones que había vendido a PHAM en 1939, y el editor ni sabía que Reyes la había grabado para RCA hasta que Guerrero apareció en persona para quejarse. De hecho, si no fuera por la jugarreta de su pareja, Guerrero reflexiona, “Canción Mexicana” se habría quedado en un cajón acumulando el polvo junto con sus otras canciones ignoradas.

            A la larga, la intervención del compositor, sin embargo, corrigió la atribución, aunque no menciona el remedio en su libro. La Colección Frontera tiene dos versiones de la canción por Reyes en discos de 78 rpm, ambas con el Mariachi Tapatío. En una, (Victor 70-7099), Reyes sí aparece como compositor. Pero en la otra, presumiblemente lanzada más tarde (RCA Victor 23-6398), la composición se atribuye correctamente a Guerrero. Recibe reconocimiento también en una tercera versión del archivo, un sencillo de 45 rpm también en RCA Victor, lanzada al menos una década después.

            Lección aprendida: Vale la pena defender tus derechos de autor agresivamente.

Los Pachucos Asumen un Papel Central

            Después de la guerra, Guerrero se volvió a Los Ángeles y empezó a trabajar de nuevo en el Club La Bamba, esta vez como solista. En aquellos días embriagadores de posguerra, el sitio fue frecuentado por famosos de Hollywood, incluso la actriz y directora pionera Ida Lupino, como también las estrellas prometedoras Ricardo Montalbán y Anthony Quinn, los dos de México.

            En 1946, a través del club, Guerrero volvió a ser contactado por Manuel Acuña, el productor musical que lo había descubierto una década antes en una banqueta en L.A. Ahora, Acuña trabajaba con Imperial Records, fundado ese mismo año por Lew Chudd, quien pronto convertiría la discográfica en una fuerza pionera en el rock y R&B, con artistas como Fats Domino y Ricky Nelson. Pero en ese momento, Acuña dijo que Imperial buscaba grabar a un trío mexicano, y Guerrero fue reclutado para armar ese trío.

            Así nació El Trío Imperial, formado por Guerrero y dos amigos, Mario Sánchez y Joe Coria. Según su autobiografía, Guerrero grabó unas 60 canciones para la discográfica en los meses siguientes, o con el trío o con un mariachi, a $50 por lado. La Colección Frontera contiene 67 grabaciones por Trío Imperial en varios estilos, muchas compuestas por el mismísimo Guerrero.

            Unas de esas canciones—“La Boda de Los Pachucos,” “El Pachuco,” “El Pachuco y El Tarzan”—ponen de relieve las características de Guerrero como compositor: sus sátiras de calle, sus diálogos entre personajes y su dominio del caló, la jerga que mezcla el inglés y el español, usado por los llamados pachucos, los llamativos rebeldes mexicoamericanos de la década de los 1940. Guerrero aún no lo sabía, pero las sensibilidades del pachuco llegarían al final a ser la clave a su mayor éxito, como parte del futuro musical Zoot Suit.      

            En ese momento, Guerrero y su productor deseaban ardientemente extender los límites del formato romántico/ranchera del trío. Por eso, decidieron formar una banda de danza moderna, con influencias tropicales y de jazz. Guerrero reclutó a los mejores intérpretes que había conocido en las discotecas de moda en L.A., y formó un combo de cinco partes llamado Lalo y Sus Cinco Lobos. Eran Pete Alcaraz, David López, Frank Quijada, Carlos Guerrero y Alphonso Rojo.

Guerrero dice que buscaba buenos músicos que se podían llevar bien. Aparentemente, escogió bien; su quinteto de lobos permaneció unido por 20 años.

Al principio, la banda fue creada para grabar, pero se popularizó como grupo interpretativo. Su primera contratación fue en el Club Acapulco en Calle Los Ángeles. Fue el primer bolo de Guerrero como director musical, y duró casi un año. Luego tocarían en muchos otros locales.

La escena de las discotecas en L.A. en ese momento era “muy diversa y emocionante,” recuerda Guerrero. Los locales se llenaban de amantes de la música y danzantes todas las noches. Aparecían los mejores artistas de México, como el legendario Mariachi Vargas de Tecalitlán o la orquesta urbana de Luis Alcaraz. Hubo además una infusión de la mejor música bailable del Caribe desde la Costa Este, con artistas como Tito Puente y Pérez Prado que entusiasmaban a los aficionados en los clubes de baile de El Trocadero, Ciro’s y Coconut Grove.

Uno de los clubes, El Hoyo en Calle Main, fue frecuentado principalmente por pachucos, vestidos en sus zoot suits jazzísticos, que bailaban el Jitterbug. Durante los años de guerra, los pachucos fueron perseguidos como antipatrióticos por los militares estadounidenses, quienes los atacaban y los desvestían en las calles durante lo que se llegó a conocer como los Zoot Suit Riots (Disturbios Zoot Suit). Guerrero, quien aún vivía en San Diego, recuerda el impacto de los disturbios civiles: “Podíamos sentir las vibraciones de la violencia, como estar al borde de un terremoto.”

Para Guerrero, los pachucos representaban “el epitome de ‘cool’ antes de que la palabra cool se había empezado a usar.” Y como intérprete, Guerreo era popular entre ellos porque tocaba la música bugui-bugui y swing que les gustaba, y podía hablar su idioma, ya que usaba su lenguaje mezclado de inglés y español tanto en sus letras como en la conversación.

          En una parodia temprana, sin embargo, Guerrero denuncia su degradación del español castellano correcto. Llamada “Nuestro Idioma” y con interpretación por El Trío Imperial, la canción llama el español el idioma más hermoso del mundo, usado para “hacer los amores a una bella nena, para hablarle a la madre y para hablar con Dios.” En un segmento de diálogo, se escucha a unos pachucos que hablan en caló, lo cual desconcierta al narrador, quien pide una traducción de los que lo escuchan. Y en una voz gentil en un español perfecto, el cantante les pide perdón a “nuestros antecesores” por “haber destrozado el idioma tan hermoso.” Dado el uso notable de la jerga callejera por Guerrero, su canción puede entenderse como una burla de los puristas castellanos.

Guerrero escribió más de una docena de “canciones de pachucos” con el trío, muchas en estilo de corrido o balada. Pero las que se convirtieron en clásicos y establecieron su legado fueron grabadas como bailables con sus Cinco Lobos. Tres décadas más tarde, cuatro de esas canciones llegarían a Broadway y a la gran pantalla cuando salieron en el musical de 1978 de Zoot Suit por Luis Valdez. Las canciones habían llegado a Valdez a través del etnomusicólogo Philip Sonnichsen, quien había grabado y archivado la música, y quien luego la compartió con el dramaturgo, según Guerrero.

La Colección Frontera contiene las cuatro canciones de la obra. “Vamos a Bailar,” junto con “Chicas Patas Boogie,” están en un disco de 78 rpm (Imperial 458), interpretados por Guerrero y su orquesta. “Los Chicos Suaves” y “Marijuana Boogie” se encuentran en la banda sonora de la película, con voces de los actores principales Edward James Olmos y Daniel Valdez, el hermano menor del dramaturgo.

Para finales de la década de 1940, la escena de los pachucos se había desvanecido y Guerrero siguió adelante. En 1949, nació el segundo hijo de él y Margaret, Mark, quien ahora es músico y escritor y vive en Palm Springs. La década de los 1950 traería más éxitos en otros estilos para Guerrero, pero nunca dejaría atrás a los pachucos.

“En verdad,” escribe, “la mística de los pachucos nunca desapareció; la sombra de los zoot suiters siempre estaba con nosotros. La música se desvaneció, los estilos cambiaron, pero nunca desaparecieron por completo.”

Dos décadas después del éxito de Zoot Suit, Guerrero, con 83 años, volvió a grabar canciones de la obra, entre otras, para un CD de 1999 con Break Records, llamado Vamos a Bailar – Otra Vez! Fue producido por Ben Esparza, y salió en el disco una banda de 12 participantes que eran entre los mejores músicos de grabación de L.A., incluso Justo Almario, el coproductor, quien tocaba la flauta y el saxófono.

En Camino y en la Lista de Éxitos

            En 1947, justo después de cumplir 30 años, Guerrero logró realizar uno de sus sueños largamente esperados: Por fin, hizo un disco en inglés, bajo el nombre artístico de Don Edwards. En su canturreo más suave, grabó dos canciones bilingües para Imperial Records, “To-Day and Always” (“Hoy y Siempre”) y “Florecita,” acompañado por Mark Wilson y Su Orquesta. Pero el disco no se vendía, esfumando sus esperanzas de pasar al mercado general de música en inglés.

            “Yo tenía una voz hermosa y clara, y si me permite, hice bien en ese disco, pero me adelanté años a mi tiempo,” escribió. “En la década de los cuarenta, nadie podía concebir que un Mexicoamericano con cara de cactus pudiera cantar ‘Tiptoe Through the Tulips’ o lo que fuera. Las ventas eran mediocres, así que volví al español.”

            En 1948, Guerrero tuvo suerte con una canción llamada “Pecadora,” por el compositor más estimado de la época, Agustín Lara. Pero la gran oportunidad de Lalo fue la desdicha de otro. Cuando un vocalista estrella de México empezó a tomar y a perder sesiones de grabación para Imperial Records, el productor Acuña le pidió a Guerrero que le sustituyera como solista en la canción, que fue su primer gran éxito. (Curiosamente, la grabación en 78 rpm en Colony Records no atribuye la composición a Lara en el sello.)

            De vuelta a Tucson, la gente recibió a Guerrero con “una bienvenida de héroes,” con un baile en Wetmore’s Ballroom.

            “En aquellos días, era muy difícil ser grabado como solista, y no había ningún muchacho local—ni negro ni blanco ni moreno—que lo hubiera hecho,” recuerda. “Mi mamá estaba ahí, mis hermanos y hermanas, y mis amigos. Canté para ellos, y fue una experiencia tremenda, tremenda volver a casa exitoso.”

            La relación de Guerrero con Acuña como productor duraría 30 años, y trabajarían juntos en grabaciones para varias discográficas. Acuña, quien era también compositor y arreglista, seleccionaba canciones que él creía que eran apropiadas para Guerrero, y sus instintos solían ser correctos.

            El éxito de “Pecadora” aumentó las ventas de los discos de Guerrero por todo el Suroeste. Para capitalizar su nueva popularidad, pronto salió a la carretera. En un concierto en Mexicali, conoció a un cómico y ex payaso de circo llamado Francisco “Paco” Sánchez, quien propuso una colaboración en un espectáculo itinerante. Sánchez había viajado con Barnum & Bailey y sabía dónde encontrar a audiencias mexicoamericanas hambrientas de entretenimiento.

            Pronto, los dos compañeros estaban viajando por los pueblos de Suroeste, presentando su espectáculo de estilo vodevil. Incluía al comediante, a un mariachi, y al cantante principal, los cuales viajaban todos juntos en el Packard de Paco y el Pontiac de Lalo.

            Guerrero volvió a casa con una ganancia de $80,000, parte de la cual usó para comprarse una casa en el Este de Los Ángeles. Sánchez luego se postuló exitosamente para la oficina estatal en Colorado.

            Con deseos de repetir el éxito de su gira, Guerrero unió fuerzas con Teddy Fregoso, un compositor mexicano y publicista quien una vez se había entrenado como torero. Fregos—quien llegaría a ser un disk jockey popular con tu propia emisora arriba de El Capitan Theatre en Hollywood—estructuró la gira y sirvió como el presentador musical. Se llenaban los salones de baile mexicanos donde aparecieran Guerrero y su banda.

            Pronto, Guerrero aprendió a sincronizar sus giras para atraer el mayor número de espectadores. Tocaba en los lugares a donde migraban los campesinos, para cosechar cebolla en junio o algodón en septiembre. “Los campesinos seguían a los cultivos, y yo también.”

            Lalo fue seguido también por la suerte.

            Una noche en Denver, su banda fue contratada en el Rainbow Ballroom como el acto de apertura para el Trio Los Panchos, los celebrados cantantes románticos de la Ciudad de México. Después de evento, se acercaron a Guerrero y le preguntaron sobre una canción que les había gustado y que no habían escuchado antes, “Nunca Jamás,” escrita por Guerrero para denunciar la violencia doméstica. El famoso trio quería grabarla, así que Guerrero redactó las letras, sin imaginarse que realmente lo harían. Meses más tarde, de vuelta en Los Ángeles, una noche, se entusiasmó mucho al escuchar salir su canción de una rocola, interpretada por nadie más que el Trio Los Panchos.

            “De todas las canciones que he escrito, las dos que fueron grabadas casi por casualidad, ‘Canción Mexicana’ y ‘Nunca Jamás,’ son las que han sido mis mayores éxitos en todos estos años,” dice.

            En la Colección Frontera, la versión de “Nunca Jamás” por Trio Los Panchos fue grabada originalmente por Columbia en México, pero fue lanzada en el sello discográfico Seeco de Nueva York para los EE.UU. El archivo contiene además un par de versiones por el mismísimo Guerrero: un sencillo de 45 rpm con Mariachi Los Camperos en el sello Colonial, del productor Acuña, y un 78 más antiguo con un mariachi no identificado en RCA Victor, con el título traducido como “Never, Never” (“Nunca, Nunca”).

            Como director musical, Guerrero sentía que debía proteger a sus músicos. Empatizaba particularmente con su baterista, Frank Quijada, quien era invidente en un ojo. Guerrero recuerda que algunas bandas no lo contrataban porque su ojo malo también era bizco “y no se veía bien en escena.” Pero a Lalo no le importaban las apariencias; había contratado a Quijada porque “era muy buen baterista.”

            Guerrero admiraba también la devoción del percusionista. Para una canción sobre un joven lustrabotas, “El Bolerito de La Main,” Quijada recreó el sonido de un chasquido de un trapo de lustrabotas con quitarse los pantalones y darse palmadas en las piernas desnudas. En el estudio, después de varias tomas, la piel del baterista se quedó roja con la repetición del efecto de sonido todas las veces necesarias. Se pueden escuchar las palmadas de Quijada en esta grabación, llamada simplemente “El Bolerito,” un bugui-bugui en Imperial en el cual salen Lalo Guerrero y Su Sexteto.

            Guerrero y Quijada fueron compañeros de cuartos mientras viajaban, e intentaba cuidarse de su baterista tuerto, preocupado de que se fuera a tropezar y caerse de la escena. Quijada también apoyaba a su jefe y se entusiasmaba mucho cuando interpretaban ante una sala llena.

            Cuando Quijada contrajo cáncer con alrededor de treinta años, Guerrero no pudo hacer nada para ayudarle. La banda tuvo que continuar su gira sin él. En una parada en Santa Fe, recibieron la noticia que su baterista se había muerto. Su viuda les llamó y les relató las últimas palabras del músico: “Lalo, ¡mira! El salón está lleno, Lalo. ¡Qué maravilla!”

            El baterista había fallecido sintiendo el resplandor del éxito de la banda.

La Fabulosa Década de los Cincuenta

            La década de los 1950 fue una década importante para Guerrero.

            Siguió consiguiendo papeles menores en películas importantes de Hollywood. El músico no se consideraba un gran actor, pero los directores lo llamaban de vez en cuando para darle un papel porque, él dedujo, les gustaba su apariencia: “alto y esbelto con el cabello negro lustroso, no exactamente de indio, no exactamente español—tipo Anthony Quinn.”

            Apareció en la película His Kind of Woman (1951), ambientada en un resorte de lujo mexicano y protagonizada por Robert Mitchum y Jane Russell. Guerrero aparece en una escena, en la cual rasgueando su guitarra, que acompaña la voz de la voluptuosa Russell, quien se dice que tuvo una aventura con el millonario Howard Hughes, el productor ejecutivo de la película. En su autobiografía, Guerrero recuerda una anécdota humorosa en el estudio de cine. Mientras entraba Mitchum a la escena, el director interrumpe el rodaje porque el actor ignoraba a su sexy coprotagonista. Naturalmente, insistía el director, Mitchum debería estar comiendo a Russell con los ojos mientras avanzaba. A eso respondió Mitchum: “Bueno, eso no lo sé. ¿Viste el culo del guitarrista?”

            El equipo de desmoronó, y Guerrero dice que no le molestaba ser el objeto de la broma. Pero Russell estaba enfadada y salió del set ofendida.

            Guerrero todavía soñaba con tener éxito en México, algo que ningún artista mexicoamericano había hecho. Así que, a mediados de la década de 1950, salió con su esposa e hijos a la Ciudad de México, instalándose en una habitación en el Hotel Regis, en el corazón del histórico zócalo de la ciudad. Pronto le quedó claro de que esto era otra vía sin salida. El contrato discográfico no dio resultado, la prensa era le criticaba uniformemente su percibida arrogancia “pocha,” y su esposa perdía la paciencia con su sinfín de noches de parrandear con los otros músicos.

            Margaret le dio un ultimátum: él podía quedarse en la Ciudad de México, pero ella volvía a casa con los niños. Guerrero cedió. El día después de que se fueron, un terremoto destruyó el edificio que habían ocupado. Informes noticiosos sobre el temblor, que golpeó a la capital justo después de las 7 de la mañana el 19 de septiembre de 1985, mencionan el colapso total del Hotel Regis, que también se inflamó por una fuga de gas. Guerrero atribuye a su esposa el haberles salvado la vida.

Pancho López y el Encanto de las Parodias

            De vuelta a los Estados Unidos, fue otro evento fortuito que condujo a uno de los mayores éxitos de Guerrero, tanto en inglés como en español.

            Guerrero iba en camino al trabajo un día cuando por casualidad oyó a unos muchachos mexicanos que improvisaban letras en español para las canciones más populares del día, “The Ballad of Davy Crockett” (“La Balada de Davy Crockett”), que había estrenado en 1954 en la serie de televisión, “Walt Disney’s Wonderful World of Color” (“El Maravilloso Mundo de Color de Walt Disney”). En el coro, los muchachos habían remplazado al héroe popular estadounidense con un héroe mexicano, y cantaban, “Pancho, Pancho Villa….”

            Esto inspiró a Guerrero a inventar sus propias letras en español para la ubicua canción, que se convirtió en un gran éxito para Disney en 1955. La canción original, que cuenta la historia de Davy Crockett y su sombrero de piel de mapache, salía tanto en la TV como en las producciones cinemáticas sobre el peleador contra los “indios,” interpretado por el actor Fess Parker, que se murió en el Álamo.

            Guerrero convirtió la balada narrativa en una juguetona canción derivada llamada “Pancho López.” Se trataba de un muchacho nacido en Chihuahua en 1906, se casó con siete años de edad, salió a luchar en la revolución con ocho años, y con nueve años estaba muerto. La moral: Detente, vives demasiado rápido.

            Su parodia fue un exitazo por todo el Suroeste y en Latinoamérica. En México, aun se produjo una película basada en el personaje satírico inventado por Guerrero, “Pancho López” (1957), protagonizada por el cantante Luis Aguilar. De nuevo, Guerrero se queja de que nunca le pagaron por el uso de su canción en la película. El IMDB, la base de datos fidedigna del cine, no atribuye a Guerrero en su lista; se atribuye a Manuel Esperón, el prominente y prolífico cantautor mexicano, como director musical de la película.

            “Nunca recibí ni un centavo por eso,” escribe de la película. “Todavía me enfurece pensar que, aun cuando la película pasó por San Diego, los productores nunca contactaron conmigo. ¡Ni me ofrecieron un boleto gratis!”

            En un momento, Guerrero llevó una demonstración de la canción al distribuidor discográfico de Hollywood llamado Al Sherman (quien no debe confundirse con el cantautor satírico Allan Sherman). El distribuidor, quien no hablaba español, le garantizó a Guerrero un millón de ventas si él elaboraba letras en inglés.

            Como predicho por Sherman, la versión en inglés también se convirtió en un éxito en 1955, y se vendieron 750,000 copias. Con esto, Guerrero obtuvo una reseña en la revista Time y apariciones como invitado en programas televisivos populares, incluso Tonight with Steve Allen y un programa presentado por Art Linkletter.

            El éxito general de la canción llamó la atención indeseada de nadie menos que Walt Disney, cuyo Wonderland Music Publishing tenía los derechos de la melodía original de “Davy Crockett.” Guerrero recuerda haber sido citado para una reunión con el célebre productor, quien había lanzado su nuevo parque temático, Disneyland, ese mismo año. Disney, él lo sabía, reclamaría su propiedad intelectual legal.

            “Pancho López” había sido lanzado en Discos Real, un sello fundado, también en 1955, por Guerrero y sus dos socios empresariales, el ingeniero de grabación Jimmy Jones y el inversor/comerciante Paul Landwehr. La compañía, sin embargo, no había obtenidos el permiso necesario para usar la canción de Disney.

            En su libro, Guerrero recuerda que él y sus socios fueron citados a reunirse en los estudios de Disney en Burbank. El nervioso trio de ejecutivos temían que les pondría un pleito y que serían arruinados por su infracción. Pero “lo que realmente nos sacudió,” recuerda, fue ser escoltados a la oficina privada de Disney y encontrarse cara a cara con el magnate de animación, flanqueado por dos abogados y el jefe de la edición de canciones.

            Disney fue cordial y le felicitó a Guerrero por su letra “astuta” (“¡qué elogio!”). Pero pronto les confrontó con el hecho de que no habían obtenido la autorización apropiada.

            “Sí, señor, ya nos dimos cuenta,” dijo Guerrero, a quien habían elegido como portavoz de Disco Real, “pero la verdad es que nunca esperábamos que se vendieran más de unos miles de copias. Y pensábamos que nadie averiguaría el problema, ni usted.”

             Guerrero pensaba haber detectado una sonrisa vacilante en la boca de Disney. Entonces, el reconocido creador de Mickey Mouse estableció las opciones: O podían ir a la corte, o podían compartir los ingresos 50-50.

            “No me lo podía creer,” recuerda Guerrero. “Rapidísimo, dije, ‘Aceptamos.’”

            Curiosamente, hay diferentes atribuciones en dos grabaciones de la canción, las dos en 78, en la Colección Frontera. En una, Discos Real 218-A, Guerrero comparte la atribución de compositor con George Bruns y Thomas W. Blackburn, los compositores originales de la canción de Disney. Pero en otra versión, Discos Real 1301-A, solo aparece Bruns como coescritor de Guerrero. Presuntamente, Blackburn—quien escribió las letras originales que hoy en día se considerarían racistas—fue omitido porque se habían usado las letras en inglés de Guerrero y no las de él.

            El archivo contiene también otra canción de Disney con un toque latino, “Mickey Mouse Mambo,” basada en el tema musical del programa televisor Mickey Mouse Club, con letras por el Mouseketeer principal Jimmie Dodd. La grabación en Real Record (como sencillo tanto de 45-rpm como de 78-rpm) identifica al artista con un sobrenombre oficial: Lalo (“Pancho López”) Guerrero. A los aficionados de la salsa de LA les interesará saber que la orquesta que acompañó al cantante fue liderado por Chico Sesma, un disk jockey de salsa pionero y promotor de conciertos en el Sur de California. En este caso, se aseguraron de mencionar la editorial, Walt Disney Music.

            El contrato entre Disney y Discos Real resultó bastante lucrativo para los socios de “Pancho López,” que dividieron sus ganancias entre los tres. Con su parte, Guerrero pudo abrir una discoteca en el Este de Los Ángeles que prepararía el camino para la próxima fase de su carrera, como anfitrión del popular local por más de una década.

            Mientras tanto, “Pancho López” generó otras parodias cros culturales que se popularizaron en años que siguieron: hubo “Elvis Perez” (“when he plays the guitarra, he don’t sing Guadalajara” [“cuando toca la guitarra, no canta Guadalajara”); “There’s No Tortillas” (“No Hay Tortillas”), con la melodía de “It’s Now or Never” (“O Sole Mio”) de Presley; “Tacos for Two” (Tacos para Dos”), a send-up of the pop standard “Cocktails for Two” (“Cocteles para Dos”); y “Mexican Mamas, Don’t Let Your Babies Grow Up to Be Busboys” (“Mamás Mexicanas, No Dejen Que Sus Bebés Sean Ayudantes al Camarero”), una parodia de una famosa canción country sobre las madres y los cowboys.

            La Colección Frontera contiene una compilación de 1981 de sus parodias humorosas, Parodies of Lalo Guerrero, que incluye nuevas grabaciones con su hijo, Mark, y miembros de Los Lobos, la famosa banda de rock de East L.A. El disco incluye la parodia más querida de Guerrero, “Pancho Claus,” que imaginó a un primo mexicano de Santa Claus que dio un giro cultural a “La Víspera de Navidad.” Incluye también su giro automovilístico del clásico de Tony Bennett, “I Left My Car in San Francisco” (“Dejé Mi Carro en San Francisco”).

            “Puedo mexicanizar cualquier cosa,” escribe Guerrero, quien luego interpretaría como Santa Claus en East L.A. cada Navidad. “Escribí todas estas canciones solo para divertirme, pero luego a veces usaba el humor para hacer una declaración cuando veía algo que no estaba bien en nuestra sociedad.”

            Una de sus parodias atrajo la atención nacional. Guerrero transformó “16 Tons” (“16 Toneladas”) de Ernie Ford, sobre la labor intensa de los mineros de carbón, a un “lamento de ama de casa” llamado “Sixteen Pounds” (“Dieciséis Libras”), que se refiere a la carga diaria “de ropa vieja y sucia” de una esposa. En su programa de televisión, que era popular, Ford interpretó la versión de Guerrero, con el refrán: “Your husband comes home and whaddya get? How come my dinner ain’t ready yet?” (“Tu marido llega a casa y ¿qué te da? ¿Por qué no está lista mi cena?”). Una versión de la canción fue grabada en Discos Real por la cantante Gloria Becker, quien más adelante, como agente, desempeñaría un papel fundamental en el último capítulo de la carrera de Guerrero.

            Muchas veces, el éxito tiene sus inconvenientes. Discos Real se desbandó con acritud, apenas dos años después de su fundación. Impulsado por las sospechas de su esposa, Guerrero descubrió que uno de sus socios estaba agotando los fondos de la compañía con gastos personales.

            Luego, unos 20 años después del éxito de “Pancho Lopez,” activistas en el Movimiento Chicano qué surgía en ese momento empezaron a quejarse de que la parodia de Crockett era racista y estereotípica. Sí estaban las letras que encontraban ofensivas, que describían al personaje como un muchacho gordo y perezoso quien vino a los Estados Unidos como un “mojado” y abrió Un puesto de tacos en la calle Olvera. Los editoriales criticaron a la canción como “degradante a los mexicoamericanos,” recuerda Guerrero. (En 1966, Trini López, el cantante mexicoamericano famoso por sus éxitos en la música general, grabó la canción para su lanzamiento en Reprise Records, “The Second Latin Album” [“El Segundo Disco Latino”].)

            Aunque Guerrero no concordaba completamente con las críticas, dijo que dejó de cantar en público después de eso. Admitió que “tal vez sí parece racista” en inglés.

            “A través de los años, algunas de mis canciones han ofendido a diferentes grupos: los chicanos, los gais, las mujeres,” escribe. “Nunca he tenido la intención de malicia o mezquindad, pero nunca me he preocupado sobre ser correcto políticamente. Simplemente encuentro humor en todo.”

Un Marciano Que Habla Español y Tres Ardillas Que Cantan

            En 1959, al cierre de una década ya próspera, Guerrero tuvo otra idea novedosa que amplificaría su éxito, tanto doméstica como internacionalmente. Como antes, no tenía ninguna idea de lo grande que llegaría a ser su nueva creación.

            La idea le llegó, escribe Guerrero, en los albores de la guerrera espacial. Fue una gran noticia en 1957 cuando los rusos lanzaron el Sputnik, El primer satélite sin tripulación coma al espacio. Los americanos siguieron, y la competición espacial dominó las noticias por al menos la próxima década.

            Guerrero dice que esto le hacía preguntarse qué pasaría si un marciano llegara primero a la Tierra. En la mente, seguía contemplando los chistosos escenarios que ocurrirían en una interacción con un visitante del espacio.

            Más o menos al mismo tiempo, Guerrero estuvo en el estudio de Jimmy Jones para una sesión de grabación cuando su voz le fue tocada con avance rápido. Guerrero le pidió al ingeniero que encontrara una manera de grabar a propósito “esa pequeñita voz de tono alto” que le parecía cantar como un marciano.

            Guerrero dice que publicó precipitadamente las letras de una canción sobre un marciano quién viene a la Tierra con la piel verde, un solo ojo en medio de la frente, y que habla español. El marciano con la voz chirriante sermonea a los terrestres y les dice que deben dejar de enviar sus cosas al espacio—o habrá consecuencias.

            La canción, Un Marciano en La Tierra, fue un éxito por toda Latinoamérica. Hasta fue un gran éxito en La Habana, justo antes de que Fidel Castro Tomó los mandos. Guerrero decidió rentabilizar la novedad e invento una nueva rutina para niños, Las Tres Ardillitas. Los llamó Pánfilo, Anacleto y Demetrio, y a cada uno le dio una personalidad con una voz chirriante única, interpretada por él y un elenco rotatorio de actores de doblaje, incluso su hijo Mark, quien también escribió la música para 11 de las canciones infantiles.

            Al principio de la década de 1960, Guerrero empezó a grabar discos por Las Ardillas en su sello Colonial. Entonces, en 1966, Acuña, su productor de muchos años, envió muestras de los discos a EMI Capitol de México, que lo contrató inmediatamente.

            “Después de tantos años de golpear en las puertas,” escribe Guerrero, “por fin pude grabar en la Ciudad de México…como una ardilla.”

            Guerrero ordeñó la franquicia por 20 años, grabando en México uno o dos discos cada año, incluso discos navideños. Esta vez, no habría ninguna controversia sobre sus letras. Las ardillas eran monas y sanas. Les cantaban a los niños sobre las buenas costumbres, el respeto hacia los padres y el comportamiento apropiado en la escuela, enseñándoles la diferencia entre “lo correcto y lo incorrecto… con humor y una melodía alegre.”

            Como la canción de Disney coma sin embargo coma las ardillitas presentaba un reto legal. Guerrero menciona que recibió una carta sobre una rutina similar que también era muy popular, llamado Alvin & The Chipmunks, creado por Ross Bagdasarian Sr., quien actuaba como el padre adoptivo de las Ardillas Listadas bajo el nombre artístico de Dave Seville. Las Ardillas Listadas estrenaron como un disco novedoso en 1958, con Bagdasarian como el chirriante trio de ardillas listadas, usando su voz grabada y tocada de manera acelerada.

            La carta afirmaba que Las Ardillitas, que estrenó al año siguiente, fueron una imitación de Las Ardillas Listadas y le dio a Guerrero una orden de cese y desista. Pero el abogado de Guerrero replicó que crear “vocecitas para animales” era muy común, así que nadie podía reclamar un derecho exclusivo del concepto. Algunas fuentes dicen que el caso se arregló extrajudicialmente, pero Guerrero escribe en su libro que el asunto simplemente se dejó caer porque nunca supo nada más de Alvin and the Chipmunks, lo cual sugiere que nunca hubo ninguna sentencia judicial legal.

             Técnicamente la idea de crear voces de tono alto por acelerar la grabación no era original. El marciano de Guerrero fue precedido por otra canción novedosa sobre un extraterrestre, “The Purple People Eater” (“El Comilón de Personas Morado”) por Sheb Wooley, lanzado por MGM. La canción, que también incluye una criatura con voz chirriante del espacio sideral, fue el número 1 en las listas de Billboard en el verano de 1958. Más temprano ese año, el mismísimo Bagdasarian tuvo un éxito con aun otra voz chirriante y acelerada, “The Witch Doctor” (“El Curandero”).

             En su defensa, Guerrero dice que sus ardillas y las ardillas listadas de Bagsadarian se popularizaron más o menos al mismo tiempo, y “la verdad es que no sé quién fue primero.”

            A través de las décadas de 1960 y 1970, unas dos docenas de discos de Las Ardillitas se lanzaron, y Capitol Records luego volvió a publicar la rutina en CD. Se popularizaron entre los nietos de los aficionados originales, muchos de los cuales nunca habían escuchado el nombre de Lalo Guerrero, pero quienes podían nombrar fácilmente a Pánfilo, Anacleto y Demetrio.

La Discoteca de Lalo

                     En 1957, Guerrero se encontraba entre éxitos novedosos, después de Pancho López y antes de Las Ardillitas. Tenía dinero y buscaba una inversión. En ese momento, Guerrero tocaba en una discoteca en North Broadway, dirigida por el dueño y su esposa, quienes no se nombran en su libro. Un día, el dueño de la discoteca le propuso un acuerdo comercial: crear una asociación de 50/50 para lanzar una nueva discoteca juntos. Aunque siempre se había considerado “un pésimo empresario,” Guerrero dice que confiaba en la pareja, quienes “me trataban como un hijo.” Aceptó el acuerdo, así que buscaron un sitio en East L.A. y lanzaron la primera discoteca, llamada Lalo Guerrero’s.

            La gran apertura se anunció con reflectores estilo Hollywood que iluminaban el cielo nocturno. La discoteca fue un éxito instantáneo, llena de gente y de efectivo desde la primera noche.

            Sin embargo, la luna de miel comercial no duró mucho tiempo. Guerrero dice que sus socios se transformaron de amables a desagradables; “se volvieron codiciosos” y trataron expulsarlo. Una vez en la oficina, su socio le sacó un revólver. Estaba “echando espuma por la boca como un perro loco,” recuerda Guerrero, acusándolo de tratar de apoderarse de la discoteca y amenazándole, “Te mataré primero.”

            El socio no estaba completamente loco. Antes de disparar, ofreció comprar la porción de su socio aturdido. “A veces tengo problemas para tomar decisiones, pero esto no fue uno de esos momentos,” recuerda Guerrero, y añade que concordó con aceptar más o menos la cantidad que él había invertido. “Solo quería salirme de ahí con la piel intacta.”

            Guerrero se mudó con su banda “calle abajo” al Paramount Ballroom, donde él había tocado frecuentemente antes. Y sus aficionados lo siguieron. Sin su estrella principal, la discoteca de sus exsocios perdió negocio y eventualmente se vendió.

            “Yo sabía qué quería la gente, a quien quería la gente,” escribe Guerrero, “y era yo.”

            Pronto guerrera tuvo una segunda oportunidad de manejar su vieja discoteca, que había llegado a estar bajo nueva dirección, pero todavía batallaba. Los nuevos dueños le pidieron que volviera a trabajar para ellos, pero Guerrero hizo una contraoferta. Compró la empresa, se apoderó de la discoteca y lo renombró simplemente Lalo’s. De nuevo, los reflectores anunciaron el renacimiento de la discoteca en el mismo sitio, la esquina de Marianna y Brooklyn (ahora la Avenida César Chávez) en East L.A. La gran reapertura llegó el 27 de octubre de 1960. Esta vez, Guerrero y su esposa Margaret dirigirían la lucrativa empresa.

            Por más de una década, Lalo’s se convirtió en una meca para la música latina y la cultura chicana en el Este de Los Ángeles. Una pared del sitio tenía un mural de los personajes de Guerrero—Pancho López, Las Ardillitas, el pequeño “marciano”—pintado por el difunto Carlos Almaraz, el artista chicano pionero quién fue un amigo de vida del hijo de Guerrero, Dan. El collage de caricaturas se considera la primera comisión de Almaraz, aunque no existe ninguna imagen de la obra. (La obra de teatro autobiográfica en solitario por Dan Guerrero, Gaytino!, se enfoca tanto en su padre como en el pintor como figuras claves en su vida.)

            En el escenario en el club, Guerrero traía a artistas importantes de México, incluso José José, Mariachi Vargas de Tecalitlán, El Piporro y Luis Arcaraz. En la audiencia, famosos como el cantante Tito Guizar y miembros de Los Panchos aparecían cuando se encontraban en la ciudad.

            Guerrero lo recuerda como un sitio sencillo pero elegante, con hombres vestidos de traje y corbata y mujeres en sus prendas de noche más finas. A veces, era como una fiesta en casa, con aficionados que pedían y dedicaban canciones a sus amores. La banda de Guerrero, que incluía algunos de los Cinco Lobos originales, les encantaban a los danzantes con cualquier ritmo que les movía en ese momento—mambo, bolero, chachachá, polca, swing o rock. Y podían tocar también los últimos éxitos que salían en la radio.

             Lalo’s también tenía un ambiente familiar. Muchos clientes se conocían (o “al menos se conocían al final de la noche”). La discoteca era como una comunidad en sí, donde la gente se conocía y se casaba y luego volvía a compartir sus historias con Lalo, el huésped siempre amable. Sus propios padres celebraron su aniversario de 60 años ahí.

Los domingos eran una fiesta de todo el día, que empezaba con una tardeada tradicional a las 3:00 de la tarde, emitida por la primera hora por la radio, y que luego terminaba con la canción tradicional de despedida de Lalo a medianoche, “Nuestro Amor.” La banda para estas horas ya estaba agotada, pero los danzantes siempre querían más.

            “Fue una fiesta que duró doce años,” recuerda Guerrero.

             Pero la juerga constante tuvo un efecto personal. Una infidelidad imprudente le costó su esposa.

            Guerrero confiesa que tuvo una aventura con una mujer (“una muchacha atractiva”) en Fresno mientras estaba de gira. Dice que la aficionada luego le siguió a Los Ángeles y lo perseguía hasta el punto de ser, según él, acecho. Cuando él trataba de deshacerse de ella, él dice que ella se angustiaba y creaba un escándalo.

            Finalmente, el acecho paró. Después de meses de silencio, Guerrero escribe, recibió una citación judicial en el correo. La mujer había presentado una demanda de paternidad, y ya no podía esconder la aventura de su esposa. Guerrero dice que desafíó la demanda judicialmente, “luché lo más duro que pude y gasté todo (lo necesario) para los abogados y las cuotas.” Pero perdió, tanto el caso como su matrimonio.

            “Durante el juicio y el procedimiento de divorcio, seguí interpretando en mi discoteca, noche tras noche,” recuerda. “Todas las noches, tenía una discoteca llena de gente alegre, pero tarde o temprano, tenía que volver a mi departamento vacío. Nunca había vivido solo antes. Me sentía tan solo.”

Política y Protestas

            Durante la década de 1960, mientras dirigía la discoteca, Guerrero seguía haciendo gira con su banda, todavía siguiendo el camino de los campesinos por California, especialmente el Valle de San Joaquín central. En sitios cerca de Bakersfield y Visalia, notaba a un joven que aparecía en cada baile. Se acercaba al kiosco a charlar durante los descansos, y ofrecía sugerencias sobre a dónde ir de gira basadas en “la acción en los campos y huertas.” Para Guerrero, era “simplemente uno de los chicos,” inteligente y amable, pero algo anónimo. El músico nunca se imaginó que ese aficionado algún día sería famoso.

            “Unos años más tarde,” escribe, “todo el mundo en California conocía a César Chávez.”

            Como viajaba por los caminos de los campesinos, Guerrero pronto se encontraba en medio de uno de los movimientos laborales más importantes del siglo XX, la lucha por sindicalizar a los obreros agricultores, liderado por Chávez y su UFW. En 1968, el movimiento se difundió desde los pueblos agricultores a las ciudades grandes cuando los activistas estudiantiles y otros se juntaron a apoyar el boicot de las uvas de UFW.

            Durante esa época, Guerrero prestaba su apoyo como intérprete. Participaba en eventos de recaudación de fondos para los sindicatos y escribió “El Corrido de Delano,” una balada sobre el nacimiento y la misión del sindicato. La versión de la Colección Frontera fue lanzada en Discos Colonial con el acompañamiento del Conjunto Arellano, una banda norteña con acentos de trompa estilo mariachi.

            En esos días Guerrero también se topó en los campos con otro intérprete qué sería importante en cimentar por siempre su legado. Luis Valdés también era un joven que apoyaba a Chávez, y él había fundado un grupo teátrico comunitario, El Teatro Campesino, que subrayaba los asuntos laborales a través de representaciones breves y satíricas que se actuaban en las plataformas de las camionetas en los campos. Valdez, claro, luego usaría la música de Guerrero en su famosa obra Zoot Suit casi dos décadas más tarde.

            Guerrero utilizó el formato del corrido también para documentar una masiva protesta anti guerrista que tuvo lugar en Los Ángeles en el verano de 1970. En su “La Tragedia del 29 de Agosto,” Guerrero da una relación poderosa y apasionada de la Marcha del Moratorio Chicano en el Este de Los Ángeles, que precipitó disturbios y la muerte del pionero periodista mexicoamericano Rubén Salazar. Durante los disturbios, Salazar murió después de ser pegado con un depósito de gas lacrimógeno tirado por un agente del sheriff del Condado de L.A., un incidente que sigue controversial hasta hoy.

            Guerrero abre la canción por afijar el escenario, como en la mayoría de los corridos. Pero permite que la audiencia sepa que esto es personal porque la tragedia le afectó personalmente, “en el barrio junto a mi casa.” Guerrero sigue con enumerar los agravios de los manifestantes, notando que los soldados mexicoamericanos constituían un porcentaje desproporcionado de los muertos en la guerra (“más del 23 por ciento, una proporción severa”).

Cuando le da una voz a la rabia de los demostradores, Guerrero canta en un gruñido bajo y gutural, lleno de indignación.

Cuando vino la policía

La violencia se desató.

El coraje de mi raza, luego se desenlazó.

Por los años de injusticia,

El odio se derramó.

Y como huracán furioso,

Su barrio lo destrozó.

            La protesta en el Este de L.A. fue un momento decisivo para la generación de chicanos que surgía con una nueva conciencia social. Otra persona que se encontraba en medio de los disturbios ese día fue un joven músico llamado Louie Pérez, quién llegaría a formar la legendaria banda del Este de Los Ángeles Los Lobos, junto con su compañero de Garfield High School David Hidalgo y dos otros amigos de la vecindad, Conrad Lozano y César Rozas.

            “Me conocían y me admiraban desde que eran niños muy chiquitos,” escribe Guerrero.

Cuando estaban empezando, los futuros Lobos usaban la discoteca del Lalo como un lugar para ensayar durante el día. Había también una conexión personal a la joven banda: Rosas, un cantante, compositor y guitarrista, era el sobrino de David López, uno de los Cinco Lobos originales de Guerrero.

Esas relaciones del barrio compensarían 25 años más tarde. Como veremos, Lalo y Los Lobos un día se reunirían y juntos ganarían una nominación a los premios Grammy.

Guerrero vendió su discoteca en 1972, después de 12 años. Sufrió otras pérdidas personales justo después. Su padre murió ese mismo año, con 87 años de edad. Su querida madre falleció dos años más tarde, con 85 años.

Sin embargo, en plena mediana edad, Guerrero estaba a punto de abrir nuevos capítulos en su vida personal y en su carrera profesional.

Justo antes de cerrar su discoteca, Guerrero conoció y se casó con Lidia de la Garza, una obrera de fábrica en Los Ángeles que a veces era cliente en Lalo’s. La describe como “alta, delgada, joven, y bonita.” Lidia también tenía dos hijos, José y Patricia, a quienes Guerrero adoptó y crio como si fueran los suyos.

Después de vender su discoteca, Guerrero pensaba volver a Tucson para abrir su propio restaurante. Encontró un sitio qué podía alquilar y pidió un gran letrero de neón para el nuevo negocio. Pero nunca abrió porque descubrió, demasiado tarde, que el dueño, quién era mormón, no permitiría una licencia para licor. (“¿Qué tipo de restaurante mexicano no tiene cerveza?”) Así que perdió su inversión principal y decidió volver a Los Ángeles con “la cola entre las piernas.”

Con 57 años, se sentía como un fracaso.

Pero en su camino de vuelta, se topó de nuevo con la suerte. Pasando por Palm Springs, aprendió que una vieja amiga, la cantante Gloria Becker de Discos Real, estaba tratando de localizarlo. Ahora Becker era una agente de reservas y tenía una oferta de trabajo. Un nuevo restaurante se abría en el Rancho Mirage, que quedaba cerca, y la agente pensaba que Guerrero sería ideal como su animador.

Ese prolongado compromiso en Las Casuelas Nuevas duraría 24 años.

           Guerrero y su nueva familia se establecieron en Palm Springs, y él se convirtió en una parte fija del restaurante, sentado en un banquillo cerca del bar, tocando su guitarra bajo un foco solitario. Guerrero se hizo amigo de los clientes regulares, incluso algunos famosos de Hollywood, como Frank Sinatra, Dinah Shore, Jack Benny, Red Skelton, Bette Midler y Don Rickles. En su biografía, Guerrero describe la relación especial que desarrolló con Sinatra en el restaurante a través de los años, incluso la vez que cantó “Las Mañanitas” para el 81º cumpleaños del presidente del Consejo en 1996.

Guerrero también se mantenía ocupado fuera del restaurante.

En 1994, fue reunido con Los Lobos para un disco infantil bilingüe llamado “Papa’s Dream” (“El Sueño de Papá”), sobre un señor que imagina llevar a sus hijos y nietos en un viaje a México para celebrar su 80º cumpleaños, volando en el dirigible de Wooly Bully. El productor Lieb Ostrow les pidió a Los Lobos que recomendaran alguien que pudiera hacer el papel del abuelo y no dudaron: “Conocemos al hombre adecuado: Lalo Guerrero.”

Los papeles de los niños los desempeñan miembros de Los Lobos y de los nietos el Coro Infantil de Los Cenzontles, un grupo folclórico mexicano del Área de la Bahía de San Francisco dirigido por Eugene Rodríguez, quien dirigía y contribuía letras, junto con Guerrero. El disco, lanzado en el sello Music for the Little People y distribuido por Warner Bros. Records, le dio a Guerrero su primera nominación a los premios Grammy en 1995, por Mejor Álbum Musical para Niños.

Para entonces, Guerrero ya había superado las criticas generadas por el alegado estereotipo en su parodia “Pancho López.” Sus enardecedoras canciones activistas, combinadas con el respaldo de personajes chicanos respetados, como Luis Valdez y Los Lobos, ayudaron a pulir su reputación como ícono chicano. En 1993, Culture Clash, el trio satírico de teatro chicano, también incluyó a Guerrero en su programa de televisión, sindicado a nivel nacional por Fox. Presentado como “un mentor y uno de nuestros mayores,” Guerrero interpretó su parodia “No Chicanos on TV” para regocijo de la audiencia en vivo.

Un año más temprano, Guerrero fue el sujeto de un tributo que se llevó a cabo en Palm Desert, uno de los muchos honores que recibió en sus últimos años. El programa se llevó a cabo el 11 de octubre de 1992 en el McCallum Theatre en Palm Desert; incluyó una constelación de estrellas chicanas, incluso Cheech Marin, Paul Rodriguez, Little Joe, Gilberto Valenzuela, Mercedes Castro, Don Tosti, Daniel Valdez y Culture Clash.

Un orador en el evento fue ese aficionado quien, como joven, siempre aparecía en todos los bailes en el Valle de San Joaquín. “Lalo ha hecho una crónica de los eventos de los hispanos en este país mucho mejor que cualquier otra persona,” dijo el orador, César Chávez.

El Pináculo en París

                        Tal vez el pináculo de la carrera de Guerrero vino en 1998, cuando, con 81 años, fue invitado a participar en un festival de música americana de tres días en París, en La Cité de la Musique. El viaje fue documentado por el escritor Michael Quintanilla de Los Angeles Times, quien describió a Guerrero como “el brindis de París,” Celebrado por aficionados a donde fuera en la Ciudad de las Luces. Guerrero fue acompañado en el viaje por sus hijos Mark, quién sirvió como director musical del espectáculo, y Dan. La banda incluyó a Mark en guitarra y en voces, a Lorenzo Martínez en guitarrón y a los bateristas Max Baca (Texmaniacs, Super Seven) y David Jiménez, miembros de otra banda que aparecía en el festival dirigida por el legendario acordeonista Tex-Mex Flaco Jiménez. (David es el hijo de Flaco.)

            Flaco acompañó a Lalo en la escena para un apasionado punto culminante del festival que recibió una larga ovación de pie. Según el reportaje en los Times, los agradecidos aficionados de París se pusieron de pie, gritando, “¡Bravo!” Lalo, reverenciando y enviando besos, respondió con gritos de “¡Viva México! ¡Viva América! ¡Viva París! ¡Tengo 81 años, y amo París! ¡Viva yo! ¡Viva vous!"

            “Con eso, sale, alborozado,” cuenta Quintanilla. “Sus hijos están esperando para abrazarlo, y cuando lo hacen, Lalo desata una inundación de sentimiento.”

            En ese momento, todavía le quedaban a Guerrero siete años por vivir tristemente desarrolló cáncer de la próstata y demencia y pasó sus últimos meses en una casa de vida asistida en Rancho Mirage, donde falleció en 2005. El Padre de la Música Chicana siguió trabajando, y recibiendo honores prestigiosos, casi hasta el final.

            En 1997, se convirtió en el primer chicano que había recibido la Medalla Nacional de las Artes, el honor más prestigioso de la nación para el logro artístico, presentado por Bill y Hillary Clinton en la Casa Blanca. En 1991, Guerrero recibió la beca National Heritage Fellowship del NEA, presentada por George H. W. Bush. En esa ocasión, Guerrero interpretó su corrido sobre el asesinato de Robert F. Kennedy; además, participó en un panel (moderado por el periodista Charles Kuralt) junto con otros invitados de honor, incluso el legendario cantante de blues B.B. King, lo cual el aficionado de blues de por vida consideraba “un deleite increíble.”

                       Entre sus muchos otros honores, Guerrero fue nombrado un Tesoro Folclórico Nacional por la Smithsonian Institution (1980), fue incorporado a la Sala de Fama Tejana (1992), recibió un Premio Alma (1998) y una Estrella de Palma de Oro en el Palm Springs Walk of Stars (Camino de las Estrellas) (1994).

            Es difícil superar todos esos honores. Pero pocos otros artistas chicanos pueden confirmar que tienen una calle y una escuela que llevan su nombre y una estatua erigida en su honor.

            La Lalo Guerrero School of Music (Escuela de Música Lalo Guerrero) fue fundada como un programa extraescolar en 1999, parte de la organización “Art in the Park” (“Arte en el Parque”) patrocinado por la Ciudad de Los Ángeles y ubicado en Arroyo Seco Park, donde Guerrero solía enseñar a los jóvenes estudiantes a tocar la guitarra.

            En Cathedral City, donde Guerrero pasó sus últimos años, la calle que pasa por el centro civil en pleno centro de la ciudad fue renombrada Avenida Lalo Guerrero, lo cual puso su nombre en todos los documentos y la correspondencia oficiales de la ciudad. Y hace dos años, la ciudad comisionó la Escultura Lalo Guerrero, una estatua de seis pies en bronce del trovador tocando su guitarra, ubicada en Town Square Park frente al Ayuntamiento. La escultura fue revelada el 15 de diciembre de 2016, en la víspera de lo que habría sido el 100º cumpleaños del músico.

            Muchos de los premios de Guerrero han sido archivados en una colección especial en la Universidad de California, Santa Bárbara, junto con docenas de documentos, fotografías, entrevistas, recortes de prensa y grabaciones originales. La Colección Lalo Guerrero es parte de los California Ethnic and Multicultural Archives (Archivos Étnicos y Multiculturales de California) de la Biblioteca UCSB. Copias de muchos de estos artículos están disponibles en la biblioteca del UCLA Chicano Studies Research Center como parte de su Dan Guerrero Research Collection, 1930-2003.

            Las últimas grabaciones en estudio de Guerrero fueron hechas en colaboración con el famoso guitarrista y productor Ry Cooder para el disco Chavez Ravine. La obra, lanzada por Nonesuch, es una narrativa musical sobre el desplazamiento de los residentes mexicoamericanos de un barrio pobre donde ahora está el Dodger Stadium. Guerrero contribuyó tres canciones al disco, incluso su nostálgico “Barrio Viejo,” sobre su querida comunidad en Tucson.

            Cooder, junto con Linda Rondstadt, Edward James Olmos, Cheech Marin y otros famosos, apareció en un documental televisado sobre el difunto cantante, Lalo Guerrero: The Original Chicano, que se emitió a nivel nacional en canales de PBS en 2006. Fue coproducido por su hijo, Dan, y realizadora Nancy De Los Santos.

            “Lalo vivió su vida como quería vivirla—a través de la música,” dijo De Los Santos. “Y al mismo tiempo, pudo darle vida a nuestra historia, la historia de los mexicoamericanos.”

- Agustín Gurza

Para leer "Lalo Guerrero, Padre de la Música Chicana, Pt. 1," haga clic aquí.

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Biografía de Artista: Lalo Guerrero, Padre de la Música Chicana, Pt. 1

Lalo Guerrero, el hijo de inmigrantes de un barrio pobre de Tucson, Arizona, fue un músico pionero cuyas canciones bilingües y personaje bicultural le ganaron el título honorario de “El Padre de la Música Chicana.”

            En una carrera que abarcó siete décadas, el versátil compositor y artista compuso centenas de canciones en una gama de estilos impresionante, desde los boleros románticos hasta los corridos folclóricos, desde las parodias chistosas hasta las canciones de protesta apasionadas, desde los mambos hasta el swing, rock y chachachá. Tuvo varias canciones que fueron éxitos internacionales, apareció en películas junto a estrellas importantes de Hollywood, operó una discoteca histórica en East LA, y a la larga, obtuvo los honores culturales más altos que se otorgan a los artistas.

            Pero es posible que es mejor conocido por sus bailables de la época swing que se destacaron en la obra de teatro de 1977 Zoot Suit, lo cual revivió su carrera a la mediana edad y le ganó unos seguidores nuevos entre una generación de artistas chicanos que eran jóvenes activistas. El innovador espectáculo musical por el escritor y director Luis Valdez dramatizó la persecución y el espíritu batallador de los llamados “pachucos” de la década de los 1940.

            “Sin su música, es dudable que la obra hubiera sido posible,” me dijo Valdez para el obituario en Los Angeles Times que escribí cuando Guerrero se murió en 2005 con 88 años. “Tanta gente se enfoca en el lado negativo, pero lo que Lalo capturó fue la alegría de la experiencia del pachuco, el vacilón juguetón que nadie más había hecho. Eso fue algo que nunca faltaba en su obra—su gran sentido de humor y amor por la vida.”

Los Años Tempranos en el Barrio Viejo

            Eduardo Guerrero Murietta nació en “una Nochebuena terriblemente frío en 1916,” para citar una línea de apertura de su autobiografía de 2002, Lalo: My Life and Music. Nació en casa en el Barrio Libre (ahora conocido como Barrio Viejo) de Tucson, y solo sus tías acompañaban a su madre.

            El niño lleva el nombre de su padre, Eduardo Guerrero Ramírez, un calderero que había trabajado en buques a vapor en la cuidad porteña de Guaymas, Sonora. El Guerrero mayor conoció a Concepción Murietta y se casó con ella en el histórico pueblo de montaña Cananea, donde también hubo huelgas laborales violentas entre los mineros de cobre en 1906. La pareja se casó ese mismo año, y las peleas callejeras bramaban en el pueblo en el día nupcial.

            “Mamá me dijo que, en medio de la ceremonia, balas vinieron volando por las ventanas de la iglesia y tuvieron que agacharse debajo de los bancos,” escribe Guerrero. “Cuando los disparos pararon, volvieron al altar y se casaron y se asentaron para crear una familia.”

            Con el comienzo oficial de la Revolución Mexicana en 1910, los Guerreros cruzaron la frontera a Douglas, Arizona, como parte de una oleada masiva de inmigrantes mexicanos que huían la guerra civil. El padre de Guerrero utilizó su experiencia en los buques de vapor mexicanos para obtener un trabajo con los ferrocarriles con el Southern Pacific Railroad, y pronto se hizo el calderero principal.

            La pareja ya tenía cuatro hijos cuando llegó. Lalo fue el primero que nació en los Estados Unidos, lo que estableció desde el principio la dualidad cultural que definió su identidad chicana. Sería el quinto de 18 hermanos, incluso trillizos y dos pares de gemelos, aunque solo 11 sobrevivieron la infancia. Algunas fuentes reportan hasta 27 hermanos, pero Guerrero deniega ese número improbable como un cuento fantástico relatado por su padre. En todo caso, hubo tantas muertes infantiles en la familia que, recuerda Guerrero, “parecía que cada año había otro pequeño ataúd blanco en la sala.”

            Guerrero retrata a sus padres de manera contrastiva. Su padre era un ordenancista severo que lo golpeaba, a veces desnudo, con un “azote especial” de cuero trenzado si no hacía sus quehaceres. Por décadas, se preguntaba por qué su padre había sido tan duro: “Tal vez fue simplemente que yo no era suficientemente machista para él,” escribe.

            Por contrario, él era el preferido de su mamá, un “llorón” tímido que miraba hacia ella para la consolación y la inspiración musical. Recuerda que su madre siempre estaba alegre. Cantaba y bailaba con la música que tocaba en un Victrola mientras hacía sus quehaceres, chasqueando sus castañetas españolas y pateando en el aire, haciendo volar sus trenzas largas y desplegar su cabello mientras daba vueltas en el piso de la cocina. Para los vecinos, era la querida Doña Conchita. Para su hijo, fue una influencia positiva duradera, la que le enseñó a tocar la guitarra “y a amarla y a envolver mi corazón en ella.” Esto lo llama “el mayor regalo” que ella le dio.

            “Me enseñó a abrazar el espíritu de ser chicano,” él dice. “Ella siempre decía que ella era ‘pura chicanita.’”

            El barrio de Tucson en que vivía la familia era tan segregado, escribe, que la mayoría de los residentes mexicoamericanos nunca se sentían en la minoría. Su comunidad étnica quedaba al “lado equivocado del ferrocarril,” per a Lalo le encantaba. Recuerda el aroma de las tortillas estilo sonorense recién hechas por su mamá, la emoción de este niño que amaba la naturaleza al nadar en las acequias de riego, las cantantes que serenaban a las muchachas fuera de sus casas, los vendedores ambulantes que vendían menudo, las panaderías y los saludos amigables de les vecinos sentados en sus patios.

            Años más tarde, su nostalgia para el lugar inspiraría una de sus canciones mejor conocidas, “Barrio Viejo,” compuesta “en recuerdo del mundo que conocía de niño.” En la canción, la cual interpretó por primera vez en 1990, Guerrero lamenta la desaparición del viejo barrio en nombre del progreso. Planes de renovación en la década de los 1960 exigían la demolición de muchos edificios, y un exalcalde de Tucson menospreció la zona como un gueto de “mugre, enfermedad y delincuencia.”

            Pero hubo protestas que ayudaron a salvar muchas partes del barrio, incluso la Drachman School, la escuela a la que asistió Guerrero como niño. El viejo edificio escolar ahora es una residencia para personas de tercera edad que lleva por nombre el título de la canción, Barrio Viejo Elderly Housing. (Guerrero interpretó la canción con Mariachi Cobre en 2004, un año antes de fallecer, en los que se considera su última apariencia pública.)

Cuando tenía cinco años, Guerrero cogió un caso amenazante de la viruela después de que sus padres le negaron la vacuna. La enfermedad lo dejó cicatrizado por vida, tanto física como psicológicamente. Era “cacarizo y feo,” recuerda, y sus compañeros de clase se burlaban de él, dándole apodos como Cacarizo y Cara de Metate.

El muchacho se sentía rechazado y aislado. Aun así, soñaba con convertirse en un trovador romántico algún día, como sus héroes Rudy Vallée y Al Jolson. A Guerrero le encantaban las películas, especialmente las que incluían Gene Kelly, Ginger Rogers y Fred Astaire. Él veía una película cinco o seis veces, hasta memorizar las canciones que le gustaban. Aprendió de manera autodidacta a tocar el piano con diez años de edad; la primera canción que recuerda haber tocado fue “Saint Louis Blues” de W. C. Handy, la cual salió en una película protagonizada por Charlie Chaplin y otra protagonizada por Bessie Smith.

Guerrero agradece a su maestra de música en la primaria, Miss Davis, por haberlo animado a actuar y a superar su miedo escénico. En privado, el muchacho del quinto año le enseñó cómo había aprendido el claqué a través de las películas. Dándose cuenta de que su tímido estudiante deseaba estar en escena, le dio su primer acto solitario, como imitador de Al Jolson para una asamblea escolar. Se sintió transformado en su sobrero negro, guantes blancos y maquillaje de cara negra, asombrado que sus cicatrices ya no estaban visibles.

“¡Fue un gran éxito!” recuerda. “Cuando escuché el aplauso, me enganché. Miss Davis me tuvo que arrastrar para hacerme salir del escenario ese día, y desde entonces he sido adicto.”

El año siguiente, en el sexto año, se inscribió en un concurso de música clásica de la ciudad, junto con dos compañeros de clase que también eran latinos. Cuando ganaron, nadie se sorprendió más que el mismo Guerrero.

“No lo podíamos creer,” recuerda. “¡Tres chicanitos del lado equivocado del ferrocarril superaron a todos los otros niños de Tucson! Estuvimos tan orgullosos. Yo solo tenia 12 años, pero ese concurso me impactó mucho…. Fue entonces que empecé a pensar seriamente que la música era el camino que yo debía seguir en la vida.”

            La primera canción escrita por Guerrero fue para su hermano Raúl, “mi primer amiguito,” un pequeño travieso un año menor. (En su libro, el compositor no nombra la canción ni dice cuándo la compuso.) Raúl se murió con cuatro años de edad, una dolorosa pérdida que llegó poco después de la muerte de su querido abuelo, un varón que empeñaba un papel positivo en su vida. Más tarde, como joven, Guerrero perdió también a su hermano mayor, Alberto, un boxeador a quien llamó “mi primer héroe.”

            A pesar de los traumas de la niñez, Guerrero siguió explorando su amor por la música, en todos los estilos, en español y en inglés. Le encantaban igualmente Bob Wills y sus Texas Playboys y Pedro J. González y Los Madrugadores. Se paraba por horas a la ventana fuera de The Beehive, un bar local patrocinado por negros, absorbiendo los estilos de blues y swing que empeñarían un papel tan importante en su carrera.

            “Cuando se trataba de la música, yo era un embudo,” escribe.

            Con 14 años, Guerrero le pidió a su madre que le enseñara a tocar la guitarra y que le mostrara sus canciones mexicanas preferidas, como “La Adelita,” la canción revolucionaria sobre las guerreras. Pronto, el adolescente había formado un trío con dos amigos de la preparatoria, Manny Matas y Rudy Arenas, quienes se denominaban Eddie, Manny y Rudy. Tocaban en fiestas de patio, obtuvieron su propio programa semanal en la radio y se convirtieron en “mandamases en el barrio.”

            Más tarde, Guerrero comenzó un dúo que consideraba u primera experiencia profesional porque le pagaban. Era un tenor y su compañero menor, un muchacho del barrio llamado Joe “Yuca” Salaz, era barítono. Tocaban la guitarra y sus harmonías eran hermosas. Al principio, ganaban 25 centavos la hora, pero después de que ganaron reputación, esto se subió a 50 centavos.

            A la larga, el dúo se dobló, con la adición del hermano mayor de Yuca, Chole Salaz, y Greg “Goyo” Escalante. Ahora un cuarteto popular – cuatro cantantes con cuatro guitarras – comenzaron a tocar en bodas, aniversarios y quinceañeras. Además, tocaban regularmente en la estación de radio local de Tucson, KVOA, la Voz de Arizona.

            Uno de sus clientes era un amigo de Guerrero de la preparatoria, Gilbert Ronstadt, cuya familia tenía una ferretería local. Ronstadt tenía una hija chiquita a quien le encantaba escuchar la música cuando el grupo pasaba por su casa para una visita. Aun a altas horas, la niña se apuraba a bajar la escalera para escucharlos tocar, sentada con las piernas cruzadas en el piso, aun en pañales. Su canción preferida era “La Burrita,” sobre una pequeña burra.

            Muchos años después, Guerrero dice que estuvo sorprendido cuando la escuchó en la radio cantando música pop en inglés. La chiquita con ojos grandes se había convertido en una gran estrella, Linda Ronstadt. En 1996, cantaron “La Burrita” juntos en la Conferencia Internacional de Mariachi de Tucson, y Ronstadt siguió haciendo los sonidos de clic con la boca, igualmente como lo hacía de niña.

Ampliando Horizontes

            Con 17 años, Guerrero compuso una de sus canciones más conocidas, “Canción Mexicana,” que incorpora melodías tradicionales en una oda al país y su cultura. La llama “la canción mas duradera” de su repertorio.

            “Era como un regalo a la gente de mi viejo barrio para recordarles que, aun si estábamos pobres, todavía teníamos algo de que orgullecernos,” dice Guerrero. “He compuesto centenas de canciones desde entonces, pero de todas, ‘Canción Mexicana’ es la principal en mi corazón.”

            A pesar de su fervor patriótico, Guerrero todavía no había viajado a México. Cuando su familia se mudó a México por un periodo breve, fue un choque y le abrió los ojos culturalmente.

            En 1934, en su último año de preparatoria, la familia Guerrero se mudó a la Ciudad de México, como parte de la repatriación de centenas de miles de inmigrantes durante la Depresión. Aunque su estancia fue breve, para el adolescente, fue difícil adaptarse. Tuvo que salirse de la escuela antes de graduarse, dejar atrás a su primera novia y adaptarse a la vida en una gran metrópoli, “el otro lado de la Tierra desde Tucson.”

            Pero la visita también le abrió nuevas vistas musicales al ambicioso artista.

            “Casi tan pronto como me bajé del tren, un nuevo mundo de música se me apareció con orquestas tremendas, hermosas melodías y ritmos como huapangos, sones, bambucos – música que yo ni sabía que existía,” recuerda. “La música mexicana que conocíamos al norte era más sencilla, y tal vez más alegre, pero no lograba acercarse a la belleza que tenía esta música del corazón de México.”

            Además, Guerrero encontró un nuevo ídolo musical, el venerado compositor Agustín Lara. Se compró una libreta y anotaba las letras de canciones para que no se le olvidaran. “Mi música nunca sería igual,” escribe.

            Después de tres meses, la familia había vuelto a Tucson. Concepción Guerrero estaba embarazada y no se sentía bien. (Guerrero afirma que su madre fue la primera mujer en Arizona que dio luz por cesárea, cuando nació su hermana Mona.)

            Para Guerrero, fue otro desplazamiento abrupto que requería más ajustes. Para entonces, sus compañeros de clase ya se habían graduado y se negó a volver para terminar con estudiantes menores. Por eso, nunca obtuvo su diploma. Veinte años más tarde, cuando era bien conocido como artista, tocó en una asamblea en Tucson High School, y el rector lo sorprendió con un título honorario.

            “Lo recuerdo como si fuera ayer,” dice Guerrero. “Los estudiantes me dieron una ovación de pie, y me emocioné tanto que ni pude agradecerles.”

            Después de volver de México, Guerrero volvió a empezar a tocar con su cuarteto, ahora bajo otro nombre, Los Carlistas. Tomaron el nombre de un club juvenil local que, a su turno, extrañamente, llevaba el nombre de un pretendiente desconocido al trono español del siglo XIX, el Príncipe Carlos. A Guerrero nunca le gustaba el nombre ni el tener que explicarlo, pero había sido escogido por voto mayoritario.

            La banda fue tan popular que empezaron a recibir invitaciones a tocar “en unos sitios lujosos” después de haber sido “descubierta por el otro lado del pueblo – la gente blanca.” Ya que buscaban una audiencia más amplia, fueron animados a mudarse a Los Ángeles por Frank Roberts, un legislador estatal demagógico del Barrio Viejo, quien se convertiría en su manager. Robles les consiguió bolos en un programa de radio popular que se emitía por la mañana en L.A. y en sitios locales. Interpretaron en vivo en el histórico California Theatre, ahora demolido, donde se codeaban con estrellas que admiraban, como Las Hermanas Padilla y el dúo Chicho y Chenco de Los Madrugadores.

            Cuando el grupo fue contratado para tocar en Oscar’s Dome, una discoteca exclusiva de Hollywood, no tenía el dinero para comprar sus trajes. Así que improvisaron un estilo de campesino, con yardas de muselina blanca y pantalones con cordones de ajuste en la cintura, haciendo ponchos de cortinas y huaraches de unas llantas viejas. Completaron la imagen con sombreros de paja de F. W. Woolworth.

            Los Carlistas se pusieron la mismísima vestimenta cuando aparecieron en la película de 1937 Boots and Saddles, protagonizada por Gene Autry. Aunque no aparecen sus nombres en los títulos de crédito de la película, cuando la película se mostró en Tucson, el nombre de la banda apareció en la marquesina arriba del nombre del famoso cowboy cantante: Protagonizado por Los Carlistas con Gene Autry.

            A la época, una gran variedad de estilos de música latina – desde la samba al tango, del mambo al mariachi, de la conga al flamenco – ganaba popularidad extensa entre las audiencias generales. En el popular Club La Bamba, cerca de Olvera Street en el corazón de la ciudad, Guerrero y el cuarteto ofrecieron una serenata a los clientes, mayormente blancos, paseando entre sus mesas entre los conciertos en escena. El sitio llegaría a ser un punto clave para las estrellas de Hollywood incipientes.

            Guerrero fue testigo de la aparición de una de estas estrellas en la pista de baile de La Bamba. Ella formó parte de un equipo de programa que consistía en un padre y su hija, conocido como los Dancing Cansinos (Los Cansinos Danzantes), Eduardo y Margarita. Según Guerrero, un camarero ahí inventó el famoso cóctel de tequila y le dio el nombre de la hermosa Margarita, aunque otros también se atribuyen. Sea como sea, la joven artista llegó a ser una gran estrella de Hollywood bajo su nombre artístico, Rita Hayworth.

            A pesar de los bolos y el encanto de L.A., la Gran Depresión seguía, y el dinero escaseaba. Guerrero aceptó un trabajo diurno en que recortaba el forro de las llantas viejas, una labor que le dejaba cortes en los brazos y las manos. Pero su suerte estaba a punto de cambiar. Un encuentro fortuito en una calle del centro de la ciudad llevaría su carrera al siguiente nivel.

Primeras Grabaciones

            Guerrero caminaba por la Calle Main cuando un desconocido, atraído por sus botas vaqueras elegantes y su sombrero blanco, se paró y le preguntó de dónde era. Resultó que el señor era el famoso compositor y productor Manuel S. Acuña, quien, como Guerrero, tenía raíces en Sonora. Su encuentro fortuito marcó el comienzo de una larga y fructífera colaboración en la grabación.

            Acuña trabajaba como representante de artistas y repertorio (A&R) para Vocalion Records, que quedaba cerca. Luego, a la petición de Acuña, Guerrero le entregó tres canciones a la pareja de Acuña, Felipe Valdes Leal, otro legendario productor de la música mexicana. Guerrero quedó asombrado cuando luego aprendió que dos de sus canciones serían grabadas por las enormemente populares Hermanas Padilla.

            Estas serían las primeras composiciones de Guerrero que serían grabadas. La Colección Frontera contiene las dos canciones en un Vocalion 78, grabado el 25 de agosto de 1938, donde salen las Hermanas Padilla acompañadas por Los Costeños. El disco incluye “El Norteño” en el lado A, y en el lado B, “Estamos Iguales.” Sin embargo, solo un lado está atribuido a Guerrero. El sello discográfico lista a Acuña y Leal como los compositores de “El Norteño,” a pesar de que Guerrero afirma que Acuña le había dado un contrato para las dos canciones.

                        En su libro, Guerrero no menciona explícitamente el asunto de la atribución de esta grabación, pero en otras ocasiones, se quejaba de haber sido defraudado con respecto a sus derechos de autor. Acuña contrató a Guerrero para grabar otras cuatro canciones con Los Carlistas. “El grupo recibió $50 por cada lado,” recuerda, “y nadie hablaba de las regalías en esa época.”

            Frontera tiene las cuatro canciones tempranas por el grupo en 78s de Vocalion, todas atribuidas a Guerrero. Una es “El Aguador,” un huapango, acompañada por “Cuestión de una Mujer,” identificada como una Canción Fox. El otro disco contiene “¿De Qué Murió el Quemado?”, acompañada de “Así Son Ellas,” la última coescrita con Chole Salaz. Los Carlistas grabarían una docena de discos en los meses siguientes.

            En esas obras tempranas, Guerrero estableció la gama estilística que marcaría su obra durante toda la vida: humorístico y romántico, folclórico y cosmopolita, optimista y a paso lento. Su característica principal era su versatilidad. Pronto, sus letras incluirían tanto español como inglés.

Campanas de Boda y la Feria Mundial

            Al año siguiente, Guerrero se casó con su primera esposa, Margaret Marmion, la hija de una criada de hotel cuyo padre había fallecido. Se habían conocido en la boda de un amigo cuatro años antes, cuando él tenía 19 años y ella tenía 16. Él le ofreció una serenata en la recepción y le pidió que fuera su novia.

            “Creo que parte de lo que me atraía a ella es que no tenía pinta de mexicana,” escribe Guerrero. “Se parecía mucho a su padre escocés-irlandés. Habiendo sufrido yo tanto de la discriminación, yo quería que mis hijos evitaran esa experiencia. Pensé que sus vidas serían más fáciles si tenían una tez más clara que la mía.”

            La fecha de la boda—el 15 de octubre de 1939—había sido anunciada en la iglesia en Tucson, pero Guerrero se preocupaba que no fuera a poder pagarla. Le había prometido a su novia que trabajaría en Los Ángeles para recaudar los fondos, pero no fue fácil. Su cuarteto había disuelto, así que se juntó con otro músico, Lupe Fernández, y el dúo empezó a tocar en el Café Caliente en la Calle Olvera.

            Para ese entonces, se había olvidado de las grabaciones hechas por Los Carlistas para Vocalion el año anterior. Entonces, un día, Acuña, su productor, posó por el club para avisarle a Guerrero que le esperaba un cheque de regalías. Le asombró la cantidad: $500. Fue suficiente para un vestido de novia y una fiesta, así que volvió a Tucson para casarse.

            Muchos años después, Guerrero encontró las letras de una canción que había escrito para su esposa. Las letras estaban en un trozo de papel con un esbozo de un charro que él había dibujado, pero no se acordaba de la melodía. No sabía componer la música y no tenía grabadora, así que se perdió la canción.

            A estas alturas, Guerrero ya había compuesto muchas otras canciones. Por eso, decidió viajar a la Ciudad de México para grabarlas. A los editores mexicanos les gustaron las canciones, pero no el cantante. Consideraban a Guerrero, un “pocho” (un término para un mexicano que ha sido americanizado) nacido en los EE. UU., un traidor cultural. Fue un esfuerzo frustrante para el artista, quien se consideraba “tan buen tenor como cualquier otro,” como una vez le dijo a un reportero.

            “Vaya injusticia,” escribe Guerrero. “En los Estados Unidos, me discriminaban por ser mexicano, y en México, me discriminaban por ser americano.”

            Finalmente, vendió cuatro canciones a PHAM, Promotora Hispano Americana de Música, un editor asociado con la música sureña en los EE. UU.

Volvió a casa, esperaba, escribía cartas. Ninguna respuesta. Después de meses de inactividad, sus grandes esperanzas de que una estrella grabaría una de sus canciones fueron frustradas, al menos por el momento.

            Ese año ocupado sí trajo un punto alto, cuando Los Carlistas fueron escogidos para representar a Arizona en la Feria Mundial de Nueva York de 1939, que abrió en abril. Cambiaron su vestimenta de campesino por trajes de charro negros con ribete plateado, promocionando con mucho orgullo el estado y su clima cálido, junto con otros símbolos culturales icónicos—el cactus del desierto, las cerámicas de los hopis y las mantas del pueblo navajo.

            El tema de la feria fue “El Mundo de Mañana.” Con 19 años, Guerrero vio la televisión por la primera vez, con diminutos televisores exhibidos en los pabellones de RCA, General Electric y Westinghouse. Y se maravillaba con una maqueta de una futura autopista, una década antes de que la primera se construyó en Los Ángeles.

            El punto culminante del viaje fue la apariencia del grupo en Radio City Music Hall, en el programa con emisión nacional, The Major Bowes Amateur Hour. Cantaron “Guadalajara,” y recibieron $10 y un pase para comer a su antojo en una cafetería al otro lado de la calle del estudio.

            Para Guerrero, la gran emoción fue “seguir los pasos de un muchacho que sería tanto un héroe y un amigo 50 años después.” Se refiere a Frank Sinatra, quien había comenzado en el mundo del espectáculo en el mismo programa en 1935.

                      Guerrero siempre creía que su raza—lo que él llamaba “mi aspecto oscuro y étnico”—le prevenía entrar al mercado general de la música pop americana como cantante. Pero le esperaba otro destino—como la primera estrella chicana del país.

            Guerrero desarrolló su identidad bilingüe/bicultural en el crisol de un conflicto racial domestico durante la Segunda Guerra Mundial, cuando militares estadounidenses atacaron a jóvenes mexicoamericanos en las calles de Los Ángeles. Guerrero, quien estuvo entre los victimas perseguidos en los llamados Zoot Suit Riots (Disturbios Zoot Suit), apareció como la voz de su generación. Sus canciones swing enérgicas, salpicadas de la jerga de los pachucos, lo colocarían finalmente en el mapa de la cultura pop.

– Agustín Gurza

Para leer "Lalo Guerrero, Padre de la Música Chicana, Parte 2," haga clic aquí.

 

 

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