del UCLA Chicano Studies Research Center,
el Arhoolie Foundation,
y del UCLA Digital Library
Lalo Guerrero, el hijo de inmigrantes de un barrio pobre de Tucson, Arizona, fue un músico pionero cuyas canciones bilingües y personaje bicultural le ganaron el título honorario de “El Padre de la Música Chicana.”
En una carrera que abarcó siete décadas, el versátil compositor y artista compuso centenas de canciones en una gama de estilos impresionante, desde los boleros románticos hasta los corridos folclóricos, desde las parodias chistosas hasta las canciones de protesta apasionadas, desde los mambos hasta el swing, rock y chachachá. Tuvo varias canciones que fueron éxitos internacionales, apareció en películas junto a estrellas importantes de Hollywood, operó una discoteca histórica en East LA, y a la larga, obtuvo los honores culturales más altos que se otorgan a los artistas.
Pero es posible que es mejor conocido por sus bailables de la época swing que se destacaron en la obra de teatro de 1977 Zoot Suit, lo cual revivió su carrera a la mediana edad y le ganó unos seguidores nuevos entre una generación de artistas chicanos que eran jóvenes activistas. El innovador espectáculo musical por el escritor y director Luis Valdez dramatizó la persecución y el espíritu batallador de los llamados “pachucos” de la década de los 1940.
“Sin su música, es dudable que la obra hubiera sido posible,” me dijo Valdez para el obituario en Los Angeles Times que escribí cuando Guerrero se murió en 2005 con 88 años. “Tanta gente se enfoca en el lado negativo, pero lo que Lalo capturó fue la alegría de la experiencia del pachuco, el vacilón juguetón que nadie más había hecho. Eso fue algo que nunca faltaba en su obra—su gran sentido de humor y amor por la vida.”
Los Años Tempranos en el Barrio Viejo
Eduardo Guerrero Murietta nació en “una Nochebuena terriblemente frío en 1916,” para citar una línea de apertura de su autobiografía de 2002, Lalo: My Life and Music. Nació en casa en el Barrio Libre (ahora conocido como Barrio Viejo) de Tucson, y solo sus tías acompañaban a su madre.
El niño lleva el nombre de su padre, Eduardo Guerrero Ramírez, un calderero que había trabajado en buques a vapor en la cuidad porteña de Guaymas, Sonora. El Guerrero mayor conoció a Concepción Murietta y se casó con ella en el histórico pueblo de montaña Cananea, donde también hubo huelgas laborales violentas entre los mineros de cobre en 1906. La pareja se casó ese mismo año, y las peleas callejeras bramaban en el pueblo en el día nupcial.
“Mamá me dijo que, en medio de la ceremonia, balas vinieron volando por las ventanas de la iglesia y tuvieron que agacharse debajo de los bancos,” escribe Guerrero. “Cuando los disparos pararon, volvieron al altar y se casaron y se asentaron para crear una familia.”
Con el comienzo oficial de la Revolución Mexicana en 1910, los Guerreros cruzaron la frontera a Douglas, Arizona, como parte de una oleada masiva de inmigrantes mexicanos que huían la guerra civil. El padre de Guerrero utilizó su experiencia en los buques de vapor mexicanos para obtener un trabajo con los ferrocarriles con el Southern Pacific Railroad, y pronto se hizo el calderero principal.
La pareja ya tenía cuatro hijos cuando llegó. Lalo fue el primero que nació en los Estados Unidos, lo que estableció desde el principio la dualidad cultural que definió su identidad chicana. Sería el quinto de 18 hermanos, incluso trillizos y dos pares de gemelos, aunque solo 11 sobrevivieron la infancia. Algunas fuentes reportan hasta 27 hermanos, pero Guerrero deniega ese número improbable como un cuento fantástico relatado por su padre. En todo caso, hubo tantas muertes infantiles en la familia que, recuerda Guerrero, “parecía que cada año había otro pequeño ataúd blanco en la sala.”
Guerrero retrata a sus padres de manera contrastiva. Su padre era un ordenancista severo que lo golpeaba, a veces desnudo, con un “azote especial” de cuero trenzado si no hacía sus quehaceres. Por décadas, se preguntaba por qué su padre había sido tan duro: “Tal vez fue simplemente que yo no era suficientemente machista para él,” escribe.
Por contrario, él era el preferido de su mamá, un “llorón” tímido que miraba hacia ella para la consolación y la inspiración musical. Recuerda que su madre siempre estaba alegre. Cantaba y bailaba con la música que tocaba en un Victrola mientras hacía sus quehaceres, chasqueando sus castañetas españolas y pateando en el aire, haciendo volar sus trenzas largas y desplegar su cabello mientras daba vueltas en el piso de la cocina. Para los vecinos, era la querida Doña Conchita. Para su hijo, fue una influencia positiva duradera, la que le enseñó a tocar la guitarra “y a amarla y a envolver mi corazón en ella.” Esto lo llama “el mayor regalo” que ella le dio.
“Me enseñó a abrazar el espíritu de ser chicano,” él dice. “Ella siempre decía que ella era ‘pura chicanita.’”
El barrio de Tucson en que vivía la familia era tan segregado, escribe, que la mayoría de los residentes mexicoamericanos nunca se sentían en la minoría. Su comunidad étnica quedaba al “lado equivocado del ferrocarril,” per a Lalo le encantaba. Recuerda el aroma de las tortillas estilo sonorense recién hechas por su mamá, la emoción de este niño que amaba la naturaleza al nadar en las acequias de riego, las cantantes que serenaban a las muchachas fuera de sus casas, los vendedores ambulantes que vendían menudo, las panaderías y los saludos amigables de les vecinos sentados en sus patios.
Años más tarde, su nostalgia para el lugar inspiraría una de sus canciones mejor conocidas, “Barrio Viejo,” compuesta “en recuerdo del mundo que conocía de niño.” En la canción, la cual interpretó por primera vez en 1990, Guerrero lamenta la desaparición del viejo barrio en nombre del progreso. Planes de renovación en la década de los 1960 exigían la demolición de muchos edificios, y un exalcalde de Tucson menospreció la zona como un gueto de “mugre, enfermedad y delincuencia.”
Pero hubo protestas que ayudaron a salvar muchas partes del barrio, incluso la Drachman School, la escuela a la que asistió Guerrero como niño. El viejo edificio escolar ahora es una residencia para personas de tercera edad que lleva por nombre el título de la canción, Barrio Viejo Elderly Housing. (Guerrero interpretó la canción con Mariachi Cobre en 2004, un año antes de fallecer, en los que se considera su última apariencia pública.)
Cuando tenía cinco años, Guerrero cogió un caso amenazante de la viruela después de que sus padres le negaron la vacuna. La enfermedad lo dejó cicatrizado por vida, tanto física como psicológicamente. Era “cacarizo y feo,” recuerda, y sus compañeros de clase se burlaban de él, dándole apodos como Cacarizo y Cara de Metate.
El muchacho se sentía rechazado y aislado. Aun así, soñaba con convertirse en un trovador romántico algún día, como sus héroes Rudy Vallée y Al Jolson. A Guerrero le encantaban las películas, especialmente las que incluían Gene Kelly, Ginger Rogers y Fred Astaire. Él veía una película cinco o seis veces, hasta memorizar las canciones que le gustaban. Aprendió de manera autodidacta a tocar el piano con diez años de edad; la primera canción que recuerda haber tocado fue “Saint Louis Blues” de W. C. Handy, la cual salió en una película protagonizada por Charlie Chaplin y otra protagonizada por Bessie Smith.
Guerrero agradece a su maestra de música en la primaria, Miss Davis, por haberlo animado a actuar y a superar su miedo escénico. En privado, el muchacho del quinto año le enseñó cómo había aprendido el claqué a través de las películas. Dándose cuenta de que su tímido estudiante deseaba estar en escena, le dio su primer acto solitario, como imitador de Al Jolson para una asamblea escolar. Se sintió transformado en su sobrero negro, guantes blancos y maquillaje de cara negra, asombrado que sus cicatrices ya no estaban visibles.
“¡Fue un gran éxito!” recuerda. “Cuando escuché el aplauso, me enganché. Miss Davis me tuvo que arrastrar para hacerme salir del escenario ese día, y desde entonces he sido adicto.”
El año siguiente, en el sexto año, se inscribió en un concurso de música clásica de la ciudad, junto con dos compañeros de clase que también eran latinos. Cuando ganaron, nadie se sorprendió más que el mismo Guerrero.
“No lo podíamos creer,” recuerda. “¡Tres chicanitos del lado equivocado del ferrocarril superaron a todos los otros niños de Tucson! Estuvimos tan orgullosos. Yo solo tenia 12 años, pero ese concurso me impactó mucho…. Fue entonces que empecé a pensar seriamente que la música era el camino que yo debía seguir en la vida.”
La primera canción escrita por Guerrero fue para su hermano Raúl, “mi primer amiguito,” un pequeño travieso un año menor. (En su libro, el compositor no nombra la canción ni dice cuándo la compuso.) Raúl se murió con cuatro años de edad, una dolorosa pérdida que llegó poco después de la muerte de su querido abuelo, un varón que empeñaba un papel positivo en su vida. Más tarde, como joven, Guerrero perdió también a su hermano mayor, Alberto, un boxeador a quien llamó “mi primer héroe.”
A pesar de los traumas de la niñez, Guerrero siguió explorando su amor por la música, en todos los estilos, en español y en inglés. Le encantaban igualmente Bob Wills y sus Texas Playboys y Pedro J. González y Los Madrugadores. Se paraba por horas a la ventana fuera de The Beehive, un bar local patrocinado por negros, absorbiendo los estilos de blues y swing que empeñarían un papel tan importante en su carrera.
“Cuando se trataba de la música, yo era un embudo,” escribe.
Con 14 años, Guerrero le pidió a su madre que le enseñara a tocar la guitarra y que le mostrara sus canciones mexicanas preferidas, como “La Adelita,” la canción revolucionaria sobre las guerreras. Pronto, el adolescente había formado un trío con dos amigos de la preparatoria, Manny Matas y Rudy Arenas, quienes se denominaban Eddie, Manny y Rudy. Tocaban en fiestas de patio, obtuvieron su propio programa semanal en la radio y se convirtieron en “mandamases en el barrio.”
Más tarde, Guerrero comenzó un dúo que consideraba u primera experiencia profesional porque le pagaban. Era un tenor y su compañero menor, un muchacho del barrio llamado Joe “Yuca” Salaz, era barítono. Tocaban la guitarra y sus harmonías eran hermosas. Al principio, ganaban 25 centavos la hora, pero después de que ganaron reputación, esto se subió a 50 centavos.
A la larga, el dúo se dobló, con la adición del hermano mayor de Yuca, Chole Salaz, y Greg “Goyo” Escalante. Ahora un cuarteto popular – cuatro cantantes con cuatro guitarras – comenzaron a tocar en bodas, aniversarios y quinceañeras. Además, tocaban regularmente en la estación de radio local de Tucson, KVOA, la Voz de Arizona.
Uno de sus clientes era un amigo de Guerrero de la preparatoria, Gilbert Ronstadt, cuya familia tenía una ferretería local. Ronstadt tenía una hija chiquita a quien le encantaba escuchar la música cuando el grupo pasaba por su casa para una visita. Aun a altas horas, la niña se apuraba a bajar la escalera para escucharlos tocar, sentada con las piernas cruzadas en el piso, aun en pañales. Su canción preferida era “La Burrita,” sobre una pequeña burra.
Muchos años después, Guerrero dice que estuvo sorprendido cuando la escuchó en la radio cantando música pop en inglés. La chiquita con ojos grandes se había convertido en una gran estrella, Linda Ronstadt. En 1996, cantaron “La Burrita” juntos en la Conferencia Internacional de Mariachi de Tucson, y Ronstadt siguió haciendo los sonidos de clic con la boca, igualmente como lo hacía de niña.
Ampliando Horizontes
Con 17 años, Guerrero compuso una de sus canciones más conocidas, “Canción Mexicana,” que incorpora melodías tradicionales en una oda al país y su cultura. La llama “la canción mas duradera” de su repertorio.
“Era como un regalo a la gente de mi viejo barrio para recordarles que, aun si estábamos pobres, todavía teníamos algo de que orgullecernos,” dice Guerrero. “He compuesto centenas de canciones desde entonces, pero de todas, ‘Canción Mexicana’ es la principal en mi corazón.”
A pesar de su fervor patriótico, Guerrero todavía no había viajado a México. Cuando su familia se mudó a México por un periodo breve, fue un choque y le abrió los ojos culturalmente.
En 1934, en su último año de preparatoria, la familia Guerrero se mudó a la Ciudad de México, como parte de la repatriación de centenas de miles de inmigrantes durante la Depresión. Aunque su estancia fue breve, para el adolescente, fue difícil adaptarse. Tuvo que salirse de la escuela antes de graduarse, dejar atrás a su primera novia y adaptarse a la vida en una gran metrópoli, “el otro lado de la Tierra desde Tucson.”
Pero la visita también le abrió nuevas vistas musicales al ambicioso artista.
“Casi tan pronto como me bajé del tren, un nuevo mundo de música se me apareció con orquestas tremendas, hermosas melodías y ritmos como huapangos, sones, bambucos – música que yo ni sabía que existía,” recuerda. “La música mexicana que conocíamos al norte era más sencilla, y tal vez más alegre, pero no lograba acercarse a la belleza que tenía esta música del corazón de México.”
Además, Guerrero encontró un nuevo ídolo musical, el venerado compositor Agustín Lara. Se compró una libreta y anotaba las letras de canciones para que no se le olvidaran. “Mi música nunca sería igual,” escribe.
Después de tres meses, la familia había vuelto a Tucson. Concepción Guerrero estaba embarazada y no se sentía bien. (Guerrero afirma que su madre fue la primera mujer en Arizona que dio luz por cesárea, cuando nació su hermana Mona.)
Para Guerrero, fue otro desplazamiento abrupto que requería más ajustes. Para entonces, sus compañeros de clase ya se habían graduado y se negó a volver para terminar con estudiantes menores. Por eso, nunca obtuvo su diploma. Veinte años más tarde, cuando era bien conocido como artista, tocó en una asamblea en Tucson High School, y el rector lo sorprendió con un título honorario.
“Lo recuerdo como si fuera ayer,” dice Guerrero. “Los estudiantes me dieron una ovación de pie, y me emocioné tanto que ni pude agradecerles.”
Después de volver de México, Guerrero volvió a empezar a tocar con su cuarteto, ahora bajo otro nombre, Los Carlistas. Tomaron el nombre de un club juvenil local que, a su turno, extrañamente, llevaba el nombre de un pretendiente desconocido al trono español del siglo XIX, el Príncipe Carlos. A Guerrero nunca le gustaba el nombre ni el tener que explicarlo, pero había sido escogido por voto mayoritario.
La banda fue tan popular que empezaron a recibir invitaciones a tocar “en unos sitios lujosos” después de haber sido “descubierta por el otro lado del pueblo – la gente blanca.” Ya que buscaban una audiencia más amplia, fueron animados a mudarse a Los Ángeles por Frank Roberts, un legislador estatal demagógico del Barrio Viejo, quien se convertiría en su manager. Robles les consiguió bolos en un programa de radio popular que se emitía por la mañana en L.A. y en sitios locales. Interpretaron en vivo en el histórico California Theatre, ahora demolido, donde se codeaban con estrellas que admiraban, como Las Hermanas Padilla y el dúo Chicho y Chenco de Los Madrugadores.
Cuando el grupo fue contratado para tocar en Oscar’s Dome, una discoteca exclusiva de Hollywood, no tenía el dinero para comprar sus trajes. Así que improvisaron un estilo de campesino, con yardas de muselina blanca y pantalones con cordones de ajuste en la cintura, haciendo ponchos de cortinas y huaraches de unas llantas viejas. Completaron la imagen con sombreros de paja de F. W. Woolworth.
Los Carlistas se pusieron la mismísima vestimenta cuando aparecieron en la película de 1937 Boots and Saddles, protagonizada por Gene Autry. Aunque no aparecen sus nombres en los títulos de crédito de la película, cuando la película se mostró en Tucson, el nombre de la banda apareció en la marquesina arriba del nombre del famoso cowboy cantante: Protagonizado por Los Carlistas con Gene Autry.
A la época, una gran variedad de estilos de música latina – desde la samba al tango, del mambo al mariachi, de la conga al flamenco – ganaba popularidad extensa entre las audiencias generales. En el popular Club La Bamba, cerca de Olvera Street en el corazón de la ciudad, Guerrero y el cuarteto ofrecieron una serenata a los clientes, mayormente blancos, paseando entre sus mesas entre los conciertos en escena. El sitio llegaría a ser un punto clave para las estrellas de Hollywood incipientes.
Guerrero fue testigo de la aparición de una de estas estrellas en la pista de baile de La Bamba. Ella formó parte de un equipo de programa que consistía en un padre y su hija, conocido como los Dancing Cansinos (Los Cansinos Danzantes), Eduardo y Margarita. Según Guerrero, un camarero ahí inventó el famoso cóctel de tequila y le dio el nombre de la hermosa Margarita, aunque otros también se atribuyen. Sea como sea, la joven artista llegó a ser una gran estrella de Hollywood bajo su nombre artístico, Rita Hayworth.
A pesar de los bolos y el encanto de L.A., la Gran Depresión seguía, y el dinero escaseaba. Guerrero aceptó un trabajo diurno en que recortaba el forro de las llantas viejas, una labor que le dejaba cortes en los brazos y las manos. Pero su suerte estaba a punto de cambiar. Un encuentro fortuito en una calle del centro de la ciudad llevaría su carrera al siguiente nivel.
Primeras Grabaciones
Guerrero caminaba por la Calle Main cuando un desconocido, atraído por sus botas vaqueras elegantes y su sombrero blanco, se paró y le preguntó de dónde era. Resultó que el señor era el famoso compositor y productor Manuel S. Acuña, quien, como Guerrero, tenía raíces en Sonora. Su encuentro fortuito marcó el comienzo de una larga y fructífera colaboración en la grabación.
Acuña trabajaba como representante de artistas y repertorio (A&R) para Vocalion Records, que quedaba cerca. Luego, a la petición de Acuña, Guerrero le entregó tres canciones a la pareja de Acuña, Felipe Valdes Leal, otro legendario productor de la música mexicana. Guerrero quedó asombrado cuando luego aprendió que dos de sus canciones serían grabadas por las enormemente populares Hermanas Padilla.
Estas serían las primeras composiciones de Guerrero que serían grabadas. La Colección Frontera contiene las dos canciones en un Vocalion 78, grabado el 25 de agosto de 1938, donde salen las Hermanas Padilla acompañadas por Los Costeños. El disco incluye “El Norteño” en el lado A, y en el lado B, “Estamos Iguales.” Sin embargo, solo un lado está atribuido a Guerrero. El sello discográfico lista a Acuña y Leal como los compositores de “El Norteño,” a pesar de que Guerrero afirma que Acuña le había dado un contrato para las dos canciones.
En su libro, Guerrero no menciona explícitamente el asunto de la atribución de esta grabación, pero en otras ocasiones, se quejaba de haber sido defraudado con respecto a sus derechos de autor. Acuña contrató a Guerrero para grabar otras cuatro canciones con Los Carlistas. “El grupo recibió $50 por cada lado,” recuerda, “y nadie hablaba de las regalías en esa época.”
Frontera tiene las cuatro canciones tempranas por el grupo en 78s de Vocalion, todas atribuidas a Guerrero. Una es “El Aguador,” un huapango, acompañada por “Cuestión de una Mujer,” identificada como una Canción Fox. El otro disco contiene “¿De Qué Murió el Quemado?”, acompañada de “Así Son Ellas,” la última coescrita con Chole Salaz. Los Carlistas grabarían una docena de discos en los meses siguientes.
En esas obras tempranas, Guerrero estableció la gama estilística que marcaría su obra durante toda la vida: humorístico y romántico, folclórico y cosmopolita, optimista y a paso lento. Su característica principal era su versatilidad. Pronto, sus letras incluirían tanto español como inglés.
Campanas de Boda y la Feria Mundial
Al año siguiente, Guerrero se casó con su primera esposa, Margaret Marmion, la hija de una criada de hotel cuyo padre había fallecido. Se habían conocido en la boda de un amigo cuatro años antes, cuando él tenía 19 años y ella tenía 16. Él le ofreció una serenata en la recepción y le pidió que fuera su novia.
“Creo que parte de lo que me atraía a ella es que no tenía pinta de mexicana,” escribe Guerrero. “Se parecía mucho a su padre escocés-irlandés. Habiendo sufrido yo tanto de la discriminación, yo quería que mis hijos evitaran esa experiencia. Pensé que sus vidas serían más fáciles si tenían una tez más clara que la mía.”
La fecha de la boda—el 15 de octubre de 1939—había sido anunciada en la iglesia en Tucson, pero Guerrero se preocupaba que no fuera a poder pagarla. Le había prometido a su novia que trabajaría en Los Ángeles para recaudar los fondos, pero no fue fácil. Su cuarteto había disuelto, así que se juntó con otro músico, Lupe Fernández, y el dúo empezó a tocar en el Café Caliente en la Calle Olvera.
Para ese entonces, se había olvidado de las grabaciones hechas por Los Carlistas para Vocalion el año anterior. Entonces, un día, Acuña, su productor, posó por el club para avisarle a Guerrero que le esperaba un cheque de regalías. Le asombró la cantidad: $500. Fue suficiente para un vestido de novia y una fiesta, así que volvió a Tucson para casarse.
Muchos años después, Guerrero encontró las letras de una canción que había escrito para su esposa. Las letras estaban en un trozo de papel con un esbozo de un charro que él había dibujado, pero no se acordaba de la melodía. No sabía componer la música y no tenía grabadora, así que se perdió la canción.
A estas alturas, Guerrero ya había compuesto muchas otras canciones. Por eso, decidió viajar a la Ciudad de México para grabarlas. A los editores mexicanos les gustaron las canciones, pero no el cantante. Consideraban a Guerrero, un “pocho” (un término para un mexicano que ha sido americanizado) nacido en los EE. UU., un traidor cultural. Fue un esfuerzo frustrante para el artista, quien se consideraba “tan buen tenor como cualquier otro,” como una vez le dijo a un reportero.
“Vaya injusticia,” escribe Guerrero. “En los Estados Unidos, me discriminaban por ser mexicano, y en México, me discriminaban por ser americano.”
Finalmente, vendió cuatro canciones a PHAM, Promotora Hispano Americana de Música, un editor asociado con la música sureña en los EE. UU.
Volvió a casa, esperaba, escribía cartas. Ninguna respuesta. Después de meses de inactividad, sus grandes esperanzas de que una estrella grabaría una de sus canciones fueron frustradas, al menos por el momento.
Ese año ocupado sí trajo un punto alto, cuando Los Carlistas fueron escogidos para representar a Arizona en la Feria Mundial de Nueva York de 1939, que abrió en abril. Cambiaron su vestimenta de campesino por trajes de charro negros con ribete plateado, promocionando con mucho orgullo el estado y su clima cálido, junto con otros símbolos culturales icónicos—el cactus del desierto, las cerámicas de los hopis y las mantas del pueblo navajo.
El tema de la feria fue “El Mundo de Mañana.” Con 19 años, Guerrero vio la televisión por la primera vez, con diminutos televisores exhibidos en los pabellones de RCA, General Electric y Westinghouse. Y se maravillaba con una maqueta de una futura autopista, una década antes de que la primera se construyó en Los Ángeles.
El punto culminante del viaje fue la apariencia del grupo en Radio City Music Hall, en el programa con emisión nacional, The Major Bowes Amateur Hour. Cantaron “Guadalajara,” y recibieron $10 y un pase para comer a su antojo en una cafetería al otro lado de la calle del estudio.
Para Guerrero, la gran emoción fue “seguir los pasos de un muchacho que sería tanto un héroe y un amigo 50 años después.” Se refiere a Frank Sinatra, quien había comenzado en el mundo del espectáculo en el mismo programa en 1935.
Guerrero siempre creía que su raza—lo que él llamaba “mi aspecto oscuro y étnico”—le prevenía entrar al mercado general de la música pop americana como cantante. Pero le esperaba otro destino—como la primera estrella chicana del país.
Guerrero desarrolló su identidad bilingüe/bicultural en el crisol de un conflicto racial domestico durante la Segunda Guerra Mundial, cuando militares estadounidenses atacaron a jóvenes mexicoamericanos en las calles de Los Ángeles. Guerrero, quien estuvo entre los victimas perseguidos en los llamados Zoot Suit Riots (Disturbios Zoot Suit), apareció como la voz de su generación. Sus canciones swing enérgicas, salpicadas de la jerga de los pachucos, lo colocarían finalmente en el mapa de la cultura pop.
– Agustín Gurza
Para leer "Lalo Guerrero, Padre de la Música Chicana, Parte 2," haga clic aquí.
6 Comments
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Lalo's daughter Juanita
de Rose Fields (not verified), 12/08/2020 - 10:34Im doing research into Lalo's daughters. Did he have a daughter named Juanita? My mother says she named me after Lalo's daughter who died young.
Great legacy for students to learn about
de Fabian Ramirez (not verified), 05/20/2020 - 14:21As a motivational youth speaker, I make sure to let students know about the shoulders that we stand on, such as Lalo's. Many have come before us in the arts and in business that we owe so much gratitude.
With regard to the statement:
de Sal (not verified), 12/25/2018 - 23:01With regard to the statement: "Guerrero still dreamed of making it in Mexico, something no other Mexican-American performer had done. " Andy Russell, a Mexican-American born in Boyle Heights as Andrés Rábago and a contemporary of Mr. Guerrero, sang "Bésame Mucho," the smash bilingual hit in 1944 in the U.S and was enormously popular as an entertainer in all mediums in 1954 in Mexico and later all of Latin America, Spain and Cuba. See his Wikipedia page for more info about his career which spanned 50 years.
Appreciation: lively, lovely writing, homage to Lalo Guerrero
de Alice Canestaro... (not verified), 04/01/2018 - 06:26Thank you very much for the lively, lovely writing about Lalo Guerrero. This passage has opened up a deeper understanding of my people Chicanos.
Great Article,
de Rosalba Adame Leon (not verified), 03/31/2018 - 09:41Looking back into history of Mexican Americans is both pain ful and uplifting. Lalo Guerrero should not be forgotten. Legacy to generations.
My Uncle Lalo and me, or is I?
de EDWARD M GUERRERO (not verified), 03/29/2018 - 21:18I was born in the same house as my uncle. My dad was Lalo's older brother and moved to LA in the mid 30's. I was raised In Tucson in the same neighborhood. When I moved to California to live with my dad, He and Marge gave me a ride from Tucson, Sonny and I were in the back seat of a '49 Willis and it took 12 hours.