del UCLA Chicano Studies Research Center,
el Arhoolie Foundation,
y del UCLA Digital Library
Había un espíritu caluroso y jovial este último noviembre en un club de San Francisco llamado The Chapel (La Capilla) durante los Second Annual Arhoolie Awards and Benefit Concert (Segundo Concierto Benéfico y Premios Anuales de Arhoolie), un espíritu que era instantemente envolvente. Yo nunca había asistido a uno de estos celebrados eventos patrocinados por la organización de música de raíces, pero me sentía inmediatamente en casa.
La gente no pretendía ser de moda. No tenían esa vibra prohibitiva de ser parte del grupo popular. Simplemente disfrutaban y gozaban de los intérpretes de blues desenfrenados y el góspel en el escenario. La afinidad cultural compartida por la muchedumbre lo convirtió en un evento comunal.
Para los que no conocen la historia de Arhoolie, la venerada marca musical creada por el colector de discos y productor Chris Strachwitz, el título del evento del mes pasado podría ser un poco engañoso. Sí, era solamente el segundo concierto benéfico para La Fundación Arhoolie, que es sin fines lucrativos y es un patrocinador importante de la Colección Frontera, que está alojada en internet por UCLA. Pero la empresa ha existido por mucho más tiempo.
El año que viene, de hecho, marcará el 60º aniversario de Arhoolie Records, la marca que comenzó Strachwitz con un presupuesto muy reducido y formó como un archivo esencial de los estilos musicales de la música de raíces americanas, incluidos los blues, el jazz, el folk, el zydeco, el bluegrass y los géneros mexicanos populares a lo largo de la frontera entre los Estados Unidos y México, especialmente en norteño, el conjunto y el tejano.
El evento benéfico presentó premios a músicos de la Bahía, incluido Elvin Bishop, el veterano guitarrista de blues que recibió el Chris Strachwitz Legacy Award. Pero cuando Strachwitz apareció en escena para presentar los honores, con su porte modesto pero seguro de sí mismo, las aclamaciones del público no dejaron ninguna duda sobre a quién consideraban el acto principal.
El escritor y disk jockey veterano de la Bahía Jesse “Chuy” Varela, quién fue el maestro ceremonial del evento, subrayó la estatura de Strachwitz con una presentación elogiosa en tonos de anunciador atronadores. Luego, en una entrevista, Varela arrojó luz sobre lo atractivo de un hombre que él llama “mi tío Chris.”
“Chris, creó una comunidad, ’mano, de gente de su edad que… hombre, le seguían,” dijo Varela, un colaborador de mucho tiempo y cliente frecuente en Down Home Music, la tienda de discos que Strachwitz abrió en 1976 en El Cerrito, al norte de Berkeley. “Si solo pasas un tiempo en la tienda, te impresiona cuántos músicos famosos pasan por ahí por la reputación que tiene, músicos que están tratando de encontrar algo de inspiración o que buscan música que quieren investigar.”
Varela menciona los nombres de artistas locales de la década de 1960 que eran habitantes de Down Home antes de hacerse famosos: “Tom Fogerty y todos los chicos de Creedence pasaban tiempo ahí; Country Joe McDonald pasó por ahí. Y luego había los muchachos que se mudaron acá y lo adoptaron como su segunda casa, como Taj Mahal y Charlie Musselwhite. Y luego, Billie Joe Armstrong de Green Day, hombre, esos muchachos pasaban por ahí.”
Esa confraternización de los amantes de música y los creadores de música formó vínculos que perduraron.
“Compadre, es mucho amor, hombre,” dice Varela. “Basta con ir a una fiesta de Arhoolie o pasar un rato en Down Home, como, un sábado por la tarde, solo para verlo.”
Eso capta bien lo que yo experimenté en el concierto, organizado en el Distrito de la Misión, el barrio aburguesado que una vez era un semillero del activismo de base latino en las políticas y las artes. Miré alrededor del local y vi a muchos contemporáneos, Baby boomers canosos, incluidos algunos que ahora son benefactores importantes de la Fundación Arhoolie. Tan pronto como entré, me topé con Jonathan Clark, el músico de mariachi e historiador que contribuyó un capítulo a mi libro sobre la Colección Frontera. Pronto nos convertimos en un trío cuando se unió a nosotros Tom Diamant, un consejero de la Fundación Arhoolie y el viejo socio de Strachwitz.
Todo esto evocaba el espíritu de la década de 1960, cuando yo era un alumno en Berkeley y Chris estaba desarrollando su negocio de música. Era una época predigital en la cual las canciones pop proveían el pegamento social que unía a la gente y expresaban los valores compartidos de la comunidad, por paz, amor y justicia; contra la guerra, la pobreza y el racismo.
Ante el antagonismo generacional actual que les culpa a los Boomers por todo tipo de males sociales, desde la deuda estudiantil aplastante hasta el calentamiento global, fue alentador experimentar una manifestación positiva de los elevados ideales de esa generación.
Esa tarde gozosa proveyó un momento para reflexionar sobre los tremendos logros de Strachwitz y Arhoolie, construidos disco por disco durante seis décadas. Comenzó con recoger y preservar la música étnica grabada de las clases obreras, que otros consideraban despreciable. En arsenales descartadas de discos no deseados, Strachwitz veía tesoros musicales, como un minero que lava oro en el agua fangosa.
En términos culturales, su contribución más importante fue dar a esa música su el lugar y el respeto que le correspondía. Ese abordamiento fue especialmente importante en el caso de la música folk y country mexicana, que fue despreciada hasta por muchos mexicanos. Strachwitz no distinguía entre los géneros de los dos lados de la brecha cultural. Así que coleccionaba y producía música mexicana a la par con los estilos de raíces americanas, libre de la carga de los prejuicios de gente desconcertada que se sacudían la cabeza y preguntaban, “¿Para qué quieres esas cosas?”
En los años tempranos, la misión de Arhoolie sincronizaba perfectamente con el deseo de la época de la autenticidad y su rechazo del artificio comercial. Strachwitz creció en un período en el cual la gente buscaba música de raíces para sí misma, provocando renacimientos en el folk, los blues y la música étnica do todo tipo.
Este inmigrante alto y espigado se encontraba en el lugar y el momento oportuno.
Strachwitz vino a este país cuando era un adolescente de una familia alemana de la alta sociedad, buscando un refugio seguro después de la Segunda Guerra Mundial. Llegó con una sed de música que no fuera la música folclórica de su patria europea, que le parecía artificiosa e insensible. Su capacidad de escucha estaba abierta de par en par.
“Es un amante de la música, y vino aquí en un momento en el que había música muy rica,” dice Varela, que trabajó durante las décadas de 1980 y 1990 en KPFA-FM, la estación Pacifica de Berkeley, donde Strachwitz también organizó un programa de larga duración. “Siempre le gustaba mucho aprender de la gente y escuchar cosas.”
Strachwitz escuchaba y aprendía, incluso cuando no entendía el idioma que hablaban los músicos. No hablaba español, pero respondía visceralmente a la música regional mexicana de la gente pobre y de clase obrera de la frontera, con sus exquisitas armonías vocales, sus vivos acordeones y sus ritmos de polca enérgicos.
“Siempre fui ese gringo raro, escuchando corridos y banda porque me encantaba lo que tenían que decir,” dijo Strachwitz en una entrevista el año pasado con El Tecolote, un periódico bilingüe lanzado en 1970 en San Francisco State como parte de una clase de Estudios de la Raza. “Los mexicanos tenían una forma muy profunda de revelar sus experiencias de vida.”
Chris era un explorador, pero no un explotador. Le interesaba la preservación, no el lucro. Se sumergió en la cultura nómada de los trabajadores migrantes y, como ellos, siempre estaba en movimiento. Buscaba a los artistas norteños y de conjuntos, se hacía amigo de ellos, los grababa, escribía notas para sus álbumes y los presentaba en sus películas documentales.
A través de ese esfuerzo antropológico, les enseñó a los jóvenes mexicoamericanos a no discriminar su propia música.
“Éramos low-riders,” recuerda Varela, de 65 años, quien asistió a la escuela secundaria en Martínez, una histórica ciudad petrolera en el Este de la Bahía. “Éramos cholos, y despreciábamos la música mexicana. Pero con el tiempo, empezamos a darnos cuenta de que no se puede cortar esa raíz.”
“Yo era un joven chicano en el MEChA (Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlán),” continuó Varela, quien estudió música y comunicaciones de masas en Cal State Hayward, al sur de Berkeley. “Éramos muchachos que nos involucrábamos con César Chávez y todo eso, y descubrimos el disco The Chicano Experience (La Experiencia Chicana) (Texas-Mexican Border Music Vol. 14, Arhoolie Records, 1978). Ese álbum se convirtió en algo así como nuestro manifiesto.”
“Solíamos cantar eso como si fuera nuestro himno,” continuó Varela, y el emocionante recuerdo todavía animaba su voz. “Sabíamos que esto tenía mucho corazón, pero también tenía mucho fuego político.”
Para Strachwitz (y otros, como Ry Cooder, quien colaboró con Flaco Jiménez, el renombrado acordeonista de San Antonio), el hecho de ser forasteros que observan la cultura latina les resultó ser una ventaja.
“La ironía es que hicieron falta jóvenes que no eran mexicanos que se enamoraron de esta música, y que realmente conocían la riqueza y la profundidad de esta,” dice Varela. “Como resultado, se volvió a cerrar el círculo, regresando a la gente, que dijo, “Oh sí, tal vez tengamos que volver y reexaminar esto.’”
Otras figuras blancas que profundizan en la música étnica han sido acusadas de apropiación cultural, incluyendo a Paul Simon con su incursión sudafricana. No creo que se pueda culpar a Strachwitz por eso porque siempre trata de mantener el foco de atención en la música en sí, en su forma más pura y natural. He argumentado anteriormente, a riesgo de presentar a Strachwitz como un salvador blanco, que su obsesiva búsqueda de discos ayudó a rescatar del olvido una gran parte de nuestra cultura musical. Sin la Colección Frontera, mucha de su música se habría olvidado hace mucho tiempo.
Pero Varela no lo ve precisamente así.
“No, lo que creo que hizo él es que lo abrió al mundo exterior,” dice Varela. “Una de las cosas de los mexicanos, ’mano, es que nunca se deshacen de sus discos. Puedes ir a cualquier casa mexicana y habrá un pequeño montón de discos, y ellos los pasan. Es así; es insular. Lo que Chris ayudó a hacer es abrirlo, para que las sociedades externas pudieran ver lo que hacemos. Y creo que eso es algo por lo cual merece mucho crédito.”
Lo que me lleva a mi última reflexión al estudiar al público envejecido en el concierto de Arhoolie. ¿Qué será de este movimiento cultural cuando esta generación fallezca? ¿Quién llevará la antorcha de la preservación histórica al futuro?
La década de 1960 es historia. Los gustos cambiaron, y la gente siguió adelante. La tecnología voló en pedazos el concepto mismo de coleccionar discos, con canciones ahora accesibles instantáneamente como archivos discretos, sin ataduras al lanzamiento de un álbum.
Como Strachwitz dice simplemente: “Los registros ya no son realmente un artículo.”
Puedes pensar en Strachwitz como un curador musical que selecciona los discos que le gustan y los presenta para que otros los aprecien. Hoy, sin embargo, el papel de guardián cultural ha tomado el camino del LP, la radio Top 40 y el señor de A&R del sello discográfico. Ahora, la gente está inundada de una avalancha de música disponible, sin nadie que les ayude a clasificarla.
“Es como una torre de babel total por ahí,” dice Strachwitz. “En los viejos tiempos, tenías buenos disk jockeys, buenos críticos en periódicos y revistas. Hay tantas cosas ahora, y los jóvenes sí que necesitan orientación.”
A pesar de los cambios y desafíos, Strachwitz casualmente desvía una pregunta sobre su legado con una respuesta de voz suave: “Realmente no estoy tan preocupado.”
Tal vez su mente queda tranquila porque ha estado planeando cuidadosamente el futuro durante los últimos 20 años. En 2016, Arhoolie Records, con su catálogo de unos 650 discos, fue vendido a Smithsonian Folkways Recordings, el sello sin fines de lucro de la Smithsonian Institution, el museo nacional de los Estados Unidos. Mientras tanto, Arhoolie ha emprendido la hercúlea tarea de digitalizar unas 160,000 canciones de la colección Strachwitz de música mexicana, mexicanoamericana, española, caribeña y latinoamericana, creando el archivo digital que comprende la Colección Frontera de la UCLA.
A través de Frontera y Folkways, este tesoro discográfico estará disponible como recurso global para las generaciones venideras, deleitando a los amantes de la música e informando a los etnomusicólogos.
Es un legado suficiente para un hombre.
-Agustín Gurza
1 Comments
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Un legado cultural invaluable.
de EDUARDO PALOME (not verified), 05/31/2023 - 21:14Durante mucho años he recopilado música de diferentes géneros, inicie este proyecto en 1960 y fui recopilando mucha música impresa en los diferentes formatos en lo que se ha impreso. Un gran tesoro fue la música digitalizada que me permitió reencontrarme con muchos temas que en aquellos años no estaban a mi alcance tanto por la limitación economía como su escaza distribución, hoy me encuentro ante este verdadero tesoro, lo cual me llena de regocijo y no quise dejar pasar de expresar mi reconocimiento y agradecimiento, no solo en lo personal sino en la oportunidad que tendrá una gran sector de la población y de nuevas las generaciones que podran reencontrase con sus raices y su identidad.