del UCLA Chicano Studies Research Center,
el Arhoolie Foundation,
y del UCLA Digital Library
La mayoría de la gente sabe que el peor desastre natural en la historia de California fue el terremoto en Los Ángeles en 1906. ¿Pero cuál calamidad sería el número 2? Ésa ocurrió en Los Ángeles en 1932: una rotura de dique catastrófica que mató a 600 personas, aniquiló barrios hasta el mar cerca de Ventura, y terminó la carrera de William Mulholland, el famoso ingeniero que había diseñado el sistema de aguas para la nueva metrópolis que florecía en el desierto del Sur de California.
El colapso a medianoche del dique de St. Francis puede haberse borrado de la memoria. Sin embargo, es relatado en detalle en dos grabaciones de 78 rpm contenidas en la Colección Frontera. Una de las canciones, La Inundación de California por Cancioneros Acosta, ofrece un resumen dramático del desastre. La otra grabación, La Inundación De Santa Paula por Esparza y Camacho, narra el terror de la gente río abajo que fueron despertados por el golpe de una pared de agua en el pueblo, ubicado en una zona baja que quedaba por el camino de la inundación, que viajó 54 millas hasta el Pacífico.
He vivido la mayoría de mi vida como adulto en Los Ángeles, pero admito que yo no conocía este evento hasta que encontré estas canciones en el archivo. De hecho, hay docenas de las llamadas canciones de desastre en la base de datos de Frontera. Se pueden considerar una especie de noticiero musical, con muchas contadas como relatos de testigos que vieron el caos que trajeron los huracanes, inundaciones, tornados, terremotos y volcanes.
La canción de desastre tiene una larga tradición en muchas culturas, y existían por siglos antes del sonido grabado. Desde el siglo XVII en Europa, las noticias sobre los catástrofes se difundían a través de las baladas del costado, con versos impresos en hojas de papel y cantados por trovadores viajantes. Los rastros de esa tradición pueden verse en la reacción a los ataques terroristas de 9/11 en los Estados Unidos, que provocaron una ola global de nuevas canciones de desastre, “comprobando así que la función social y relevancia del género continúa,” según el etnomusicólogo Revell Carr.
En su ensayo, “We Will Never Forget” (“Jamás Olvidaremos”), publicado en 2004 por Voices, the Journal of New York Folklore, Carr explica por qué a la gente le encanta escribir y escuchar canciones sobre desastres, aun hoy, cuando las noticias pueden obtenerse instantáneamente. Menciona el naufragio de Titanic en 1912 como el primer desastre “mediado globalmente,” inspirando a los compositores en los EEUU a registrar los derechos del autor de más de 100 canciones en los ocho meses que siguieron la tragedia.
Las canciones de desastre “sirven de catalizadores para communitas y ayudan a curar las heridas psíquicas después del desastre, y capitalizan el deseo que compartimos los seres humanos de dar testimonio—todo esto siendo parte del mismo proceso de superar el caos y confusión de los dramas sociales traumáticos,” escribe Carr, quien ahora es profesor en la Universidad de Carolina del Norte en Greensboro. “Las canciones de desastre funcionan como acción reparativa, ya que comunican sentimientos y emociones compartidos, a través de lo cual se puede solidificar un vínculo social con los demás en los días y semanas después de un desastre.”
Después de haber estudiado más de 200 de tales canciones, Carr identificó seis características que definen el género: un evento real en el cual hubo un número significativo de vidas perdidas, mención de la fecha, empatía por las víctimas, un estilo sensacionalista de tabloide y temas como “advertencias ignoradas, la culpabilidad humana y la retribución divina.” Los criterios me recordaron del ensayo en que se definen las características del corrido mexicano, escrito por el difunto Guillermo Hernández, profesor de español y portugués, quien dirigió el plan de traer la Colección Frontera a UCLA. (El ensayo de Hernández, “What is a Corrido” (“¿Qué es un Corrido?”) fue reimpreso en mi libro sobre la Colección Frontera.)
Muchas delas características de los corridos descritas por Hernández coinciden con las descripciones de Carr. Así que no es sorprendente que muchas canciones de desastre en español son corridos. Un ejemplo clásico, “Corrido De Las Inundaciones” por Dueto Ray y Lupita, tiene varias de las características para los dos géneros:
Evento real: Hurricane Hilda
Tiempo y lugar: Septiembre de 1955
Tampico (en la costa del golfo en México)
Graves pérdidas humanas: Sufrieron pobres y ricos
Por donde pasó el ciclón
Pobre el puerto de Tampico
Casi todo lo arrasó.
Culpabilidad humana: Todos estos sinsabores
Que sufre nuestra nación
Son causa de los errores
Y tanta equivocación
Retribución divina: ¿No creen ustedes, señores,
Que es un castigo de Dios?
Crear comunidad: Aquí terminó el corrido,
Y gracias por su atención.
Dios quiera que lo ocurrido
Nos sirva como lección,
Que el mexicano esté unido
En la alegría y el dolor.
Mientras yo escuchaba varios de estos corridos calamitosos, me llamaron la atención las imágenes vívidas creadas por los compositores—no meramente descripciones de la destrucción, sino las consecuencias y el daño humano. El poder de la palabra precedió las imágenes que ahora vemos omnipresentes en la televisión, los celulares y las pantallas de computador.
Como escribió el experto en los corridos mexicanos Vicente T. Mendoza, “Es en estos casos que el corridista contribuye sus poderes de observación, ya que no omite ni el menor detalle, y pinta cuadros que son sorprendentes por su realismo y precisión con respecto a los horrores de nuestra desgracia colectiva.”
Mendoza es citado en el sitio web “Corridos de Desastres,” creado para estudiantes por el difunto James Nicolopulos, un colaborador cercano del fundador de Frontera, Chris Strachwitz. Mendoza comenta sobre una balada de costado del siglo XIX sobre un descarrilamiento de tren, “El Descarrilamiento de Temamatla,” que cita como el prototipo del corrido de desastre mexicano. (Este costado, y otros sobre contratiempos con trenes mexicanos que están incluidos en una colección de la Universidad de Tejas en Austin, fueron escritos por el famoso impresor y grabador mexicano José Guadalupe, Posada.)
Por razones personales, una de mis preferidas canciones de desastre en la Colección Frontera relata la súbita erupción de un volcán en un campo de maíz en Michoacán en febrero de 1943. La canción, “Paricutin,” que es el nombre del volcán, empieza con la historia verdadera del campesino que estaba en su campo cuando la tierra empezó a retumbar y le empezó a salir humo y gases sulfúricos, que olían a huevo podrido. Aterrorizado, corrió al pueblo – “sin sombrero” – para contarles a sus vecinos lo que pasaba.
Los científicos y la prensa del mundo entero inundaron el lugar, que quedaba cerca de la ciudad de Uruapan, para documentar la erupción. Entre los reporteros que estuvieron ahí está mi tío, Luis Gurza Villareal, quien grabó un noticiero del evento. El metraje, que vi en la Ciudad de México, lo muestra en medio de trozos de lava humeante que caían a su alrededor y de los cuales apenas se escapaba.
No todas las canciones de desastre incluyen relatos de testigos u osadas escapadas por un pelo. El artista tejano-mexicano Steve Jordan y su banda estaban en camino de Corpus Christi, Tejas, a un concierto en San Francisco cuando escucharon las noticias sobre el Terremoto de Loma Prieta de 1989, que ocurrió en la región de la Bahía de San Francisco. Como relata el cantante en “El Temblor De San Francisco,” habían llegado hasta Houston cuando escucharon las noticias que el terremoto había aplastado la carretera de 880, que era de dos niveles, “como una tortilla.”
En algunas canciones, los desastres son exclusivamente personales. En “Centella Maldita,” Los Cardenales del Valle lamentan el momento en que le cayó un rayo a su madre, por lo cual se murió. Es triste, pero una sola víctima no hace una canción de desastre.
Y tenga cuidado con los títulos engañosamente desastrosos. “El Huracán” por (lo adivinó) Los Huracanes no se trata de un evento letal del clima. Es una queja sobre alguien que pasa por la vida como un huracán, “causa destrucción por donde pasa.”
La Colección Frontera contiene un buen número de canciones sobre desastres en Tejas; esto se entiende, ya que se especializa en la música tejana-mexicana de la región fronteriza. Hay más de una docena de canciones sobre el Huracán Beulah, la tormenta más fuerte que jamás ha experimentado la costa atlántica, en 1967, que entró en tierra justo al norte de la boca del Río Grande, engendrando un récord de 115 tornados en Tejas, que causaron enormes inundaciones y mataron a casi 700 personas. Hay también media docena de grabaciones sobre el Huracán Celia, que abatió sobre Tejas el 3 de agosto de 1970, con vientos tan altos como 180 millas por hora en el Condado de Nueces, dejando a 28 muertos y a casi todos los edificios dañados en el centro de Corpus Christi.
Dado que hay tantos pequeños sellos discográficos independientes representados en la colección, encontramos varias canciones sobre desastres que fueron para ellos locales y que de otra forma no se habrían documentado. Una oleada de sellos tejanos se apuró para grabar corridos sobre un tornado que golpeó a Lubbock, Tejas, en mayo de 1970, tres meses antes de Celia. Éstos incluyen a dos compañías discográficas – Jilguero y Shalovo – ubicadas en o cerca del mismísimo Lubbock.
Dos ejemplos más de canciones locales: “La Tragedia de Teton,” sobre el derrumbe letal de una presa en el Río Teton en Idaho, fue lanzado por Don Pepe Records, basado en Pocatello, Idaho. Y “La Tragedia del Big Thompson” por Los Petroleros del Norte, un corrido sobre la inundación repentina más mortífera en la historia de Colorado, se encuentra en el sello Alvarado, basado en Brighton, Colorado.
Pero cuando se trata de descripciones detalladas y empatía con las víctimas, hay pocas canciones de desastre que igualan la calidad del relato de Cancioneros Acosta del derrumbe de la presa de Los Ángeles. Busqué y busqué las letras en internet, ya que las voces en el 78 rpm rayado en la colección son difíciles de percibir. Encontré una página dedicada exclusivamente a esta canción, que fue escrita poco después del derrumbe de la presa de St. Francis hace 88 años. Es un sitio de música con el título provocativo de “Modernidad y Obsolescencia.”
Las últimas cuatro estrofas describen los horrores del muro de agua de 10 pies de altura que chocó con comunidades durmientes, incluso un campo cercano de campesinos itinerantes, en medio de la noche. La inundación causó apagones y forzó a los residentes a huir en la oscuridad para salvarse la vida. Estas letras demuestran la magnitud de la tragedia.
Por el poder infinito estaba ya destinado
el que tantos inocentes debían de morir ahogados.
En menos que te lo cuento, el valle era una laguna,
y la corriente arrastraba sin dejar casa ninguna.
La gente dice familias luchaban desesperadas
cargando a todos sus hijos y sus cosas más amadas.
Se oía quejar lastimero a gente horrorizado
Auxilio pedía a gritos. ¿Cómo ayudarlos? Dios Santo.
Madre mía no me dejes, decía un infortunado
que si me dejas solito me voy a morir ahogado.
Era una lástima oír a las madres que lloraban
y de dolor angustiadas por sus hijos preguntaban.
Una niña de tres años lloraba inocentemente
al ver que sus padres iban ahogados en la corriente.
Cadáveres se encontraban; era una lástima verlos
Supervivientes ya nunca pudieron reconocerlos.
La próxima vez, miraremos las canciones sobres terremotos, incluso canciones sobre temblores relativamente recientes en la Ciudad de México, Los Ángeles y San Francisco.
--Agustín Gurza
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