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Los Madrugadores

Las Calcomanías de Tienda: Ventanas a una Forma de Vida Perdida

             Un verdadero coleccionista de discos es más que un mero aficionado a la música. Los coleccionistas también son en parte historiadores, en parte archiveros, en parte cazadores de tesoros y en parte detectives. Miran los discos como si fueran artefactos arqueológicos, analizándolos en busca de pistas sobre una cultura y forma de vida en particular, en un tiempo y lugar específicos.

             Incluso la etiqueta de precio común, por ejemplo, puede ofrecer una visión tentadora de la vida de un disco, especialmente uno que sigue circulando, pasado cariñosamente (se espera) de mano en mano. Te dice dónde se detuvo ese disco en su camino desde el fabricante hasta el mercado. Y te permite imaginar los detalles de esa estadía en el mercado.

             “La pegatina de la tienda, para mí, sirve como un mapa mental de donde la cultura mexicana fue comprada, vendida y atesorada por muchos inmigrantes,” escribió mi colega Juan Antonio Cuéllar en un reciente blog para la página de Facebook de la Colección Frontera de la Fundación Arhoolie. “Me encanta encontrarlos y hacer una búsqueda en el mapa de Google para encontrar su ubicación y preguntarme cómo era la vida en ese entonces para Raza que buscaba llevarse el último 78 por el dueto más caliente de la época.”

              Durante los últimos años, Cuéllar ha sido el ingeniero principal en la tarea masiva de transferir las grabaciones físicas de la Fundación Arhoolie a archivos digitales, que ahora constituyen el archivo en línea de la Colección Frontera. Ha revisado minuciosamente miles de discos, un lado a la vez, colocándolos en un tocadiscos con equipo especializado para hacer las transferencias de analógico a digital.

              En ese proceso, se encontró con viejos discos de 78 rpm de la primera mitad del siglo XX que tenían pegatinas de venta al público en las propias etiquetas. Cuéllar considera que estos emblemas promocionales anticuados son precursores de lo que se conoce como “hype stickers” (“pegatinas de propaganda”) en la industria discográfica moderna.

            Las pegatinas de promoción se pegan normalmente en la portada de un álbum, ya sea porque el fabricante está promocionando un determinado sencillo exitoso, por ejemplo, o porque el minorista está promocionando un precio de venta con su logotipo. Hoy en día, los lanzamientos más sofisticados de los audiófilos utilizan las pegatinas de propaganda para anunciar los aspectos técnicos de primera calidad de la grabación.

            Sin embargo, los discos individuales de la época de los 78 rpm no venían encerrados en robustas fundas exteriores con fotos y notas de forro. En los viejos tiempos, los frágiles discos venían en simples fundas de papel con una abertura redonda en el centro que exponía la etiqueta. Así que los minoristas colocaban sus pegatinas promocionales directamente en la etiqueta.

            Hoy en día, las pegatinas más simples de los minoristas se utilizan comúnmente para anunciar el precio. Pero incluso estas pegatinas de precios pueden tener un significado personal para los coleccionistas. Por ejemplo, los fines de semana, mi padre buscaba religiosamente discos que comprar en San José, California, durante las décadas de 1950 y 1960, cuando la distribución de los discos modernos estaba en su infancia. En aquellos días, antes de la llegada de las grandes cadenas de tiendas de discos como Tower, Sam Goody, The Wherehouse y Music Plus, los discos se vendían comúnmente en grandes almacenes que ofrecían una selección de los más vendidos en pequeñas secciones de música.

            Mi padre descubrió que se podían hacer buenos tratos en los populares almacenes de descuento (pre-Costco), como los ahora desaparecidos White Front (Frente Blanco) y Gemco. Además, llevaban una amplia selección de discos mexicanos, que era el gran atractivo para él.

            Para nosotros, siempre era una tortura cuando estábamos en el carro después de la misa y él decía, “Voy a parar en el Gemco por un minuto.” Sabíamos lo que eso significaba: una interminable y exasperante espera para que él navegara la tienda, mirando cada disco, recogiéndolos uno por uno, leyendo las notas del forro, y decidiendo cuál sería su botín para la semana, que a menudo incluía duplicados de los discos que ya tenía.

            La costumbre de mi padre de coleccionar discos tuvo un poderoso impacto en mí de dos maneras muy distintas. El hecho de tener que esperar durante sus largos viajes de compras me convirtió en un hombre extremadamente impaciente. Pero el hecho de estar expuesto a su amplia colección en casa me convirtió en un admirador de la cultura mexicana y en un aficionado a la música grabada, no solo a los discos, sino también a los equipos de tocadiscos. El Dr. Gurza compró las mejores consolas con la llegada del sonido estéreo, y obsequiaba a los visitantes con discos de demostración Hi-Fi que tenían bongos que hacían ping-pong en los altavoces de izquierda a derecha.

           Recientemente, compré unos discos usados que todavía tenían pegadas esas viejas pegatinas de precios de tiendas de descuento desaparecidas, y me pregunto si mi padre había hojeado estas mismas copias. Calan hasta más hondo los discos usados que he encontrado con una pegatina que dice “DiscoCentro.”  Lo reconozco porque fui el dueño y gerente de esa tienda en la década de 1980 en el Este de Los Ángeles. Décadas después, estoy comprando de nuevo los discos usados que una vez vendí como nuevos, más prueba de que los coleccionistas pueden ser obsesivos.

          A mi padre también le encantaba comprar en Sears, sobre todo herramientas y equipo de camping. Más tarde, antes de tener mi propia tienda, trabajé para una gran distribuidora nacional de discos que atendía departamentos de música en cadenas como Sears, Woolworth's y K-Mart. Para entonces, hacía décadas que Sears se había convertido en un vendedor exclusivo de música. Desde los principios del siglo XX, Sears emitía sus propios sellos discográficos, con nombres como Harvard, Oxford y Silvertone, que tenían licencia de los principales sellos, incluyendo Columbia, Decca y RCA, y se vendían a través de sus tiendas y su famoso catálogo. Montgomery Ward fue un paso más allá en la creación de marcas al crear un sello discográfico con su propio nombre.

         Sin embargo, la naturaleza de estos sellos nacionales como parte del mercado masivo los priva del singular encanto que hace que la pegatina privada de los minoristas independientes sea tan interesante y potencialmente reveladora.

         Como otro obsesivo de las pegatinas de tiendas, aquí ofrezco mis observaciones sobre algunos ejemplos del blog de Cuéllar.

El Arte Mexicano, Chicago, Illinois

         Cuéllar destaca a este minorista en su blog, y señala los intereses multifacéticos de su propietario, identificado en la etiqueta como Ignacio M. Valle. Cuéllar descubrió en su investigación que Valle, conforme al nombre de su tienda, también vendía “arte mexicano en arcilla, madera, cuero, plumas, vidrio, tela, alfombras, sombreros, muebles, etc.” Pero Valle era más que un simple comerciante, señala Cuéllar. También fue un compositor prolífico que “logró escribir más de 50 canciones, incluyendo muchos corridos de dos partes que son históricamente significativos.”

         La pegatina roja rectangular de Valle promueve las ventas de música con una descripción genérica en mayúsculas: “REPERTORIO MUSICAL.” Aunque la impresión está parcialmente manchada, la dirección y el nombre del propietario siguen siendo legibles. Estaba situada en la calle Halsted, frente a lo que hoy es la Universidad de Illinois en Chicago, que se estableció a principios de la década de 1960.

         Hoy en día, señala Cuéllar, se sabe poco sobre el compositor que era el dueño de la tienda.

        “Todavía no se ha escrito mucho sobre Valle,” escribe, “pero su contribución a la experiencia mexicanoamericana debe ser documentada y celebrada con mucho más que encontrar su pegatina de tienda en un 78.”

Librería Hispanoamericana, Fresno, California

         Esta gran pegatina, que tapa completamente el nombre del sello, revela cómo se vendían los discos en las tiendas minoristas junto con otras mercancías. En este caso, la librería hispanoamericana de Fresno también ofrecía periódicos, revistas ilustradas populares y material de papelería, descritos como “artículos de escritorio.” Asumo que el nombre “Izquierdo y Martínez” se refiere a la propiedad, aunque no está claro si es una sociedad o un propietario único. La ubicación de la tienda en el Valle de San Joaquín en el centro de California sugiere que atendía a los trabajadores agrícolas mexicanos que se asentaron en la rica región agrícola. No es casualidad que el disco en sí sea del exitoso grupo Los Madrugadores, que apelaba a la comunidad obrera e inmigrante.

Ciudad de México, San Francisco, California

         Esta tienda estaba situada en el famoso distrito de North Beach de San Francisco, a pocas cuadras de donde el poeta beat Lawrence Ferlinghetti establecería su emblemática librería City Lights en 1953. La tienda de discos reveló una cierta aspiración urbana al nombrarse en honor a la capital cosmopolita de México. Sin embargo, no estaba por encima de la venta de discos y libros junto con huaraches, la humilde sandalia mexicana precolombina. (Más recientemente, la tienda del 748 de Broadway fue ocupada por una tienda de ropa vintage, The Dressing Room.) La pegatina amarilla rectangular de la tienda Ciudad de México también cubre el nombre del sello, aunque la palabra Decca parece asomar en la parte superior. La grabación es un huapango del prolífico compositor mexicano de Veracruz, Lorenzo Barcelata. Nótese que la canción se identifica como el quinto de ocho lados, lo que sugiere que el disco era parte de un conjunto de cuatro discos encuadernados (una canción por lado), una práctica de comercialización que dio lugar al término "álbum" para describir una colección de música grabada.

La Sastrería Juárez, San Bernardino, California

         Aquí hay un punto de venta que yo nunca había visto antes: discos vendidos en una sastrería. Situada en el Inland Empire del Sur de California, la pegatina del sastre animaba a los clientes a “comprar sus fonógrafos y discos” en La Sastrería Juárez. El eslogan, sin embargo, lleva el discurso publicitario demasiado lejos, prometiendo que “hoy tenemos muchas piezas (musicales) nuevas,” aunque la palabra “piezas” en español estaba mal escrita. Mi pregunta: ¿Cómo puedes estar seguro de que el nuevo stock seguirá estando ahí el día que el cliente venga a la tienda (‘hoy’)?” La ciudad de San Bernardino fue también uno de los primeros centros de inmigración de trabajadores mexicanos, que trabajaban en los ferrocarriles y en la cercana Portland Cement Company. Una vez más, la grabación es de los queridos Los Madrugadores, de la discográfica Brunswick. Brunswick y otros grandes sellos discográficos de la época usaban series especialmente numeradas para vender “discos de raza,” refiriéndose a la música negra como el jazz, el blues y el góspel. Las compañías discográficas también se dirigían a audiencias judías, rusas, italianas y de otras etnias.

Repertorio Musical Mexicano, Los Ángeles, California

         Una de mis preferidas pegatinas de tienda de discos pertenece a un comerciante del centro de Los Ángeles, que evoca recuerdos personales que calan hondo. Me encanta por su inusual forma contorneada, su diseño gráfico y su doble mensaje que aborda tanto temas comerciales como comunitarios. La parte superior es una sección en forma de disco, con el nombre de la tienda en mayúsculas y negrita. En el centro del disco hay un largo lema en letra pequeña que se lee como un grito patriótico: “De la casa mexicana de la música mexicana para todos los mexicanos.”

         En el centro, hay una imagen de un charro delgado que toca una guitarra junto a un sub-lema conciso que refuerza la declaración de la misión: “Patrocina los negocios de tus paisanos.” En la parte inferior, como una firma, está el nombre del propietario: Mauricio Calderón, propietario.

         A diferencia de Valle de Chicago, Calderón y su tienda se mencionan varias veces en estudios históricos de la comunidad mexicanoamericana de Los Ángeles. Fue una figura prominente, tanto como hombre de negocios como líder cívico, durante la década de 1920 cuando la población latina aumentó en el Sur de California. Su próspera tienda fue considerada “el centro del comercio de música latina en la ciudad,” según un estudio de 2015, Latinos en la California del siglo XX, publicado por la Oficina de Preservación Histórica de California.

         La tienda estaba ubicada en el 408 N. Main Street, cerca de la calle Olvera en el centro histórico de Los Ángeles. Ese sitio, en la cuadra que incluye el emblemático Pico House, era un próspero centro de pequeños negocios que abastecían a la comunidad inmigrante, incluyendo La Ciudad de México, una tienda departamental, y Farmacia Hidalgo, que vendía remedios tradicionales mexicanos junto con refrescos y helados mexicanos, según el estudio.

         Repertorio Musical era tan vital para el incipiente negocio discográfico que publicó su propio catálogo de 130 páginas con “todos los discos mexicanos disponibles en las principales discográficas, (listados) por sello y alfabéticamente por título de canción,” según las notas de forro de Philip Sonnichsen para el CD recopilatorio de Arhoolie, Corridos & Tragedias de la Frontera, producido por Chris Strachwitz. (El catálogo ilustrado también incluía letras de canciones, instrumentos y diagramas de acordes de guitarra). La tienda de Calderón, un imán para los músicos, tiene la distinción de ser el lugar donde se fundó Los Madrugadores. La banda nació cuando Los Hermanos Sánchez, un dúo en busca de oportunidades profesionales, visitó la tienda un día y conoció a Pedro J. González, quien se convirtió en el célebre director del grupo, según la investigación de Sonnichsen para una compilación de la obra de la banda, parte de la serie “Música Histórica Mexicoamericana” de Arhoolie.

          En un momento dado, la tienda de discos de Calderón pasó por alto la necesidad de una pegatina de tienda con producir su propio sello. Con un austero diseño en blanco y negro, Repertorio Musical Mexicano lanzó una canción en dos partes titulada “Corrido de Guty Cárdenas” de Nacho y Chicharo. En la parte inferior del sello, el propietario pionero se dio una línea de crédito encima de su dirección: “Distribuidor Exclusivo: MAURICO CALDERON.”

          Hay una vieja foto de la tienda de Calderón en la Calle Main que evoca una época pasada. Para mí, me trajo recuerdos de cuando me mudé por primera vez a Los Ángeles a mediados de la década de 1970 y me aventuré a explorar el centro de la ciudad. Una de mis primeras paradas fue Doran’s Music en Broadway, donde conocí a un empleado llamado Bill Marin, quien resultó ser un amigo de toda la vida hasta su reciente muerte. Compartíamos un amor por la salsa y nos paramos en la calle después de que la tienda cerraba hablando de nuestras canciones preferidas por las bandas de Nueva York, cuyos discos eran difíciles de encontrar en California en ese momento. Bill se convirtió en representante de la Costa Oeste para el importante sello de salsa Fania Records, presentándome nuevos lanzamientos en mi nuevo trabajo como editor de música latina en la revista Billboard.

          En aquellos días, Doran’s tenía dos tiendas de discos en Broadway, a pocas cuadras de distancia. Compartía la franja con varios otros distribuidores de discos que hacían del centro una meca para los compradores de discos. Además de las tiendas de música familiares, la música latina también se vendía en las omnipresentes tiendas de electrónica de Broadway, que ponían los discos y las cintas en recipientes a la entrada para atraer a los peatones, que en aquellos tiempos eran casi exclusivamente latinos. Las tiendas de descuento como Woolworth’s también tenían departamentos de discos bien surtidos. Como reportero de la revista de comercio a finales de la década de 1970, cubrí la espléndida apertura de una gran tienda de discos que era propiedad de una empresa mexicana que buscaba establecer una cadena tipo Tower en los EE. UU.

          Esos días ya se han ido, por supuesto. No solo ha cambiado la demografía del centro de la ciudad, sino que la era digital también mató a los minoristas de discos de todos los géneros. Es una profunda pérdida para los mexicanoamericanos, para quienes estas tiendas eran más que simples puntos de venta. También eran centros culturales donde la gente se reunía para preservar los estilos tradicionales y hacer nueva música.

          Para los inmigrantes que estaban lejos de casa, las tiendas servían como nodos de nostalgia.

          “En muchas ocasiones,” escribe Cuéllar, “estas tiendas especializadas eran su única conexión con la vida en casa. Compraban allí no sólo para ver qué nuevos productos podían encontrar, sino también para recordar la vida que habían dejado atrás.”

 

– Agustín Gurza

 

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Los Madrugadores de Pedro J. González

Durante la Gran Depresión de los 1930, Los Madrugadores llegaron a ser el grupo más popular en la música México-americana en los EEUU. En conjunto popular fue comenzado por Pedro J. González, una personalidad controvertido y carismático que es considerado el fundador de la radio en español en Los Ángeles a fines de los 1920. Su nombre—que, claro, viene de la palabra “madrugada”—se refiere tanto a la banda como a su audiencia obrera, esos “madrugadores” que los escuchaban en vivo en la radio entre las 4 y las 6 de la mañana mientras se alistaban para el trabajo. Para un grupo que era marginado, desdeñado y perseguido durante la Depresión, el nombre también expresaba cierto sentido de orgullo porque lleva la connotación de ser “buenos trabajadores” y “triunfadores.”

González, un músico y compositor que también era activista social y comentarista, llegó a ser aun más identificado con su audiencia de inmigrantes cuando fue denunciado por haberse opuesto a las deportaciones en masa que ocurrían en esa época. A la personalidad de radio le tendieron una trampa y fue incriminado por violación, enviado a la cárcel y luego igualmente deportado a México, donde rápidamente volvió a la radio, emitiendo desde Tijuana.

González nació en el estado norteño y fronterizo de Chihuahua en 1896. Tenía 14 años al brote de la Revolución Mexicana de 1910, cuando fue forzado a punta de pistola a unirse a las fuerzas insurgentes de Pancho Villa y reclutado como telegrafista. En 1923, según los New York Times, vino a Los Ángeles y encontró trabajo como estibador.

“Su costumbre de cantar mientras trabajaba condujo a su propio programa de radio en español, uno de los primeros en la nación,” explica el artículo de los Times. “Sus emisiones, durante las cuales se enfurecía con las deportaciones en masa de los mexicanos, fueron populares entre los campesinos mexicanos pero temidas por las autoridades, quienes lo acusaron de ser agitador e intentaron hacer cancelar su licencia de emisión.”

La historia de Los Madrugadores tiene su origen en estas emisiones de radio de los principios de los 1920 en Los Ángeles, por las cuales González empezó a organizar grupos musicales. Desde el principio, el conjunto consistía en una puerta giratoria de cantantes y músicos. Aunque a González le gustaba interpretar, su audiencia en la radio pronto prefería que él acompañara a cantantes y músicos, especialmente la banda popular de hermanos Jesús y Víctor Sánchez, quienes también grababan separadamente bajo sus propios nombres. El cantante Fernando Linares se juntó al grupo en los primeros días, creando otro nombre para el conjunto, Los Hermanos Sánchez y Linares. El personal se expandió para incluir a otros cantantes y guitarristas, tales como Narciso Farfán, Crescencio Cuevas, Ismael Hernández, Jesús Álvarez y Josefina “La Chata” Caldera.

Los Madrugadores se hicieron tan populares que varios otros grupos usaron el mismo nombre, aparentemente por acuerdo mutuo, para grabar e interpretar en escena y por la radio. Incluían a Farfán y Cuavas, que llegaron a ser conocidos como Chico y Chencho, el grupo más popular derivado de Los Madrugadores. Colectiva e individualmente, su popularidad eventualmente se difundió por las comunidades México-americanas en California y el Suroeste, donde las emisiones de radio diarias servían de despertadores para obreros en las granjas y las fábricas. Grupos con el mismo nombre continuaron a trabajar por la frontera hasta los años 1970.

La Colección Frontera contiene muchas grabaciones por Los Madrugadores, incluso muchas que se encuentran bajo el nombre de Pedro J. González, quien era también compositor. (Éstos no deben confundirse con Los Madrugadores del Valle, un grupo norteño más reciente que grabó muchos sencillos y discos para los sellos de Joey y Del Valle en Texas.)

El fundador de la Colección Frontera Chris Strachwitz mencionó que la versión de la clásica “Zenaida” hecha por el grupo (Vocalion 8596) se encuentra entre sus 50 grabaciones más preferidas de la colección, poniéndola a No. 15.

“No logro quitarme esta maravillosa melodía de la cabeza—trato de cantarla o tararearla constantemente,” escribe Strachwitz en este blog. “Los Madrugadores fueron los primeros en grabar esta historia sobre Zenaida, y lo hicieron en dos partes. Excelentes cantantes, fueron muy populares a mediados de los 1930 y pronto la canción ganó popularidad extendida también.”

En varias configuraciones, Los Madrugadores emitieron numerosos sencillos en los años 1930 que obtuvieron muchas ventas de los discos y que se tocaban mucho en las rocolas. Sus canciones y corridos enfatizaban armonías estrechas y guitarras dotadas como acompañamiento, aunque algunos de los discos tempranos también tienen piano. El grupo grabó más de 200 canciones tanto para sellos independientes como multinacionales, incluso RCA Victor, Columbia, Decca, Vocalion, Bluebird, Imperial y Tricolor.

Mientras tanto, González seguía usando las ondas hertzianas para luchar por la justicia social, pronto llamando la atención y la ira de las autoridades. En 1934, a la cima de su carrera, González fue enviado a la prisión de San Quentin bajo cargos de violación. Aunque la supuesta víctima luego retractó la acusación, diciendo que la habían coaccionado a mentir bajo juramento, la condena quedó igual y González cumplió una sentencia de seis años.

El músico/activista fue liberado al principio de los 1940 después de apelaciones por dos presidentes mexicanos y enormes protestas públicas organizadas principalmente por su esposa, María. Fue deportado a México y se estableció en Tijuana, donde volvió a armar una banda inmediatamente y de nuevo se encontraba en las ondas de radio. Impávido, González siguió usando su programa de radio para denunciar la injusticia, cruzando la frontera con sus emisiones por los próximos 30 años.

Los Madrugadores documentaron el trágico caso de su líder en una balada de dos partes, el “Corrido de Pedro J. González.” Fue un caso en que la vida imitaba el arte, ya que alrededor del mismo tiempo, el grupo había grabado también el corrido de otro héroe popular México-americano, Joaquín Murrieta, un bandido del siglo XIX cuya cabeza decapitada fue exhibida en pueblos de minería por todo el estado. Como explica la profesora de estudios americanos Shelley Streeby, “la historia del trato injusto y criminalización de un inmigrante mexicano (Murrieta) en los Estados Unidos debe haber adquirido resonancias nuevas y trágicas para esa audiencia obrera durante esos años de nativismo intensificado y repatriación forzada, especialmente teniendo en cuenta las experiencias duras de González con la ley.”

Los dos corridos de dos partes—Joaquín Murrieta y Pedro J. González—son parte de la Colección Frontera e incluidos en el disco de compilación, “Los Madrugadores – 1931-1937” (Arhoolie 7035).

Mientras tanto, en Los Ángeles, otros eventos habían forzado cambios en la formación de los Madrugadores originales, particularmente las muertes de Narciso Farfán en 1939 y de Jesús Sánchez en 1941. A pesar de los contratiempos y retos, el grupo quedó fiel al espíritu resuelto de su audiencia inmigrante, y siguió grabando hasta los años 1960.

Eventualmente, González fue permitido volver a los Estados Unidos. En 1985, cuando tenía 90 años, PBS transmitió un documental sobre su vida y carrera con el título Ballad of an Unsung Hero (Balada de un Héroe No Reconocido), que luego fue convertido en una película para televisión, Break of Dawn (La Madrugada) (1988), protagonizado por el cantante popular mexicano Oscar Chávez. Tanto González como su esposa aparecen en el documental de 30 minutos, entrevistados en su humilde casa en el pueblo fronterizo de San Ysidro, California. González dedicó una habitación de la casa a un museo de su vida, con viejas fotografías, recortes de periódico, cartas y aun una vieja llave de telégrafo.

La exhibición provocó una renovación del interés en el envejecido activista entre los activistas comunitarios México-americanos, quienes empezaban a visitar a la casa como si fuera un santuario, según un artículo en los New York Times sobre el documental, publicado el 7 de enero de 1985.

“Él representa una parte importante del pasado cultural y de la tradición,” le dijo Lorena Parlee, historiadora y coproductora del programa, al periódico. “Y la película representa no sólo el apuro de los inmigrantes de México sino también de otros grupos étnicos que experimentaron discriminación y deportación.”

Diez años más tarde, González falleció en un sanatorio en Lodi, California. El titular del obituario, que salió en los New York Times el 24 de marzo de 1995, lo llamó, apropiadamente, un “héroe popular.” Tenía 99 años.

 

-- Agustín Gurza     

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