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Lucho Gatica

Biografía de Artista: Rita Vidaurri, Tesorera de San Antonio

Hasta su reciente muerte, la cantante Rita Vidaurri (1924–2019) restaba como la última estrella que sobrevivía de lo que se considera una Época Dorada para las vocalistas de San Antonio, durante las décadas de 1930 y 1940. Como sus contemporáneos Eva Garza (1917-1966), Rosita Fernandez (1919-2006), y Lydia Mendoza (1916-2007), Vidaurri se aprovechó de la vibrante escena de música mexicoamericana en la ciudad de Alamo para lanzar una carrera internacional, compartiendo el escenario mundial con superestrellas como Nat “King” Cole, Pedro Infante y Celia Cruz.

Después de una larga interrupción para criar a sus cuatro hijos, Vidaurri volvió a la escena al principio del nuevo milenio, disfrutando de un retorno sensacional que culminó una carrera que duró ocho décadas. La vocalista veterana se murió en su pueblo natal el 16 de enero de este año. Tenía 94 años.

En escena, Vidaurri se proyectaba como una persona segura de sí misma, haciendo bromas con la audiencia, haciendo comentarios ocurrentes y contando chistes ligeramente subidos de tono. Sin embargo, su exterior profesional ocultaba una vida de privación y lucha. Batalló para conquistar su timidez como niña y contra el machismo durante toda su vida. Lo más trágico fue que tuvo que soportar la muerte de tres hijos crecidos, y sufrió periodos de depresión y enfermedad a través de los años.

            Sin embargo, Vidaurri nunca dejó de cantar.

            “Interpretar siempre fue el mejor remedio para Rita,” dice el historiador de música tejana y colector Ramón Hernández. “Está entre los grandes músicos y todavía no ha recibido la atención merecida.”

 

Años Tempranos en San Antonio

 

            Rita Vidaurri Castillo nació el 24 de mayo de 1924 en una casa humilde en la Calle Montezuma en el barrio de West Side de San Antonio, una de las vecindades más pobres del país. Rita lleva el nombre de una santa italiana del siglo XV, Rita de Cascia, conocida como la patrona de las causas perdidas y protectora de las mujeres maltratadas y destrozadas.

            Su padre, Juan Vidaurri, nació en el pueblo de Musquiz, Coahuila, que no queda lejos de la frontera mexicana con Tejas. Como niño, vino a los Estados Unidos con su familia, formado parte de una oleada de migrantes que buscaban escaparse de la agitación de la Revolución Mexicana de 1910.

            Ya habiéndose establecido en Tejas para la década de los 1920, Juan Vidaurri conoció a María de Jesús “Jesusita” Castillo, natural de San Antonio, con quien se casó. Jesusita tenía solo 16 años cuando nació Rita, y seguirían dos hijos más; su marido tenía 19 años.

            El Vidaurri mayor era un mecánico que reparaba carros detrás de su casa. Además, operaba y era dueño de unos pequeños negocios del barrio—una gasolinera, un cuadrilátero de boxeo y una cantina. En sus últimos años, ganó reconocimiento por su activismo cívico, ya que convirtió su casa en un centro comunitario ad hoc y una sede política. Con el sobrenombre de “El Viejito,” llegó a ser bien conectado en los círculos políticos del estado de Tejas, y en 1977, San Antonio lo honró con un parque de la vecindad que lleva su nombre.

            Inicialmente, Juan Vidaurri no estaba de acuerdo con el flirteo de su hija con el mundo de espectáculo. Fue su madre quien fomentaba el talento musical de la joven Rita.

            El hecho de que el destino de la muchacha se encontraba en la música fue presagiado por un señor local que recogía basura y botellas en la vecindad pero que también era conocido como adivino. Este personaje del barrio la oía cantar cuando pasaba por la casa Vidaurri, y le dio a su madre un consejo sabio.

            “Deje que cante si quiere cantar,” dijo el señor. “Va a ser grande.”

            Jesusita, quien trabajaba limpiando casas, tomó en serio esta predicción. Hizo arreglos para que un muchacho de la vecindad le enseñara la guitarra a su hija por 50 centavos la lección. Y a las espaldas de su marido, empezó a llevar a la niña al centro de la ciudad para los concursos de talento para aficionados en el Teatro Nacional, un eje cultural de la comunidad mexicoamericana de la ciudad.

            Rita, todavía preadolescente, tuvo que superar su timidez infantil para poder interpretar. La ambiciosa vocalista trató de emular a los cantantes populares de San Antonio, particularmente Eva Garza y la famosa Lydia Mendoza, quien también había competido en concursos de canto en el mismo local.

            El esfuerzo valió la pena. Por 18 semana consecutivas, la joven cantante ganó el primer lugar en los espectáculos de aficionados, llevándose su premio de cinco dólares. Inevitablemente, rumores de su éxito llegaron a su padre, quien “explotó,” recordó Rita.

            Un día, el Señor Vidaurri fue a ver por sí mismo de qué se trataba el revuelo.

            “Mi madre no sabía que mi padre estaba en la audiencia,” dijo Rita Vidaurri en una entrevista en 2010 con la revista Latino USA. “Pero después, cuando me pusieron el sobre arriba de la cabeza y dijeron ‘ganadora’, le gustó el aplauso de la audiencia.”

            Papá no era el único que quedó impresionado. Las dos estrellas más grandes de México—el comediante Cantinflas y el compositor Lorenzo Barcelata—también la vieron interpretar en los programas de talentos en San Antonio a principios de la década de 1940, y pronto desempeñarían papeles separados en arrancar su carrera profesional. Mientras tanto, la madre de Rita seguía buscando oportunidades para que su hija pudiera entrar a la escena local, y a menudo la acompañaba a pie a los varios locales.

            En poco tiempo, Rita fue excluida de los programas de talentos semanales que había llegado a dominar porque los organizadores querían darles una oportunidad a las otras muchachas. La joven vocalista luego encontró nuevas audiencias en las carpas—los espectáculos de carpa itinerante en estilo vodevil, como Carpa García y La Carpa Cubana, que eran populares entre los mexicoamericanos obreros de esa época. Además, interpretaba para los obreros en las centenas de nuecerías que florecían en San Antonio durante la Gran Depresión. Como trovadora ambulante, la muchacha coleccionaba niqueles y céntimos en una lata mientras cantaba.

            Además, Rita seguía ganando competiciones, incluso una patrocinada por H&H Coffee, un tostador local. En premio era $50, una bonanza en la época de la Gran Depresión que hoy valdría casi $900.

            A mediados de la década de 1930, Rita empezó a interpretar con su hermana menor, Enriqueta, haciendo giras en pequeños pueblos tejanos como Las Hermanitas Vidaurri. Era una década en la cual los duetos femeninos, como Las Hermanas Padilla y Las Hermanas Mendoza (las hermanas de Lydia Mendoza) disfrutaban de mucha popularidad.

                      En 1938, Rita y Enriqueta Vidaurri hicieron su primera grabación en una tienda de muebles local, donde a menudo se vendían también discos en esa época. La sesión produjo dos canciones, “Alma Angelina” y “Atotonilco,” que, según varios relatos, fueron lanzadas en Bluebird Records, el respetado sello discográfico económico que se especializaba en blues y jazz.

            Sin embargo, el sencillo de 78 rpm en Bluebird en la Colección Frontera contiene solo una de esas canciones, “Alma Angelina,” con otra canción, “No Me Abandones,” al otro lado. A las hermanas el sello las denomina Rita y Queta, acompañadas en la primera canción por orquesta, y por acordeón y guitarras en la otra.

            Sus regalías llegaron en forma de trueque: Las hermanas fueron pagadas con muebles para su madre.

            Lamentablemente, Jesusita Vidaurri no vivió para presenciar el éxito de su hija. Murió de tuberculosis en 1939, a la edad de 31 años. Rita solo tenía 15 años en ese tiempo, y la pérdida la forzó a crecer rápidamente. Como la hija mayor, Rita asumió la responsabilidad de cuidar a su hermana y a su hermano, Juan.

            “Yo era la que tenía el cargo,” dijo en una entrevista en 2013 con el periodista Héctor Saldaña, publicada en el San Antonio News-Express en la ocasión de su 89º cumpleaños. “Mi madre me hizo prometer que los cuidaría. Mi hermana se casó muy joven, y me quedé atrapada con mi padre y mi hermanito.”

            Fue un gran reto para una adolescente: trabajar para mantener la familia, seguir con su educación y al mismo tiempo buscar oportunidades para interpretar. En varios momentos, Rita recolectaba algodón como trabajadora agrícola, ayudaba como mecánica en el garaje de su padre y consiguió trabajo como inspectora de armas en un arsenal militar. Además, trabajaba en la gasolinera de su padre y, por su deseo de complacerlo, halló tiempo para jugar softball y practicar el boxeo. “Me trataba como un varón,” le contó al periódico.

            Para entonces, sin embargo, Juan Vidaurri ya no se oponía a las ambiciones musicales de su hija. A principios de la década de los 1940, la voz de Rita tenia presencia en la radio en San Antonio, emitida desde el Teatro Nacional en La Hora Anahuac, un programa popular patrocinado por otra empresa local, Davila Glass Works, y que salía en la estación de lengua inglesa KABC.

            En 1942, el año en que Rita cumplió los 18 años, ella estuvo entre los primeros artistas que interpretaron en el nuevo Guadalupe Theater, construido en el terreno de la gasolinera de su padre.

            Al entrar en la adultez, Rita Vidaurri, la muchacha tímida del barrio humilde, estaba al borde del estrellato internacional.

 

Nace Una Estrella

 

            Para una cantante novata de San Antonio a mediados del siglo XX, el camino más rápido al estrellato pasaba por México. Y en la industria musical mexicana de esa época, todos los caminos conducían la capital.

            La primera parada de Rita Vidaurri en su ascenso profesional fue Monterrey, Nuevo León, una capital provincial que emergía como potencia regional en la música mexicana.

            La cantante, acompañada por su padre, quien ahora la apoyaba, cantaba en la estación de radio popular XEMR, y consiguió un bolo en El Parthenon, una de las discotecas más importantes de la cuidad, donde el presentador musical era Lalo González, el cantante norteño chistoso apodado El Piporro.

            Vidaurri se quedó solo seis meses en Monterrey, pero esta corta estancia tuvo un impacto inmediato. La audiencia fue atraída por su voz imponente, descrita con sus propias palabras como “baja pero bien fuerte.”

            “Los acordes que canto son los acordes del hombre,” le dijo al News-Express.

            Fue entonces que Vidaurri enfrentó el mayor reto de su carrera: dejar su huella en la Ciudad de México, la capital del entretenimiento latinoamericano en esa época.

            Cantinflas, una de las estrellas cinematográficas más importantes de México, se convirtió en uno de los primeros defensores de la joven cantante. En 1944, cuando ella tenía 19 años, en comediante animó a Juan Vidaurri a llevar a su hija a la capital mexicana para promover su carrera. El comediante firmó una nota de apoyo personalmente que le ayudó a la cantante novata a evitar los requisitos sindicales, lo cual la permitía cantar y “no me molestaban,” como explicó Vidaurri en 2011 en una entrevista para el programa Conversations en PBS.

            Lorenzo Barcelata, el famoso actor y cantautor de Veracruz, también se convirtió en su temprano defensor. Este compositor popular también tenía influencia, ya que había saltado a la fama internacional con su canción más popular, “María Elena,” que apareció en la película de 1932 Bordertown, protagonizada por Bette Davis. La otra canción famosa de Barcelata, “El Cascabel,” fue una de las obras musicales lanzadas al espacio sideral en el Voyager Golden Record, como muestra de la creatividad humana.

            Barcelata le regaló a Vidaurri su guitarra personal con su firma autógrafa, como también su apodo de toda la vida, La Calandria, según un perfil de 2014 en La Voz de Esperanza, una publicación mensual por la organización sin fines de lucro Esperanza Peace and Justice Center, que ayudaría a provocar el resurgimiento de la cantante en sus últimos años.

            Después de que llegó a la Ciudad de México, la carrera de Vidaurri seguía siendo impulsada por personajes claves del mundo de espectáculo.

            Con la ayuda de otro famoso comediante, Germán (“Tin Tan”) Valdés, encontró su nombre en el marqués de El Patio, el club de comida de lujo que incluía los nombres más importantes en la música latinoamericana. Ella aparecía como “La Última Sensación en Ranchera,” y compartía la escena con estrellas de gran calibre, como Jorge Negrete, Pedro Infante, Pedro Vargas, Toña La Negra, Antonio Aguilar y Lucho Gatica.

            Vidaurri consolidó su nueva celebridad con incursiones en la cinematografía y la radio. Increíblemente, consiguió su propio programa de madrugada en XEW, la influyente emisora mexicana, que pertenecía al magnate de medios Emilio Escárraga. La influencia de la estación tenía un alcance tan amplio que se denominaba “La Voz de la América Latina desde México.”

            Como muchas estrellas cantantes de su época, parece que Vidaurri también apareció en varias películas musicales, aunque IMDb, el base de datos de películas internacional (International Movie Database), no menciona sus roles en películas mexicanas en su sitio web.

              Después de la Segunda Guerra Mundial, empezó la carrera internacional de Vidaurri. Hizo giras en Centroamérica y Sudamérica. En un evento famoso, cantó en Cuba con la Reina de la Salsa, Celia Cruz, y la Reina del Bolero, Olga Guillot. En Nueva York, apareció con Trio Los Panchos y Eydie Gorme, uno de los grupos internacionales más novedosos en esa época.

            Irónicamente, con más fama y más tiempo en gira, menos brillaba su estrella en casa. Aun así, Vidaurri seguía cantando y grabando en su pueblo natal y en Texas en general. Desempeñó un rol histórico en la infancia de la televisión en San Antonio, ya que fue presentada como artista en Spanish Varieties de KEYL-TV, “el primer programa de televisión en lengua extranjera que tenía un horario regular y que fue en español,” según un artículo de 1951 en Billboard Magazine. Su apariencia en la televisión fue promocionada como “los Hermanos Villareal, con su vocalista Rita Vidaurri, quienes haces canciones tipo ranchera.”

            Para los mediados de la década de 1950, Vidaurri había hecho veintenas de grabaciones para Norteño, el sello discográfico local fundado por el renombrado musico y empresario José Morante. El archivo de la Frontera contiene 10 canciones en cinco discos, todas 45s de Norteño, incluso un lado que contiene un dúo, Rita Vidaurri Y Chicho.

                        Vidaurri tiene unas tres docenas de grabaciones en el archivo en una variedad de estilos, como parte de un dúo o como solista, la mayoría el sellos del Sur de Texas. Incluyen canciones populares como “San Antonio Hermoso,” “Sacrificio,” “El Dinero Vale Nada,” “La Mula Bronca,” “La Esposa Del Caminante” y “Asi Pago Yo,” la última coescrita por Chucho Navarro de Los Panchos y Mario Moreno “Cantinflas.” En algunos de sus discos de Falcon Records, Vidaurri está acompañada de un líder de conjunto pionero Pedro Ayala, “El Monarca del Acordeón.”

            La colección también contiene varias canciones compuestas o coescritas por la cantante, inclusas las 12 canciones que grabó con su hermana, como el dúo Rita y Queta, para el sello Bluebird. Otras canciones compuestas por Vidaurri incluyen “Por Qué Señor,” con Trio Los Bohemios, y “Lejos de Ti,” un foxtrot por el dúo Rita y Pepe, con el acordeón ligeramente jazzístico de Manuelillo Guerrero, en el sello Corona de San Antonio.

            Cuando se trataba de la promoción, Vidaurri se aprovechaba de una estrategia de negocios puramente norteamericana: rentabilizar su celebridad y su belleza.

            Ganó un concurso de “traje de baño y piernas” en 1946, según el perfil por Hernández. Y una década más tarde, su imagen glamurosa apareció en un afiche para Jax Beer, una marca regional importante en esa época. Le pagaron $500 para actuar como el “rostro publicitario” mexicano de la cerveza, y la bautizaron “La Belleza Morena de Tejas.”

            La foto de Vidaurri, sacada en Nueva York en 1957, fue un gran éxito. Pronto, escribe Hernández, “su imagen adornaba las paredes de cualquier lugar que vendía Jax Beer en los Estados Unidos.” Éstos incluían la Linda Vista, el bar de Juan Vidaurri en Commerce Street en el barrio de West Side, que exhibía el afiche de su hija con mucho orgullo.

            Era prueba de que Rita Vidaurri había llegado. No solo había ganado la fama, sino también la aprobación de su padre.

 

Tragedias Personales

 

            El éxito profesional de Vidaurri no la pudo proteger del dolor de su vida personal.

            Casada dos veces y divorciada dos veces, tuvo un total de cuatro hijos con tres hombres, comenzando con mellizos nacidos fuera del matrimonio cuando tenía 23 años. Su segundo marido la maltrataba. Su tercero la forzó a abandonar su carrera y ser ama de casa.

            Su herida más profunda fue la pérdida de sus tres hijos, todos los que murieron como jóvenes adultos de diferentes causas en diferentes momentos. Su mayor, Leo, quien obtuvo tres Corazones Púrpuras en Vietnam, murió como resultado de la exposición al Agente Naranja durante la guerra, según Linda Alvarado, su hermana melliza y la única que sobrevive de los hijos de Vidaurri. En una entrevista telefónica, Alvarado dijo que el hermano del medio, Rogelio, quien también era veterano, murió en un accidente con un camión de 18 ruedas. Y su hermanito, Eddie, tenía solo 21 años cuando fue apuñalado durante una disputa con su cuñado.

            Hasta el día que murió, Vidaurri llevaba en su bolsa las fotos laminadas de sus tres hijos difuntos, según el obituario por Saldaña. En uno de sus discos, “Hijo Mio,” aparece la voz de su segundo hijo, Rogelio, como niño.

                       Vidaurri tenía 31 años en 1955 cuando se casó con Hillman Edward Eden, quien era su gerente y era 20 años mayor. Siete años más tarde, nació su hijo Eddie. Según Alvarado, Eden exigió que Rita dejara el mundo del espectáculo para cuidar a sus hijos. La cantante estaba reacia a sacrificar la carrera que había construido con tanto esfuerzo. Pero, como la mismísima Vidaurri le dijo a PBS, aceptó porque a su marido lo consideraba un buen padre, “y mis hijos lo querían.”

            La pareja se divorció, y Eden, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, murió de un infarto en 1964. Con 40 años, Vidaurri se encontraba como madre soltera con cuatro hijos y carente de recursos económicos. Se había jubilado de ser cantante, y se quedó fuera de la vista pública por el resto del siglo, usando el apellido de su marido y viviendo sola en una casa modesta. A principios de la década de los 1990, su padre se murió con 85 años de edad. La pérdida aumentó su soledad y sentido de aislamiento.

            Todo su éxito, todas las grabaciones y giras, no habían dejado nada para asegurar su futuro.

            “En esa época, te pagaban 20 dólares para grabar una canción, y ya,” recordó Vidaurri en la entrevista con Latino USA hace nueve años. “Fuimos estrellas en el momento equivocado.”

 

Nunca Es Tarde para Regresar

 

            Cuando volvió a emerger para cantar de nuevo en San Antonio, apenas había comenzado un nuevo milenio. Los aficionados locales se sorprendieron mucho al verla porque habían pensado que se había muerto o mudado a México.

            La revitalización tardía de Vidaurri no ocurrió por casualidad. A cargo de la tarea de resucitar su carrera estaba Graciela I. Sánchez, directora del Peace and Justice Center. Alrededor de 1999, Sánchez había leído un artículo sobre dos cantantes de la Época Dorada de las estrellas tejanas hembras, Rita Vidaurri y Rosita Fernández. Sus historias la conmovieron.

            “Estas estrellas, una vez hermosas, habían sido olvidadas por San Antonio y por el mundo,” dijo Sánchez en sus comentarios en el servicio conmemorativo para Vidaurri. “Se sentían abandonadas. Querían y necesitaban que la gente las recordara. Querían volver al escenario, o al menos Rita quería eso.”

            Por varios meses, Sánchez intentó en vano localizar a la cantante jubilada, quien todavía usaba su apellido de casada, Eden. Entonces, en 2001, una mujer misteriosa apareció en un tributo al ícono tejano Lydia Mendoza, en honor de su 85º cumpleaños. La señora mayor, con una franja distintiva de cabello canoso en la frente, parecía haber surgido “de la nada,” recordó Sánchez, cuyo centro patrocinó el evento en la Plaza de Zacate en el centro de la ciudad.

            “Soy Rita Eden,” dijo la mujer.

            Pasmada, Sánchez le dio un abrazo fuerte y la invitó a subirse a la escena. La artista de 77 años dio rienda suelta a una versión apasionada de la ranchera clásica, “Los Laureles,” dedicada a Mendoza, quien, por casualidad, había sido su comadre. El público estalló, “gritando y berreando,” recuerda Vidaurri. Después, sus seguidores se movieron en manada para saludarla, encantados de verla después de tantos años.

            Entonces, Sánchez le preguntó a Vidaurri si quería retomar su carrera como cantante.

            “Supongo que sí,” dijo. “Ya no tengo al Señor Eden que me lo impida.”

            Así empezó un regreso inesperado para Rita Vidaurri, uno que duraría casi dos décadas, hasta su muerte.

            En ese momento, Vidaurri trabajaba brindando atención de cuidado en domicilio para hacer alcanzar el dinero. La organización sin fines de lucro eventualmente le compró una guitarra, un micrófono y una bocina para cuando interpretaba en centros y hogares de ancianos.

            El Esperanza Center también organizaba sus conciertos y le ayudó a producir nuevas grabaciones. En 2004, el centro celebró el 80º cumpleaños de Vidaurri con un espectáculo en Plaza Guadalupe, que atrajo a centenas de personas, incluso una Rosita Fernandez envejeida, quien so moriría dos años más tarde con 88 años de edad.

            En conjunto con la celebración, la octogenaria lanzó un nuevo CD, La Calandria. Fue producido de una generosa ayuda del legendario músico de San Antonio Salomé Gutiérrez, ahora difunto, quien era dueño de otra institución cultural del West Side, Del Bravo Record Shop. Cuando se lanzó el CD, Vidaurri juró que sería su último.

            Esa predicción resultó ser diez años prematura.

            Una década más tarde, conmemoró su 90º cumpleaños con otro disco, Celebrando 90 Años. Y fue festejada con otro concierto de tributo, producido de nuevo por el Esperanza Center. Tomó lugar el 23 de mayo de 2014, en el Guadalupe Theater, donde había cantado como adolescente siete décadas antes.

            El año anterior, la cantante ocupada recibió críticas favorables por su apariencia en la ceremonia de inauguración de un sello conmemorativo en honor a Lydia Mendoza, también en el Guadalupe Theater. Saldaña caracterizó su actuación como “impresionante y deslumbrante” en un artículo que hace homenaje a la canción de los Beatles con su título, “S.A.'s Lovely Rita turns 89.”

            La culminación de su regreso, sin embargo, llegó como parte de un cuarteto vocal que reunió a otras mujeres de su época, todas de San Antonio. El grupo nostálgico se convirtió en el éxito más novedoso que había aparecido en la escena musical local en varios años.

                        Se llamaban Las Tesoros de San Antonio, un conjunto creado en 2006. Aparte de Rita Vidaurri (La Calandria), incluían a Blanca Rodríguez (Blanca Rosa), Beatriz Llamas (La Paloma del Norte) y Janet Cortez (Perla Tapatía), quien tristemente se murió de cáncer de garganta y de pulmón en 2014, con 83 años.

            A pesar de la pérdida, Las Tesoros siguieron actuando como trio. Lanzaron un CD en 2017, Qué Cosa Es el Amor, para coincidir con el 30º aniversario el Esperanza Center, que organizó su retorno. Su historia también apareció en un documental de 2016 por el realizador Jorge Sandoval, Las Tesoros de San Antonio: A Westside Story, que se estrenó en la Mission Marque Plaza, en el mismo sitio donde se encontraba el viejo Mission Drive-In Theater en el sur de San Antonio.

            “Rita era la mayor, la matriarca batalladora, la gran dama (del grupo). Su resurgimiento sirvió como recordatorio de que ella había sido hacia mucho tiempo un símbolo del empoderamiento, la independencia—y la tenacidad—de las mujeres,” escribió Saldaña, quien ahora es curador de la Texas Music Collection en Texas State University.

            Vidaurri fue honrada tanto antes como después de su muerte. Fue incorporada a la Sala de la Fama de la Música Hispana en 2004. Cinco años más tarde, fue invitada por Trinity University en San Antonio a participar en la serie Leyendas de la Música Fronteriza Tejana del departamento de música, que empareja a académicos visitantes con “músicos destacados” del Sur de Texas.

            El Representativo Joaquín Castro de Texas rindió homenaje a la difunta cantante en un discurso formal ante la Cámara de Representantes el 31 de enero de 2019. El congresista, hermano gemelo del candidato presidencial para el año 2020 Julián Castro, la llamó “un pilar en nuestra comunidad de San Antonio” y un ejemplo para los “innumerables cantantes ambiciosos que miran hacia ella como un faro de posibilidad.”

                      En sus últimos años, Vidaurri sufrió de diabetes, tuvo tres infartos y recibió un bypass cuádruple. Hacia el final, dijo su hija, la gente le decía que debía relajarse más por razones de salud. Pero a Rita no le interesaba eso.

            La última actuación formal de Vidaurri fue en el Esperanza Center el 1 de noviembre de 2018, con Las Tesoros. Pero informalmente, aparecía religiosamente cada martes y jueves por la mañana en un restaurante de San Antonio llamado Flor de Chiapas. Una butaca de esquina siempre estaba reservada para ella y un pequeño grupo de otros músicos que se reunían para cantar juntos en un ambiente amigable. Vidaurri asistió hasta que estuvo demasiado enferma para llegar.

            En sus últimos días en cuidado de hospicio, algunos de esos mismos músicos trajeron la serenata al lecho de Vidaurri. Mientras cantaban algunas canciones preferidas, la artista debilitada logró sonreír y trató de susurrar las letras con su último respiro.

            “Movía la boca como si quisiera acompañarlos,” recordó Alvarado en una entrevista con la televisión local. “Y todos se pusieron a llorar.”

            En ese momento, Rita Vidaurri Eden cumplió su último deseo.

            “Cuando me muera,” decía, “me voy a morir cantando.”

– Agustín Gurza

 

 

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Biografía de Artista: Lucho Gatica, Rey del Bolero, Parte 2

México a mediados del siglo era la sede del entretenimiento latinoamericano, un líder en la música y la producción cinemática para todo el continente. Pero penetrar esa institución no era fácil, especialmente para un forastero.

            “Escucha, México en la época era un búnker extremo del nacionalismo,” dijo el director artístico de Odeon Chile, Rubén Nouzeilles, en una entrevista en un sitio web de la música chilena. “Nadie podía ir allá a cantar boleros porque eso era el patrimonio de los mexicanos, igual como nadie se atrevería a ponerse un sombrero charro e ir a competirse (con una estrella de mariachi). Lucho Gatica, aparte de ser un gran artista, era también un conquistador.”

            Y la conquista fue veloz. El cantante se incorporó rápidamente a la nobleza del bolero en México. Pronto producía éxito tras éxito, presentando su propio programa de televisión y haciendo una serie de películas con las estrellas más importantes de México.

            Gatica podía escoger cualquier canción que él quería de los mejores compositores del país: “Solamente una Vez” y “María Bonita” por Agustín Lara; “Un Poco Más” por Álvaro Carrillo; “La Puerta” por Luis Demetrio; “Nunca” por Guty Cárdenas; y el clásico que también tuvo éxito en el mercado general, “Perfidia” por Alberto Domínguez. Pero fue con “No Me Platiques Más” por el compositor mexicano Vicente Garrido que consiguió un éxito temprano que llegaría a ser su canción insignia. En 1956, interpretó la canción en la película del mismo nombre, casi susurrando la canción en el oído de su hermosa coprotagonista, una previa Miss México.

            Gatica tenía un oído para los éxitos.

Esto lo comprobó cuando escuchó por primera vez una canción que sería uno de los boleros más queridos de todos los tiempos, especialmente entre los mexicoamericanos. El cantante estaba en Barcelona cuando, como recordó en una entrevista reciente, recibió una llamada de un socio en México que estaba proponiendo la venta de una nueva canción. El socio le cantó un pedacito por teléfono, y eso fue suficiente para Gatica. Dejó todo ahí y volvió a México para grabar el inolvidable “Sabor a Mí” de Álvaro Carrillo.

Además, sabía reconocer a los compositores nuevos con talento.

En 1959, Gatica colaboró con un compositor prometedor de Veracruz llamado Armando Manzanero. Grabó “Voy a Apagar la Luz” con el compositor de 24 años, quien llegaría a ser uno de los compositores de pop más celebrados en México durante las décadas de 1960 y 1970. Los dos artistas también iniciaron una gira de los Estados Unidos, en la cual Manzanero acompañaba a Gatica en el piano.

Cerca del final de la década, Gatica grabó dos canciones inmortales por el mexicano Roberto Cantoral, “El Reloj” y “La Barca.” Desde entonces, las dos canciones han sido grabadas centenas de veces por artistas tan variados como Plácido Domingo, Joan Báez, y Linda Ronstadt. Cuarenta años después, sin embargo, fueron las versiones de Gatica de esos dos clásicos que fueron introducidos a la Sala de Fama del Grammy Latino inaugural (2001), juntas con “Oye Cómo Va” de Santana (1970) y “La Muchacha de Ipanema” (1963) de Antonio Carlos Jobim.

Durante esos años pico, Gatica mantuvo un itinerario de gira que era tan caótico como glamoroso.

En 1957, volvió a Cuba para un concierto conmovedor ante 30,000 personas en el Gran Estadio de La Habana. Lloró cuando lo sorprendieron en escena con su madre, a quien no había visto en años y quien había volado a Cuba de Santiago secretamente para la ocasión. Gatica también interpretó en un local más íntimo, en el Cabaret Parisién del Hotel Nacional, acompañado en piano por el famoso compositor de filin Frank Domínguez, quien compuso el inmortal bolero “Tú Me Acostumbraste.”

Al cierre de la década, Gatica hizo su primer viaje a España, donde lo recibieron como si fuera un jefe de estado. Miles de aficionados estaban en las calles de Madrid, llevando banderas y letreros de bienvenida hechos en casa mientras pasaba la estrella en su cabriolé, saludándoles. Sus interpretaciones en la capital española durante 1959 fueron, como escribió Omar Martínez en un ensayo de 2007, “eventos sociales que atrajeron a la realeza, los políticos, las estrellas de cine, y los viajeros de toda Europa.”

La Luchomanía se había vuelto global. Gatica compartió la escena en París con Edith Piaf. Interpretó en Monte Carlo como invitado de la Princesa Grace. Y apareció ante una masiva muchedumbre en las Filipinas en el mismo estadio donde, años después, los boxeadores Mohamed Alí y Joe Frazier tendrían el “Thrilla in Manila.”

De vuelta en los EE. UU., Gatica también levantaba olas en la industria del espectáculo.

El guapo chileno se codeaba con famosos de Hollywood mientras asistía a reuniones organizadas por el estudio cinematográfico Metro-Goldwyn-Mayer. Notoriamente, conoció a Elvis Presley en MGM, durante un descanso en la filmación de Jailhouse Rock (Rock de Cárcel). Una fotografía de ese encuentro viajó vertiginosamente por el mundo y se mencionaba frecuentemente en los obituarios de Gatica seis décadas más tarde. Como recordó el periódico mexicano Vanguardia: “Aquí estaban el Rey del Rock y el Rey del Bolero, cara a cara, monarcas absolutas en sus géneros respectivos.”

Gatica se convirtió también en un invitado deseado famoso en la televisión americana durante la década de 1950, y apareció en los programas de variedades de Dinah Shore, Perry Como, Patti Page, y el escaparate definitivo del entretenimiento de la época, “The Ed Sullivan Show.” Además, grabó por la primera vez en inglés con la orquesta de Nelson Riddle, el director musical de Frank Sinatra, quien tuvo una amistad de por vida con su contraparte chilena. Aunque no fueron éxitos, las grabaciones de esas sesiones en Capitol Records, incluidas “Blue Moon” y “Mexicali Rose,” ahora son valoradas por los coleccionistas de grabaciones.

Capitol tuvo más éxito con las reediciones del repertorio latinoamericano de Gatica, que introdujeron un archivo dorado de boleros románticos al público americano. Como parte de la serie “Capital del Mundo” de la discográfica, la compañía lanzó varios discos de Gatica en rápida sucesión, empezando en 1956 con South American Songs (Canciones Sudamericanas), una colección folclórica grabada en Chile. En 1960, Capitol lanzó Lara by Lucho (Lara por Lucho), con canciones por Agustín Lara, grabadas en México con la orquesta del colaborador habitual José Sabre Marroquín.

Durante esta misma época, Capítol estaba triunfando también con una serie de discos en español por el trovador popular Nat “King” Cole, quien era amigo de Gatica. Los dos cantantes se habían conocido antes en La Habana, donde Gatica presentó a Cole en la legendaria discoteca Tropicana. Cole tendría la oportunidad de devolverle el gesto en su propia tierra en Los Ángeles cuando presentó a Gatica en el Hollywood Bowl por la noche del miércoles, 22 de julio de 1959.

El concierto en el Bowl sería seguido cuatro años después por otro hito, la apariencia de Gatica en Carnegie Hall el 5 de abril de 1963. En lo que The New York Times llamó “una interpretación de bravura,” Gatica fue acompañado por una orquesta sinfónica dirigida por Lalo Schifrin de Argentina. La noche de apertura del programa fue emitida en vivo por radio a su país nativo.

Sin importar dónde viajaba o vivía, Gatica siempre recordaba a México como el lugar que había iniciado su carrera y la realización de un sueño de infancia.

“Llegué al país que era el templo del bolero,” le dijo a la reportera Marisol García en una entrevista de 2007 para La Nación Domingo. “Todos los cantantes a quienes yo admiraba estaban en México durante los días de gloria. ¡La competición era tremenda! ¿Quién se imaginaría que, después de haber escuchado su música en Chile a través de la radio de larga onda en ‘La Voz de América Latina’ (emitida por XEW de México), yo terminaría trabajando con todos estos artistas?”

Gatica encontró más que el éxito profesional en México. Encontró el amor también.

En 1960, se casó con su primera esposa, María del Pilar Mercado Cordero, una previa Miss Puerto Rico (1957) y actriz cinemática popular conocida como Mapita Cortés. La pareja tuvo cinco hijos, incluido el primogénito Luis, que se hizo un actor famoso, y el menor, Alfredo, un productor de música.

Después de 18 años de matrimonio, la famosa pareja glamorosa se divorció.

Era 1978, y Gatica iba a cumplir 50 años. La moda del bolero había desvanecido. El esplendor de su tenor seductivo había desaparecido. Y sus posibilidades de grabación se habían disipado.

Era el momento de hacer otro cambio.

El cantante de mediana edad se mudó a Los Ángeles. La Luchomanía era una cosa del pasado, pero la estrella envejecida no sería olvidada. La última mitad de su vida traería tributos tardíos y el reconocimiento de una nueva generación de cantantes románticos.

El Retorno

            Para mediados de la década de 1980, un grupo de superestrellas completamente nuevo dominaba el campo lucrativo de la música pop latina: Julio Iglesias de España, José Luis Rodríguez de Venezuela, José José de México, y Vikki Carr y Gloria Estefan de los Estados Unidos.

Estos y varios otros artistas importantes se reunieron en los Estudios de A&M en Los Ángeles en la primavera de 1985 para grabar la versión Latina de “We Are the World,” la famosa canción benéfica para alivio de hambrunas escrito por Michael Jackson y Lionel Richie. La versión en español, “Cantaré, Cantarás,” también se convirtió en un fenómeno de la música pop, cubierto prominentemente en Los Angeles Times. Gatica fue también parte del conjunto estelar, pero durante la grabación, estuvo colocado en la última fila, atrás, solo otro miembro del coro.

Desde su remota percha, Gatica observaba mientras otros baladistas menores recibían la atención. El cantante chileno, cuya mera presencia una vez casi causaba disturbios, apenas fue notado en el evento ese día. La jerarquía en el estudio simbolizaba cuánto había caído esta estrella. Y planteaba un interrogante: ¿Lo habrían invitado si el disco no hubiera sido coproducido por su sobrino, Humberto Gatica, quien para entonces era un ingeniero importante con clientes del nivel de Michael Jackson, Tina Turner, y Barbra Streisand?

No todos relegaron a Gatica al segundo plano en sus últimos años. En mayo de 1990, volvió triunfante a Madrid, después de 10 años de ausencia. Su legado había sido alentado por el célebre realizador español Pedro Almodóvar, quien había usado la canción “Encadenados” de Gatica en la banda sonora de su película de 1983 Entre Tinieblas.

El cantante chileno, con 62 años, volvió a Florida Park, el sitio donde había estrenado tres décadas antes. El sitio zumbaba con las personalidades de la capital, quienes vinieron a verlo y a ser vistos.

“Desde el momento que Lucho empezó a cantar, todos se convirtieron en amantes,” escribió la crítica Maruja Torres en El País. “Aplaudieron al hombre que había comprobado que, con el tiempo, la sabiduría reemplaza el poder impecablemente. No canta como cantaba antes, y tampoco lo intenta. Al contrario, fue como si volviera a visitar a cada canción desde la perspectiva que proveen la ironía y la madurez.”

Fue un comienzo apropiado para una década que vería el resurgimiento de los viejos boleros que Gatica había popularizado. El renacimiento del género en la década de 1990 fue impulsado por una serie de fabulosos discos exitosos por un ídolo mexicano, el joven cantante Luis Miguel, quien presentó a una nueva generación de aficionados la música pop clásica de sus padres y abuelos.

La moda le trajo también nuevas audiencias a Gatica. En 1995, en la cumbre de su fase bolera, Luis Miguel invitó a Gatica a subirse al escenario en el antiguo Universal Amphitheatre en Los Ángeles, y saludó a su predecesor envejecido con un abrazo y un beso en la mejilla. El año siguiente, Luis Miguel se unió con una constelación de grandes estrellas en un tributo a Gatica televisado, producido por HBO en el James L. Knight Center de Miami. El especial de dos horas incluyó a Gatica en duetos con Juan Gabriel, José José, Julio Iglesias, y su vieja amiga de Cuba, Olga Guillot.

Para el fin del siglo, el Rey del Bolero había sido entronizado de nuevo, esta vez como un “estadista mayor” de la tradición musical romántica de Latinoamérica.

El Canto del Cisne

            Gatica recibiría más honores importantes en el nuevo milenio. En 2008, el año en que cumplió 70 años, se convirtió en uno de solo dos chilenos (el otro siendo el presentador de televisión Don Francisco) que habían recibido una estrella en el Hollywood Walk of Fame. Más tarde ese año, la Latin Recording Academy lo honró con un trofeo por logros de toda una vida.

Para Gatica, sin embargo, una cosa importante todavía faltaba: el aprecio total de sus paisanos. Muchos chilenos se sentían ambivalentes sobre su éxito internacional, que había requerido que él viviera la mayoría de su vida fuera del país. “Gatica será recordado en el país como el hijo perdido, quien murió como un héroe lejano,” declaró Chile Today en su obituario en inglés.

Sin embargo, Gatica recibió varios premios nacionales del gobierno y la comunidad artística chilenos: Gaviota de Oro en el famoso festival de música chileno en Viña del Mar (1992); Medalla de Oro de la Sociedad Chilena de Derechos de Autor, otorgada personalmente por la presidenta chilena Michelle Bachelet (2007); Orden al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda, que lleva el nombre del famoso laureado Nobel (2012).

Gatica recibió el premio cultural más alto de su país en 2002, en el 50º aniversario de su carrera profesional. Fue otorgado el Orden al Mérito Gabriela Mistral, uniéndose con ganadores previos, que incluían Paul McCartney.

Al reconocer el honor, Gatica rindió homenaje a su hermano, quien se había muerto en 1996. “Me hubiera gustado que mi hermano Arturo también estuviera aquí,” dijo, “porque él tuvo la culpa de que yo fuera un artista que ha dado alguna medida de reconocimiento a mi país.”

El año siguiente, con 72 años, Gatica colaboró con las estrellas de hip hop chileno Ana Tijoux y Víctor Flores en “Me Importas Tú,” una reimaginación contemporánea de su viejo bolero, “Piel Canela,” en la cual Gatica se limita a recitar en vez de cantar sus letras originales.

Gatica hizo su última grabación en 2013, con 85 años. Titulada “Historia de un Amor,” la obra fue de nuevo coproducida por su sobrino, Humberto Gatica. Incluyó duetos con varios cantantes contemporáneos, incluidos Luis Fonzi, Laura Pausini, Michael Bublé, Nelly Furtado, y Beto Cuevas de la banda de rock chilena La Ley.

El intento del cantante de encontrar una relevancia renovada no resultó. Aun así, estuvo contento en sus últimos años, como les contaría a los reporteros, porque había tenido una vida llena.

Siempre el romántico, Gatica se casó dos veces después de su divorcio inicial y tuvo dos hijas más, una con cada esposa. En 1986, el año que cumplió 58 años, se casó con su tercera y última esposa, Leslie Deeb, quien dio luz a su séptimo y último hijo. Sus dos hijas menores, Luchana (ahijada de Julio Iglesias) y Lily Teresa, trabajan en el mundo del espectáculo en los Estados Unidos.

El cantante celebró su 90º cumpleaños este año en la Ciudad de México, tres meses antes de morirse. Un informe de prensa describió una imagen triste del artista en sus últimos días, ya que sufría de la diabetes y sus capacidades mentales disminuían; tocaba discos y pasaba horas cantando en casa solo.

Sin embargo, las fotos de su celebración de cumpleaños lo muestran con una gran sonrisa, rodeado de sus once nietos. Los jóvenes habían preparado un regalo de sorpresa: una grabación de sus famosos boleros, con sus propias voces.

Ese mismo día, los líderes cívicos en su pueblo natal revelaron una estatua de bronce de seis pies que retrataba a los hermanos Gatica como habían empezado, con Lucho cantando en un micrófono y Arturo tocando la guitarra. El mismísimo Gatica estuvo bien consciente de su legado artístico, que una vez resumió sucintamente para un reportero de revistas.

“Mientras la gente se enamora,” dijo, “mis canciones serán populares.”

           

– Agustín Gurza

 

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Biografía de Artista: Lucho Gatica, Rey del Bolero, Parte 1

          Por la mayor parte del siglo XX, el mundo del pop latino fue dominado por una puñalada de países—México, Cuba, Argentina, y claro, España. Pero durante la década de 1950, una excepción a esa regla se convirtió en un éxito. Su nombre era Lucho Gatica, y era de Chile.

          Gatica salió de un pueblito del centro de Chile y llegó a ser uno de los vocalistas latinoamericanos más populares de todos los tiempos. En una carrera que abarcó 70 años, vendió millones de discos en todo el mundo, llenaba teatros y estadios desde Madrid hasta Manila, protagonizó películas, y llegó a ser una celebridad en Hollywood, donde sus amigos incluían Frank Sinatra y Ava Gardner.

          El éxito del cantante se construyó en su capacidad única de retratar la esencia romántica, lírica, y apasionada del estilo de canción conocido como el bolero. Su repertorio incluye muchas interpretaciones distintivas de composiciones que todavía se consideran clásicos del género. Esto, junto con su buen aspecto de ídolo de matiné y su carisma en escena, destinaban a Gatica a ser una súper estrella.

          El mes pasado, la voz del artista conocido como El Rey del Bolero se silenció para siempre. Gatica falleció en su casa en la Ciudad de México. Tenía 90 años.

          “Lucho Gatica tiene su nombre inscrito en los corazones no solo de los chilenos de todas las edades, sino también de todos los románticos en todas partes,” dijo la Ministra de Educación Mariana Aylwin en 2002, en el 50º aniversario del artista, cuando se le cedió el premio nacional más alto de la nación en las artes. “Para generaciones enteras, su nombre ha sido casi sinónimo con el amor. Es un hombre que ha transformado a muchos desconocidos en amantes.”

            Gatica estuvo entre los pocos artistas de pop que lograron sobrevivir las subidas y bajadas del voluble mercado musical. Mientras pasaban los años, muchas veces se le pedían sus pensamientos sobre las últimas tendencias.

            “Ciertamente hoy en día hay menos romanticismo,” dijo una vez. “Pero tenemos que aceptar que los jóvenes tienen sus propios ritmos, su propio estilo de cantar. Respeto eso porque creo que cada artista tiene su propio momento. Y el mío fue maravilloso.”

Hijo Nativo de Rancagua

           Luis Enrique Gatica Silva nació el 11 de agosto de 1928 en Rancagua, una capital regional conocida por sus vinos y sus minas de cobre. Su padre, José Agustín Gatica, era mercante y pequeño agricultor. Su madre, Juana Silva, era una ama de casa que tenía una pasión por la música. Como el menor de siete hijos, su apodo de la infancia era “Pitico.”

            Lucho solo tenía cuatro años cuando se murió su padre, y su madre enviudada se fue a trabajar como costurera para por poder criar a sus hijos. La familia se unió para enfrentarse a las dificultades, y la música siempre les ayudó a aliviar el cargo. Mientras la Señora Gatica tocaba el arpa y la guitarra, los hermanos mayores de Lucho cantaban tangos y tonadas, del folclor regional que informaría la obra temprana de Lucho como cantante profesional.

            Fue su hermano Arturo, siete años mayor, quien abrió el camino al mercado musical. Arturo empezó a cantar profesionalmente en Rancagua cuando Lucho tenía solo 10 años, un muchacho tímido que se escondía detrás de la puerta cuando la familia se juntaba para cantar juntos en casa. Pero Arturo reconoció el talento de su hermanito muy temprano, y le animaba a cantar.

            “Así que fue mi hermano quien tuvo una influencia enorme en mi carrera,” Gatica le dijo a la periodista Marisol García en una entrevista de 2007 publicada en La Nación Domingo. Ya estaba cantando en la radio y siempre me decía, ‘¿Cuándo me vas a acompañar?’ Nunca quise, hasta un día que formamos un dúo. Fue entonces que empecé a tomar en serio lo de cantar. Luego Arturo me dijo que él se había dado cuenta de que yo cantaba mejor que él, que no era el caso, obviamente.”

             Lucho asistió al Instituto O’Higgins, una escuela católica solo para varones dirigida por los Hermanos Maristas en su pueblo natal. Empezó a interpretar en las llamadas “revistas de gimnasio” de Chile, una demostración anual de las habilidades atléticas y artísticas de los estudiantes.

            En 1941, los dos hermanos aparecieron como un dúo vocálico en la radio local. Lucho tenía solo 13 años, pero su voz emotiva ya atraía atención. Dos años más tarde, el aspirante cantante hizo sus primeras grabaciones en el mismo estudio de emisión, interpretando tres canciones folclóricas, incluso “Negra del Alma.”

            Para 1945, los dos hermanos cantantes se habían mudado a Santiago, la capital de la nación, a más o menos 50 millas al norte. Lucho, con 18 años, continuó sus estudios en otra escuela marista, el Instituto Alonso de Ercilla. Luego se inscribió para ser un técnico dental, pero nunca practicó la odontología porque tuvo éxito tan rápidamente en su carrera como cantante.

            Arturo presentó Lucho a Raúl Matas, un disk jockey de influencia en la Radio Minería de Santiago, que alcanzaba una audiencia nacional. El joven Lucho pronto hizo su estreno nacional en el programa popular del presentador, “La Feria de los Deseos,” con la canción “Tú, Dónde Estás,” un bolero prototípico de añoro por el amor perdido. La conexión con el disk jockey también le condujo a su primer contrato de grabación, con la discográfica internacional Odeon, que luego se hizo parte de EMI.

            El estreno de Lucho en la grabación profesional vino en 1949, otra vez en un dueto con su hermano. Acompañados por el Dúo Rey-Silva, los hermanos grabaron cuatro tonadas, un estilo folclórico de cantar y de bailar. El disco de 78 rpm incluía los siguientes títulos: “El Martirio,” “Tú Que Vas Vendiendo Flores,” “La Partida,” y “Tilín Tolón.”

            Desde el principio, los hermanos Gatica se enfocaban en el rico folclor de su país natal. El dúo apareció en la portada de la revista Ecran, vestidos en el estilo tradicional del huaso rural, el charro chileno.

            Lucho era aficionado también de la música nativa de su país vecino, Argentina, incluso el tango, que era enormemente popular en Chile durante la década de 1940. En una entrevista de 1990 en Barcelona, Lucho se caracterizó como un pionero de la música folclórica de Sudamérica, diciendo que era el primero que había grabado las canciones de Atahualpa Yupanqui de Argentina, incluso “Los Ejes de Mi Carreta,” la composición más famosa del venerado cantautor.

            “Empecé con hacer música folclórica, pero me fue muy mal,” dijo Lucho, quien le dijo al entrevistador que todavía llevaba una carta de Yupanqui en su maleta como un recuerdo. “En ese momento, no había ningún interés en el folclor sudamericano, así que dirigí mi atención a los boleros.”

            El cambio estilístico de Gatica no pudo haber llegado en mejor momento. Llegó a los albores de la década de 1950, al principio de lo que llegaría a conocerse como la época dorada del género. Gatica era una estrella natural—con confianza, guapo, y ambicioso. Su único deseo era sobresalir como cantante.

          Así hizo, con un estilo que era sensual, íntimo, e instintivo. Además, trajo una actitud fresca a la canción romántica, rompiéndose con el método formal y anticuado que se preocupaba más por la técnica que por el sentimiento.

         “Esto era un bolero nuevo,” escribe David Ponce, un autor que se especializa en la música chilena. “En la voz de Gatica, el recital formal se convirtió en fraseo suave y el ritmo se hizo menos marcado y más modulado. En la historia del bolero, Gatica hizo el equivalente de lo que hizo Sinatra para la canción popular americana, y con el mismo efecto: ganó intimidad y cercanía con la audiencia.”

         Esa intimidad personal solo sería posible como solista, y las circunstancias conspiraron para dejar que Lucho lo intentara solo.

         En 1952, su hermano mayor se casó y formó un nuevo grupo con su esposa, Hilda Sour, llamándose Los Chilenos (Arturo, Lucho, e Hilda habían protagonizado juntos la película chilena de 1950 Uno Que Ha Sido Marino.) El año siguiente, los recién casados salieron en una gira internacional en tres continentes, que los mantendría fuera de casa por seis años. Arturo luego diría que él y Lucho se habían peleado y que los hermanos no se hablaron por años, aunque luego se reconciliaron.

         De vuelta en casa, la carrera de Lucho estaba empezando. Su éxito despertaría un fenómeno que nunca se había visto antes en Latinoamérica, uno que se convertiría en un tema tanto de tabloides baratos como de la literatura elevada.

         Lo llamaban Luchomanía.

La Década del Bolero

        El bolero en la música popular, en contraste con el mucho más antiguo baile español del mismo nombre, tiene sus raíces en Santiago de Cuba a los fines del siglo XIX, específicamente en el estilo conocido como la trova. En las primeras décadas del siglo XX, la popularidad del bolero se expandió internacionalmente con el crecimiento de la industria discográfica.

        Los mejores boleros se han hecho parte del cancionero latinoamericano, y los mejores compositores se han ganado un estatus santificado en el panteón de los cantautores hispanohablantes. En la Colección Frontera, el bolero es el número 2 en la lista de los 20 géneros más populares, como informa en el libro, The Arhoolie Foundation’s Strachwitz Frontera Collection of Mexican and Mexican American Recordings (La Colección Frontera de Strachwitz de Grabaciones Mexicanas y Mexicoamericanas por la Fundación Arhoolie).

       Durante la década de 1940, cuando Lucho Gatica aún era un colegial en Rancagua, el bolero empezaba a hacer sus primeras incursiones en los mercados en lengua inglesa, en parte a través de las películas populares de la época. Uno de los tesoros del género, “Bésame Mucho,” escrito por la mexicana Consuelo Velázquez, se convirtió en un éxito internacional después de que salió en el musical de Hollywood de 1944 Follow the Boys (Sigue a los Muchachos), interpretado por Charlie Spivak and His Orchestra. Gatica luego tendría un gran éxito también con su interpretación de la canción, ardiendo con deseo desesperado. A principios de la década de 1960, los Beatles grabaron su propia versión, con letras en inglés.

       En tributos a Gatica después de su muerte, varios escritores han mencionado la versión de los Beatles, sugiriendo que la legendaria banda descubrió la canción a través de la grabación del cantante chileno. Pero Paul McCartney ha dicho que escuchó “Bésame Mucho” por primera vez en una versión alegre de R&B por los Coasters.

       Esta anécdota tantas veces mencionada refleja una tendencia en los tributos póstumos de sobreestimar la influencia de Gatica en el género. El bolero ya tenía varios intérpretes populares durante las décadas de 1930 y 1940, incluso Pedro Vargas, Trío Los Panchos, Alfonso Ortiz Tirado, María Teresa Vera, Agustín Lara, y Olga Guillot. Cuba y México eran las potencias dominantes del género, llenos de cantantes y compositores importantes, mucho antes de que Gatica entró a la escena.

      El mismísimo Gatica reconoce a sus predecesores.

     “Siempre escuchaba a Leo Marini, Pedro Vargas, Hugo Romaní,” le dijo al periódico chileno El Mercurio en 1997. “Recuerdo que el Trío Martino (de Colombia) vino a Chile, y trajeron consigo los boleros más maravillosos, entre ellos, ‘Contigo en la Distancia’ y ‘Nosotros.’ También visitaron Los Tres Diamantes (de México), que cantaban como dioses.”

     Gatica sí merece crédito por difundir la popularidad del género y en algunos casos hacer versiones definitivas de clásicos queridos. Además, tenía un toque mágico con respecto al repertorio. Sabía instintivamente cuáles canciones combinaban bien con su estilo. Y muchas de ellas se convirtieron en éxitos.

     En Santiago, Gatica fue expuesto a artistas prominentes de otros países, quienes compartían su música y abrieron puertas para él internacionalmente. En 1951, conoció a la cantante cubana Olga Guillot, gracias de nuevo a una presentación por su hermano. Y ella compartió los últimos boleros escritos por sus compatriotas, pioneros del estilo que los cubanos llamaban “sentimiento,” o filin.

     “Lucho estaba encantado con este nuevo estilo de bolero,” Guillot le dijo a Ena Curnow de El Nuevo Herald de Miami en 2012, “y aprendió ‘La gloria eres tú,’ ‘Contigo en la Distancia,’ ‘Delirio,’ y otras canciones.”

        El año siguiente, se cambió a un sonido más suave con el acompañamiento del trío de guitarristas Los Peregrinos, a quienes conoció a través del disc jockey Mátas. El trío había sido formado recientemente en Santiago por Raúl Shaw Moreno, de Bolivia, conocido por su temporada con Trío Los Panchos. La discográfica convenció al músico visitante que dejara que su grupo grabara con Gatica.

        Esas sesiones de Odeon en 1952-53 marcaron la inauguración de su reino como “El Rey del Bolero,” con canciones como la ya mencionada “Contigo en la Distancia” por César Portillo de la Luz y “Sinceridad,” por Rafael Gastón Pérez, que fue su primer gran éxito en Brasil. Otras canciones con Los Peregrinos incluyeron “En Nosotros,” “Amor, Qué Malo Eres,” “Amor Secreto,” y “Vaya con Dios.”

En Marcha

            El ascenso meteórico de Gatica lo lanzó en una serie de giras internacionales que lo mantendría constantemente en el camino por una década. Apareció en Cuba por la primera vez en 1952 como invitado de Guillot. Sus interpretaciones en el Teatro Blanquita de la Habana y la famosa discoteca Tropicana todavía se consideran legendarias en Cuba, la cuna del bolero. El cantante también hizo su primera apariencia en televisión en la isla, que, según el sitio web cubano EcuRed, “suspendió la vida diaria porque todo el mundo quería ver y oír al Rey del Bolero.”

       La primera gira internacional de Gatica llegó el año siguiente, y lo llevó a Colombia, los Estados Unidos, España, y finalmente Inglaterra, donde grabó en los estudios de EMI, que luego se conocerían como Abbey Road.

       La discográfica británica emparejó a Gatica con otro de sus artistas, el pianista y director musical escocés Roberto Inglez (nacido Roberto Inglis), quien trabajaba con un joven productor llamado George Martín, luego famoso por los Beatles. La colaboración transcontinental rindió cuatro canciones: dos en portugués, “Samba Chamou” y “Não Tem Solução,” y dos en español, “Las Muchachas de la Plaza España” y el perenne “Bésame Mucho.”

       Inglez y su orquesta se reunieron con Gatica en Chile en 1954, y los dos artistas empezaron una gira internacional que causó pandemonio en casi cada parada. En Lima, el furor llamó la atención del novelista peruano Mario Vargas Llosa. En su libro La Tía Julia y el Escribidor, describe a las aficionadas frenéticas que perseguían al sexy cantante hasta dejarlo con solo los zapatos y los pantalones cortos.

       Gatica provocó el mismo furor en Buenos Aires, Uruguay, y Brasil. “Las hembras iban detrás de cualquier cosa que pertenecía a su ídolo: un mechón de cabello, un pañuelo, una manga de su camisa … cualquier cosa,” escribe Omar Martínez en el blog Luchoweb.

       Para 1955, Gatica estaba al frente del juego. Estaba listo para su próximo gran paso: establecerse en la Ciudad de México, la capital mundial del bolero.

– Agustin Gurza

 

 

 

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