del UCLA Chicano Studies Research Center,
el Arhoolie Foundation,
y del UCLA Digital Library
México a mediados del siglo era la sede del entretenimiento latinoamericano, un líder en la música y la producción cinemática para todo el continente. Pero penetrar esa institución no era fácil, especialmente para un forastero.
“Escucha, México en la época era un búnker extremo del nacionalismo,” dijo el director artístico de Odeon Chile, Rubén Nouzeilles, en una entrevista en un sitio web de la música chilena. “Nadie podía ir allá a cantar boleros porque eso era el patrimonio de los mexicanos, igual como nadie se atrevería a ponerse un sombrero charro e ir a competirse (con una estrella de mariachi). Lucho Gatica, aparte de ser un gran artista, era también un conquistador.”
Y la conquista fue veloz. El cantante se incorporó rápidamente a la nobleza del bolero en México. Pronto producía éxito tras éxito, presentando su propio programa de televisión y haciendo una serie de películas con las estrellas más importantes de México.
Por la mayor parte del siglo XX, el mundo del pop latino fue dominado por una puñalada de países—México, Cuba, Argentina, y claro, España. Pero durante la década de 1950, una excepción a esa regla se convirtió en un éxito. Su nombre era Lucho Gatica, y era de Chile.
Gatica salió de un pueblito del centro de Chile y llegó a ser uno de los vocalistas latinoamericanos más populares de todos los tiempos. En una carrera que abarcó 70 años, vendió millones de discos en todo el mundo, llenaba teatros y estadios desde Madrid hasta Manila, protagonizó películas, y llegó a ser una celebridad en Hollywood, donde sus amigos incluían Frank Sinatra y Ava Gardner.
El Mes de la Herencia Hispana no es lo que era antes. Este año, parece haber llegado y pasado sin fanfarria mayor. Tal vez es que la celebración ha perdido su propósito, ya que la cultura latina se ha hecho más convencional desde que la celebración fue lanzada por el Presidente Lyndon Johnson a la cima de la era de los Derechos Civiles.
La Colección Frontera no es un archivo de biblioteca estático que coleccione polvo digital. Está diseñado para ser un recurso cultural dinámico e interactivo, abierto a las contribuciones de investigadores y aficionados de música, como también de los amigos y familiares de los miles de artistas representados en esta incomparable colección de discos.
Muchos seguidores de Frontera han empezado a ofrecer su retroalimentación, comentarios, información, y aprecio. En algunos casos, sus misivas nos dirigen a joyas escondidas en la colección que de otra manera tal vez se habrían pasado por alto.
Así fue el caso del mes pasado cuando un aficionado de música de Caracas, Venezuela, nos contactó sobre una canción llamada “Ay Trigueña!” por Dúo Espín–Guanipa, un dueto de guitarra y voz en un disco de Victor de 78 rpm. Yo nunca había escuchado de los artistas ni de esta bonita canción a la antigua sobre el anhelo de un hombre por el amor de una hermosa mujer con una tez el color de trigo.
Todo género y subgénero tiene sus figuras celebradas. A veces llegan a ser famosos internacionalmente, como la leyenda de conjunto Flaco Jiménez o el pianista afrocubano Rubén González, famoso del Buena Vista Social Club.
Cuando Jimmy González, el legendario músico tejano, se murió el mes pasado, la triste noticia no apareció en los periódicos del mundo. Pero en Texas, los aficionados lamentaron la pérdida del querido cofundador del grupo Mazz, una banda imponente en la música tejana moderna. Su muerte el 6 de junio y las conmemoraciones que siguieron salieron en las noticias generales de la televisión tejana y en los periódicos importantes en inglés en ciudades como Houston y San Antonio.
El panteón de pioneros en la música de conjunto incluye artistas cuyos nombres son conocidos entre los aficionados y estudiantes del género. Entre los nombres más reconocidos son Santiago Jiménez y especialmente Narciso Martínez, aclamado como el padre del estilo del conjunto. Aunque no tan conocido como sus contemporáneos célebres, el acordeonista Pedro Ayala merece reconocimiento por sus contribuciones al temprano desarrollo de este estilo comunitario durante las décadas de 1930 y 1940.
Este mes marca el 50º aniversario del asesinato del Senador Robert F. Kennedy. El candidato presidencial asesinado fue especialmente admirado por la comunidad mexicoamericana, como lo fue su hermano martiriado antes de él, el Presidente John F. Kennedy. Esa admiración fue expresada poética y emocionalmente en muchas canciones escritas como tributos a los líderes caídos.
En 1939, mientras la Gran Depresión perdía su potencia y surgía una nueva guerra mundial, Lalo Guerrero seguía como músico en aprietos que buscaba destacarse. Era recién casado y miserable, con un hijo en camino y dificultades en encontrar trabajo, lo que mantenía a la familia siempre en movimiento de bolo a bolo.
En su autobiografía, Lalo: My Life and Music (Lalo: Mi Vida y Música), Guerrero llamó este período “nuestros años gitanos.” Sin embargo, la década de los 1940, con la música swing, también traería fama y algo de estabilidad al joven artista.
Lalo Guerrero, el hijo de inmigrantes de un barrio pobre de Tucson, Arizona, fue un músico pionero cuyas canciones bilingües y personaje bicultural le ganaron el título honorario de “El Padre de la Música Chicana.”
En una carrera que abarcó siete décadas, el versátil compositor y artista compuso centenas de canciones en una gama de estilos impresionante, desde los boleros románticos hasta los corridos folclóricos, desde las parodias chistosas hasta las canciones de protesta apasionadas, desde los mambos hasta el swing, rock y chachachá. Tuvo varias canciones que fueron éxitos internacionales, apareció en películas junto a estrellas importantes de Hollywood, operó una discoteca histórica en East LA, y a la larga, obtuvo los honores culturales más altos que se otorgan a los artistas.
Todo país tiene una historia detrás de la creación de su himno nacional. En mi último blog, relaté la compleja historia del Himno Nacional Mexicano, que originó bajo el reino del Presidente Antonio López de Santa Anna.
La Colección Frontera contiene además grabaciones de himnos de nueve otros países latinoamericanos. La mayoría de los himnos de Centroamérica y Sudamérica fueron iniciados en los años que siguieron las guerras de independencia de España, que empezaron en 1810. Como fue el caso de México, muchas de las nuevas naciones se esforzaban para encontrar una canción nacional apropiada, lo que refleja las tumultuosas luchas políticas por el establecimiento de nuevas identidades soberanas.
Los estadounidenses se acuerdan de Antonio López de Santa Anna como el general mexicano que derrotó a los insurgentes tejanos en el Álamo. Los mexicanos lo recuerdan como el líder auto-engrandecido que perdió la mitad del territorio de la nación en la guerra contra los Estados Unidos. Sin embargo, pocos lo recuerdan como mecenas de la cultura. No es bien conocido el hecho de que Santa Anna fue el asiduo patrocinador de una competición literaria que produjo el Himno Nacional Mexicano moderno, con letras por un poeta reacio y música por un compositor catalán de formación clásica.
Ningún país puede competir con los Estados Unidos con respecto a su colección de villancicos navideños. Tesoros estacionales como “White Christmas” (“Navidad Blanca”), escrito en 1942 por Irving Berlin, y “Jingle Bells” (“Cascabeles”), compuesto por James Pierpont en una taberna en Massachusetts en 1850, son entre las canciones navideñas más populares del planeta.
La Revolución Mexicana de 1910, con sus épicas héroes que se enfrentan con luchas de vida y muerte, marcó el inicio de una época dorada del corrido. En la introducción a su antología de 1954, “El Corrido Mexicano,” el historiador del corrido Vicente T. Mendoza asevera que la balada narrativa alcanzó su “carácter definitivo” durante la década de la Guerra Civil en México, adquiriendo así “su verdadera independencia, plenitud y carácter épico en el fragor de la batalla.”
Durante la primera mitad del siglo XX, el corrido se transformó de tradición oral en una forma de arte comercial grabada. Pero al hacer esta transición, los corridistas tuvieron que adaptar sus largas baladas narrativas a la tecnología de grabación que había en la época, principalmente los viejos discos de laca de 78 rpm.
Como vimos en la Parte 1, el corrido se desarrolló como tradición oral durante la segunda mitad del siglo XIX. La balada narrativa fue cultivada en la frontera, alimentada por el conflicto cultural que quedaba después de la guerra entre los Estados Unidos y México. Esas tempranas baladas fronterizas, que alcanzaron su apogeo entre 1860 y 1910, describía las hazañas de protagonistas atrapados en estas guerras culturales, muchas veces sin querer.
Es común describir el corrido como una balada narrativa, que es una definición correcta peo insuficiente. Las baladas narrativas existen en muchos países, incluso los Estados Unidos. Pero la forma que se desarrolló en México a fines del siglo XIX está profundamente enraizada en la historia cultural específica de ese país, y especialmente en la relación desigual con su vecino conquistador al norte.
Los Alegres de Terán, a vocal duet founded by a pair of humble migrant workers from northern Mexico, stands as one of the most influential, long-lived and commercially successful regional music acts from the last half of the 20th century. The duo of Tomás Ortiz and Eugenio Ábrego are today remembered as the fathers of modern norteño music, the accordion-based country style that traversed borders as fluidly as its immigrant fans.
El corrido es una balada tradicional mexicana que recuenta en verso historias verdaderas sobre héroes y villanos. Una vez se consideraba una fuente fiable, en la época en que los pobres tenían poco acceso a otros medios de comunicación. Hoy, todavía se escriben corridos sobre los acontecimientos actuales, desde los ataques terroristas del 9/11 hasta las luchas sobre la inmigración y la elección de Donald Trump.
Los Mexicoamericanos siempre han sentido un orgullo patriótico al realizar servicio militar para su patria adoptivo. Pero han tenido que luchar en otro frente también: recibir reconocimiento por haber cumplido con su obligación.
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